CALFUCURÁ, EL NAPOLEÓN DE LA PAMPA

Crónica de Fernando Lizama-Murphy

Cacique Juan KalfükuraMaestro, explíqueme usted qué es la famosa Civilización que nos tiene que barrer de estas pampas por la angurria de unos pocos hombres que se van repartiendo en tajadas grandotas lo que nos van quitando a nosotros. Pero explíqueme también todas las muertes y todos los atropellos y piense que les están dejando a sus hijos una patria equivocada, empantanada en la injusticia y la mentira. Todos nosotros somos parientes, y vivimos en amistad sobre la misma ancha tierra, pero el huinca tiene la idea errada de que sólo él tiene derecho a vivir en ella. Por ignorancia o por pura mezquindad, está tratando de matar el alma de esta tierra, plantando aquí un mundo ajeno donde caben pocos. Quien sabe algún día vendrán las lluvias y nuestras desgracias retoñarán en algo que sea bueno para nuestros hijos.

Carta de Juan Calfucurá al maestro Francisco Larguía, profesor de uno de sus hijos.


La convivencia entre los mapuches y las tribus que habitaban el lado oriental de la Cordillera de Los Andes nunca fue fácil. Tal vez los del lado occidental eran muy agresivos o quizás cuando cruzaban el macizo andino no se sentían bien acogidos por los pampinos. Las mutuas traiciones y las matanzas eran frecuentes.

Pero, al parecer, la fuerza de los mapuches resultó incontrarrestable para los del lado que hoy llamamos Argentina porque éstos terminaron aceptando, entre muchos otros usos y costumbres, el mapudungun como su lengua, desplazando el uso de las propias.

Durante la guerra contra el dominio español, los habitantes del sur de lo que hoy es Chile se hicieron famosos por su resistencia al invasor. Los del lado del Atlántico fueron más complacientes y más proclives a buscar acuerdos para mantener la armonía. Tenían la ventaja de disponer de un vasto territorio que, aunque no fuera muy rico en vegetación, por eso lo llamaban desierto, tenía agua de muchos ríos, que a su paso dejaban pastizales que les permitían mantener sus animales. Además poseía sectores boscosos desde donde se abastecían de caza. Ellos, en su candidez, pensaban que había suficiente para todos.

Luego, cuando los españoles y los realistas fueron definitivamente vencidos y llegaron al poder los próceres de Argentina y de Chile, éstos iniciaron una verdadera carrera por conquistar la Patagonia, extenso territorio en el que los españoles no lograron una penetración importante, y que en su mayoría estaba en manos de los primitivos moradores de la zona. Las nuevas autoridades determinaron que, si no se sometían, la alternativa era el exterminio. Las numerosas tribus nómadas que vivieron en relativa paz con los hispanos no consiguieron lo mismo con sus hermanos de raza, ni con los forjadores de las patrias nuevas.

Pero el territorio, que llamaremos chileno, era angosto y a los mapuches y a todos sus hermanos, huilliches, pehuenches, boroganos y otros, les costaba abastecerse de lo necesario para su subsistencia, sobre todo porque el ejército de su país los mantenía en permanente alerta por sus frecuentes ataques para someterlos.

Esto forzó una importante corriente migratoria desde el Pacífico hacia el Atlántico por pasos que desde siempre los autóctonos conocían como a las palmas de sus manos. Los mapuches, que eran grandes guerreros, habían conseguido capturar muchas cabalgaduras a los españoles, las que reprodujeron, convirtiéndose además en conspicuos jinetes. Como huían hambrientos de las persecuciones, muy pronto comenzaron las correrías en contra de los naturales del otro lado de Los Andes despertando tanto animadversión, como miedo, a tal extremo que muchas tribus prefirieron buscar la protección del gobierno argentino antes que verse forzados a enfrentar a los invasores que venían del poniente.

Pero las relaciones entre los pueblos no son estáticas y los boroganos (llamados así porque provenían de Boroa, en las cercanías de Nueva Imperial, en Chile) hicieron pactos con varios lonkos o caciques de allende Los Andes y les ofrecieron protección contra las bandas de belicosos migrantes que asolaban la pampa.

Esta alianza funcionó bien hasta el 8 de septiembre de 1834 cuando, estando sus tolderías en un sector llamado Masallé, los boroganos fueron atacados  sorpresivamente por un grupo de mapuches, encabezado por un lonko que buscaba vengarse de ellos y del ejército argentino, por el fusilamiento de su amigo Toriano, ajusticiado en Tandil, como consecuencia de las constantes incursiones que realizaba en contra, tanto de otros nativos, como de las unidades militares y de los colonos que osaban establecerse en el territorio.

El agresor se llamaba Calfucurá, nombre que pasaría a convertirse en la máxima pesadilla para los argentinos por más de cuarenta años.

Se discute si Juan Calfucurá (Piedra Azul, en mapudungun) nació en Llaima o en Pitrufquén; si fue hacia 1770 o en 1790, según afirman otros. Lo que sí se sabe es que era hijo del lonko Huentecurá, uno de los caciques que apoyó al Ejército Libertador en el cruce de Los Andes para liberar Chile.

Con la matanza de Masallé, Calfucurá ingresó en las páginas sangrientas de la historia, dejando de paso acéfalos a muchos grupos tribales. Como vencedor y aprovechando el miedo que logró infundir, intimidó a otros lonkos y a los indios sin líder y los “invitó” a unirse a él. Les dijo que el dios Guenechén le había conferido el poder por sobre todos los territorios conocidos como las Salinas Grandes del Sur. Esta ubicación geográfica le otorgó un muy importante elemento estratégico. La sal era imprescindible para la conservación de la carne y de los cueros y en el país todos necesitaban de este mineral.

En Salinas Grandes estableció su centro de operaciones, instalando las tolderías y desde ahí comenzó a dirigir las maniobras que lo llevaron a convertirse en amo y señor de la pampa. Desde este campamento preparaba los malones que periódicamente lo llevaron a asaltar distintas ciudades argentinas, secuestrando mujeres y robando ganado. Entre 1836 y 1840 efectuó muchas correrías en contra de las haciendas de la zona y de los destacamentos militares, a los que derrotó en innumerables oportunidades. También combatió contra otros mapuches que se resistían a su autoridad, como ocurrió con Railef, cacique proveniente de Chile, que incursionó con dos mil lanzas en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe y que en ese momento regresaba a su origen con más de cien mil cabezas de ganado. Se enfrentaron en Quentuco, cerca del río Colorado, con un resultado fatal para el intruso que perdió a quinientos de sus hombres y su propia vida.

Contrariamente a lo que a raíz de estos episodios se podría pensar, Juan Calfucurá no era un salvaje indómito, deseoso sólo de riquezas y de sangre. En política actuaba en forma visionaria, buscando el bienestar de su pueblo. Todo lo que recibía por sus andanzas o por compensaciones, del origen que fueran, lo repartía entre sus aliados. Creó una Confederación Indígena bajo cuyo amparo unificó a decenas de tribus de mapuches, tehuelches y ranqueles que luchaban a su lado más que nada por sobrevivir. Tenía muy claro que la única oportunidad para su pueblo estaba en la unidad. Organizó un  rudimentario sistema de gobierno, encabezado por él por supuesto. Entre otras cosas, su correspondencia era enviada con un sello propio, y en el aspecto diplomático supo convivir, cuando era necesario, tanto con las autoridades de Buenos Aires, como con sus congéneres.

Imperio y Sello de Calfucurá.

En el momento de máximo dominio mapuche de la pampa, Calfucurá gobernaba la mayor parte de la Provincia de Buenos Aires. También estaban bajo su control Neuquén, Río Negro, San Luis, La Pampa y el extremo sur de Mendoza. Además  mantenía buenas relaciones con los mapuches del otro lado de Los Andes y con los tehuelches de Casimiro Biguá, lo que le permitía ampliar su influencia hasta muy cerca del extremo sur del continente americano. Quizás fue el único momento en la historia en que los mapuches, unidos bajo una causa común, dominaban un territorio que abarcaba de océano a océano.

A raíz de esta potestad, todos los proyectos argentinos para extender sus fronteras a tierras australes, terminaban enfrentándolo a Calfucurá. Por eso Juan de Rosas, el Caudillo de la Confederación Argentina, decidió buscar una forma armónica de convivencia y lo invitó a parlamentar. En 1841, después de pactar la paz, el gobernante se comprometió a entregar anualmente lo que se llamó la ración: 1.550 yeguas, 500 vacas, ropa, azúcar, yerba, bebida y tabaco. A cambio, el lonko se comprometió a respetar los asentamientos del gobierno. El ejército argentino, suponiendo que la pacificación era un hecho y que el lonco no reaccionaría, poco a poco desplazaba sus fronteras hacia el sur. Pero Calfucurá reaccionó de la peor manera y en 1847 atacó Bahía Blanca, llevándose cautivos y ganado…

(CONTINUARÁ)

Fernando Lizama Murphy

Mayo 2016.

6 comentarios en “CALFUCURÁ, EL NAPOLEÓN DE LA PAMPA

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  2. Niní

    Muy Interesante saber sobre las convivencias y disputas de los indígenas tanto del lado argentino como chileno. Una historia que las nuevas generaciones deberían leer y además saber quienes las escribieron. Esperando continuar leyendo. Gracias por tan buena iniciativa.

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