JOHN ILLINGWORTH HUNT, SEÑOR DEL PACÍFICO

Crónica de Fernando Lizama-Murphy

Este triunfo y cien más se harán insignificantes si no dominamos el mar.

John Illingworth Hunt
John Illingworth Hunt (1786-1853)

Con esta frase Bernardo O´Higgins dejaba muy en claro que sin el dominio del mar, la independencia de Chile y de los otros países de Sudamérica corría un severo riesgo. Por eso y pese al precario estado en que quedaron las finanzas públicas después de la travesía de Los Andes para lograr la derrota terrestre de los realistas, se empeñó en crear una escuadra que le permitiera hacer frente a la flota española del Pacífico.

Para poder obtener armas y apoyo para la naciente república, nombró a José Antonio Álvarez Condarco, un ingeniero argentino que había participado en la preparación y en la posterior incursión del Ejército de Los Andes, para que representara al gobierno chileno en Inglaterra e hiciera gestiones encaminadas a conseguir naves y oficiales calificados.

Las gestiones del comisionado no pudieron ir mejor. Consiguió a Lord Thomas Cochrane, uno de los más avezados marinos ingleses, que en ese momento residía en Francia por problemas de deudas, para que se hiciese cargo de la incipiente escuadra.

Para trasladar al marino y otros elementos adquiridos en Europa, fletó la corbeta Rose, ya dada de baja por la Royal Navy, y que estaba anclada en el Támesis a la espera de ser vendida. Para que capitaneara la nave en su viaje hasta Chile contrató a otro marino de larga trayectoria en la Marina de Guerra de Su Majestad. El capitán John Illingworth Hunt.

Illingworth, que había nacido en Stockport, Inglaterra, en marzo de 1786, pertenecía a una familia acomodada. Como era lo usual en la época, a los quince años ingresó a la armada como grumete e inició su vida naval a bordo de la HMS Venerable, que naufragó en Torbay. Este drama en nada aminoró el entusiasmo del joven que continuó navegando, combatiendo tanto en tierra como en el mar y acumulando experiencia y grados, hasta ascender a Teniente de Navío en 1812. En distintas embarcaciones recorrió el mundo, llegando a las Filipinas.

No se sabe si fue en estos parajes donde enfermó a consecuencias del clima, pero requirió de una larga convalecencia de dos años que, por recomendación médica, cumplió entre el sur de Francia y el norte de España, donde logró un aceptable dominio de ambos idiomas.

Cuando tomó contacto con el agente del gobierno chileno, poseía una experiencia de 15 años como marino.

Para eludir un eventual espionaje español, que podría significar el abordaje y captura de la Rose, Álvarez Condarco instruyó al flamante capitán que viajara a Alemania con el pretexto de reclutar tripulantes para una falsa expedición en el Pacífico Norte. En realidad se trató de una acción elusiva cuyo principal objetivo era recalar en un puerto francés para embarcar a Lord Cochrane. Con él a bordo, a mediados de 1818 se inició la travesía que concluyó en Valparaíso hacia finales del mismo año, sin más contratiempos que los propios de la navegación de la época.

Mientras tanto en Chile, a falta de embarcaciones propias, O´Higgins, siguiendo el ejemplo de los gobernantes del Río de la Plata, había promulgado un Reglamento de Corso inspirado en el inglés y entregó patentes a varios particulares que contaban con naves de distintas características, para que se dedicaran a esta actividad. De esta manera esperaba causar contratiempos al Virreinato del Perú y al comercio desde y hacia El Callao.

Pero el Director Supremo, junto con su aliado, José de San Martín,  consideraron necesario que la nueva nación contara con una embarcación propia que se dedicara a esta actividad y de esta forma incrementar las acciones en contra del enemigo. Ambos tenían claro que mientras prevaleciera el poder español en el Perú tendrían a sus espaldas la oscura sombra de la reconquista de las colonias. España no se resignaba ni a su pérdida, ni a la de la fortuna que el continente americano enviaba a sus arcas. Para eso, la Rose calzaba justo en sus planes. El Gobierno de Chile la compró en $ 115.000.- de la época, lista para zarpar y ratificó a Illingworth en el cargo de capitán de la nave, a la que cambiaron el nombre por Rosa de Los Andes, en homenaje a la gesta heroica del cruce de la cordillera.

La Rosa de Los Andes, en cuanto a tamaño, no era una gran nave, pero se encontraba en excelentes condiciones. Desplazaba 400 toneladas y estaba artillada con 36 cañones. Con buen viento podía alcanzar hasta los 12 nudos y embarcar unos 200 hombres.

Pero como el gobierno chileno carecía de recursos para adquirirla reclutó soldados que habían participado en la lucha por la independencia, a los que se les adeudaban salarios, y les hizo partícipes de los derechos sobre la nave y las presas que capturasen. Si debiésemos definirlo en términos actuales, se creó una especie de cooperativa dedicada al corso.

Dentro de los preparativos para el zarpe, los tripulantes debieron realizar sus “capitulaciones”, que era el contrato celebrado ante testigos donde se establecían las condiciones del reparto de las presas capturadas durante la gira. En este documento se dejaba constancia, y con bastante claridad, de lo que cada tripulante y los financistas recibirían de aquello que la nave capturase.

Concluido este trámite, la Rosa de Los Andes se hizo a la mar el 25 de abril de 1819. Trasladaba alrededor de 200 personas (según algunas versiones, llevaba 550 tripulantes, lo que es difícil de aceptar, teniendo en cuenta su tamaño) entre marineros y tropas de desembarco, que iban a cargo del capitán francés Henry Desseniers. La artillería destinada a las operaciones en tierra estaba bajo el mando del chileno Francisco Fierro. El segundo de a bordo, después de Illingworth, era el irlandés Raimundo Morris, también héroe del Ejército de Los Andes.

El comienzo de la travesía fue brillante. Una semana después del zarpe, la nave corsaria consiguió capturar a la fragata mercante Las Tres Hermanas, proveniente de Santander, España, y con destino a El Callao, logrando un importante botín, que junto con la nave se envió de inmediato a Valparaíso. Luego continuó hacia el norte.

Advertido el virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, de que esta nave enemiga viajaba a la cuadra de Pisco dispuso su mejor flota para capturarla. Envió tras ella a las fragatas de guerra Esmeralda y Venganza, ambas mucho mejor artilladas que la chilena, y a la fragata mercante La Piedad, armada de 14 cañones, básicamente para que incursionara en las caletas pequeñas en busca de la embarcación perseguida.

Las grandes naves regresaron a El Callao sin rastros de su presa, mientras los soldados de la Rosa de Los Andes desembarcaban, en busca de alimentos y agua fresca, en el pequeño poblado de Sechura, en las cercanías de Piura, haciéndose del pueblo casi sin disparar un tiro. Por la tarde de ese día fueron avisados de que se acercaba un destacamento enviado desde Piura, por lo que se retiraron del lugar.

El 24 de junio La Piedad sorprendió a la nave chilena y se entabló un fuerte cañoneo entre ambas, sin que ninguna lograra derrotar a la otra. Después de ocho horas de combate, al atardecer ambos barcos se separaron. La Rosa de Los Andes, muy dañada, fue ayudada por unos balleneros norteamericanos para que pudiera continuar viaje en busca de un lugar en el que efectuar las reparaciones. Illingworth escogió Las Galápagos, donde estuvo durante un mes arreglando  destrozos y curando heridos.

Mientras estuvo en tierra, el inglés ideó un plan para atacar Panamá, el principal puerto de enlace de los españoles y punto casi obligado de atraque para las naves que portaban las mercaderías que, provenientes del Pacífico, debían viajar a España. Durante la travesía hacia el istmo capturó al bergantín Cantón, que portaba un importante botín. En este barco viajaba, además, Vicente Rocafuerte, que quince años después sería presidente de Ecuador. Por supuesto que Illingworth lo trató caballerosamente, sin imaginar el importante destino que esperaba a su cautivo.

Siguiendo el plan trazado, el capitán Illingworth atacó la isla fortificada de Taboga, en lo que hoy es la salida occidental del Canal de Panamá. Este enclave servía como protección previa a la Ciudad de Panamá y su fuerte contaba con cinco cañones y dos lanchas cañoneras. El ataque inesperado de la nave chilena sorprendió a los defensores, que ofrecieron muy poca resistencia a los soldados desembarcados por Desseniers. Mientras en tierra combatía la infantería, en el mar se adueñaban de las dos cañoneras.

Fragata Rosa de los Andes

Pero pronto comprendió el inglés que atacar la costa panameña, muy bien guarnecida, era una misión suicida para su nave. Además, estando en Taboga, se enteró de que Bolívar había triunfado en Boyacá y, como dentro del plan de navegación entregado por O´Higgins y San Martín estaba apoyar la causa por la independencia de los países de América, inició una serie de ataques a poblados costeros que aún estaban en manos de las tropas españolas y realistas. Su primer objetivo fue la isla Gorgona, en lo que hoy es Colombia, donde liberó algunos prisioneros y capturó dos bergantines. Además liberó Tumaco y Buenaventura, ocupó la isla Taona y regresó a Panamá, donde canjeó los españoles capturados en Taboga por los ingleses cautivos de la fracasada expedición de apoyo a Bolívar, que dirigiera Gregor Mac Gregor.

De vuelta en Gorgona, organizó otra batida por los pueblos costeros, capturando Esmeraldas, Izcuandé, Tumaco y Guapí, esta última, mediante una acción heroica por cuanto se trataba de una plaza muy bien defendida. Desseniers con sus soldados marcharon de noche sobre la ciudad y atacaron a punta de bayoneta hasta conseguir la victoria. Capturaron ochenta y cinco prisioneros y toda la artillería del enemigo. Lo mismo ocurrió en Tumaco, donde derrotaron a una guarnición de doscientos hombres y se apoderaron de seis cañones. Aquí realizaron, en plena tarde y cuando el calor abrumaba, una acción conjunta de la infantería y los marinos, que desembarcaron en tres botes, sorprendiendo al enemigo por dos frentes.

Pero todas estas conquistas resultaban efímeras. Illinworth se daba cuenta de que con una nave resultaba imposible mantener el dominio de un litoral tan extenso y Bolívar, enfrentado a sus enemigos en el interior, no disponía de los recursos humanos ni materiales para mantener los logros de los chilenos.

En una de sus travesías costeras, el inglés se enteró, por unos indios, de una expedición española que, partiendo desde Cartagena de Indias, pretendía cruzar el istmo de Panamá para recuperar los territorios costeros arrebatados por la nave corsaria y temerariamente decidió hacer el camino en sentido contrario, para sorprender a los españoles antes de iniciar su viaje.

Con cien hombres cargando un bote lleno de pertrechos a hombros, cruzó desde el Pacífico al Caribe. El 4 de febrero, siguiendo el curso del río Atrato, comenzaron la travesía en la que los principales enemigos fueron el calor infernal, los mosquitos, las alimañas selváticas y los pantanos. Cuando llegaron a la zona caribeña, no encontraron ni un rastro de la supuesta expedición española. Frustrados y con muchos enfermos de fiebres, regresaron al Pacífico, donde se enteraron que los realistas habían recuperado Izcuandé.

El cansancio y la fatiga ya hacían mella en los soldados chilenos que, con mucho esfuerzo y pagando el alto precio de veintiuna bajas, lograron recuperar la ciudad, junto a dos bergantines que Illingward despachó a Chile junto con su carga.

Este sería el último aporte de la Rosa de Los Andes al Gobierno de Chile, porque el 20 de mayo, a la cuadra del río Esmeraldas, se produjo el encuentro con la Prueba, una de las naves que durante tanto tiempo los corsarios lograron esquivar.

La Prueba era una fragata de 1.300 toneladas, 52 cañones y con capacidad para quinientos tripulantes. Aun así, Illingworth decidió dar batalla con los poco más de ciento cincuenta hombres que le quedaban. Creyó que aprovechando la mayor agilidad de su nave lograría acercarse lo suficiente al enemigo para abordarlo, esquivando el fuego de sus baterías. Pero fue inútil.

El capitán de la Prueba supo mantenerlo a distancia con sus cañones, y la metralla, que causaba estragos entre los chilenos, no perdonó al inglés, que recibió esquirlas en su cara. Poco antes de desmayarse ordenó la retirada.

Las huellas de ese combate quedaron grabadas para siempre en una de las mejillas del capitán, que de ahí para adelante usó una placa metálica que le cubría la herida. Por eso recibió el mote de “Cara de Plata”.

Concluido este combate, Illingworth comprendió que con el contingente que le quedaba en condiciones de luchar, unido a las condiciones en las que estaba la Rosa de Los Andes, no podía continuar con su misión y resolvió regresar a Chile para rendir cuentas de lo hecho. Pero no logró su objetivo. Después de los últimos combates la nave tenía problemas de maniobrabilidad y, como ballena herida, encalló en la desembocadura del río Izcuandé. Vanos fueron los esfuerzos por zafarla.

Trece meses después de iniciada su misión y con mucho pesar, el capitán licenció a su tropa y él viajó a Cali, acompañado de muchos de sus soldados, para unirse al ejército de Bolívar.

El Libertador lo recibió con los brazos abiertos y lo incorporó a su ejército con el grado de coronel.

Lo que sigue en la vida de este valiente marino, será tema para otra historia.

 

Fernando Lizama Murphy

Septiembre 2016

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