CUENTO DE NAVIDAD

El 24 de diciembre a mediodía, se paralizaron las actividades en la oficina de contabilidad en la que trabajo, para que los funcionarios asistiésemos al salón de reuniones. Allí, los casi cincuenta empleados disfrutamos de un cóctel organizado por la gerencia, celebrando la Navidad. No faltaron los canapés, pastelitos, torta y otras delicadezas dispuestas por los jefes, acompañadas de champaña y bebidas. También nos repartimos los típicos regalos del amigo invisible.

Como siempre, las conversaciones giraron en torno a los temas habituales en las reuniones de oficina, con risotadas entre los hombres y comentarios relativos a la forma de vestir de la fulanita o a las conductas de la sutanita, por parte de las mujeres. No faltó el que con tono malicioso sacó a relucir el romance, tan “secreto” que todos conocían, entre el gerente y la nueva secretaria.

Como nos habían dado la tarde libre, cerca de las dos comenzaron los intercambios de abrazos de despedida y los deseos de una feliz Navidad. En ese momento se acercó a mí Inostroza, un empleado muy retraído que llevaba algunos meses trabajando en la empresa y que siempre permanecía como distante. Pensé que venía a desearme parabienes y lo abracé con entusiasmo, como si fuésemos viejos amigos, mostrando que también me sentía parte del espíritu navideño.

Debo decir que todo lo que sabía de este compañero de trabajo era lo que estaba a la vista. Que era bajo, de unos cuarenta años, muy delgado, de pelo crespo y ojos oscuros. De su vida, lo desconocía todo y me imaginé que a él con la mía, le pasaba lo mismo. Pero era otro tema el que quería conversar conmigo.

−Fernando –me dijo− yo sé que nos conocemos poco y que si aceptas lo que te voy a pedir, voy a alterar toda tu celebración, pero necesito un favor.

Lo miré extrañado. −¿Por qué me elige a mí, si apenas nos conocemos?− me pregunté. Pero algo en su mirada me hizo decir:

−Dime, de qué se trata.

Con eso abrí la puerta a una de las historias más extrañas que me han ocurrido.

−Resulta que mi madre, que tiene 84 años y está desde hace mucho tiempo postrada, padece de una forma de demencia senil que la va, poco a poco, regresando al pasado. Hace un par de años era una adolescente, ahora es una niña de unos cinco años.

−¿Y…?

−Le escribió una carta al Viejo Pascuero…

Diciendo esto me pasó una hoja de cuaderno en la que se podía leer, escrito con una caligrafía muy delicada, de esas de antaño y que para nada era la de una niña de cinco años:

Querido Viejito Pascual:

Te escribo esta carta para pedirte que para Navidad me traigas un oso de peluche de esos que tienen un corazón en los brazos que dice “Te amo”. Yo me he portado bien todo el año para que tú me des ese regalo.

Muchas gracias y saludos a los gnomos que te ayudan a fabricar los juguetes y a los renos que te trasladan por el cielo para hacer felices a los niños como yo.

Me quedé mirando a Inostroza sin saber qué decir.

−Como tú eres alto y macizo, te quiero pedir que te disfraces de Viejo Pascuero y le lleves el regalo a mi madre. Lo haría yo, pero como puedes ver, mi contextura no es precisamente la más adecuada.

Pensé en mi mujer, en mis dos hijos, en nuestra costumbre de asistir en familia a la misa del gallo, a la que mi señora partía antes con los niños para que yo me quedase poniendo los regalos en torno al árbol. Pensé en mis padres ya fallecidos, en que quizás si me atrasaba mi señora se llevaría un disgusto. En fin, una procesión de situaciones, recuerdos y añoranzas, viajaron por mi mente en unos segundos que seguramente a Inostroza le parecieron interminables. Como no le daba una respuesta, me dijo:

−Si no puedes no importa, yo sé que tienes a tu familia y no me gustaría causarte algún conflicto.

Pero le dije que sí y en pocos minutos estaba en el baño de la oficina poniendo sobre mis ropas el disfraz de Viejo Pascuero que Inostroza había arrendado para la ocasión. El calor de diciembre es sofocante y nunca me imaginé el tormento que es para esos hombres que se ganan unos pesos en estas fechas, disfrazados.  

Poco después salimos en mi automóvil con rumbo a un barrio que yo desconocía y nos detuvimos frente a una casa que mostraba que tuvo tiempos mejores. Desde la calle se veían titilar en el interior las luces de una guirnalda en el árbol navideño.

Inostroza, que permaneció en el auto, me dijo

–La habitación de mi madre es la segunda puerta a mano derecha. Como puedes ver desde aquí, a la entrada está el árbol de pascua donde encontrarás un único paquete. Es su oso de peluche.

No sé de dónde me salió, pero al entrar al dormitorio dije el ¡Jojojo! tan fuerte, que la anciana despertó de su sopor y abrió unos ojos desmesurados mientras se llevaba ambas manos a la cara, como tratando de disimular su asombro. Era evidente su desmejorada salud, pero sacó fuerzas de flaquezas y se irguió en la cama:

−¡Viejito Pascual! – dijo con una voz apenas audible, en un tono que me llamó la atención, porque parecía imitar una voz infantil.

Me senté a su lado y comencé a acariciarle el cabello cano y desgreñado. Ella se acurrucó contra mí y la sentí llorar. Me imaginé que de alegría, aunque a mí también me salieron unos lagrimones. Recordé que nunca tuve a mi madre en los brazos como ahora lo hacía con una extraña. Hice el ademán de tomarla para llevarla en volandas hasta el árbol, pero ella me interrumpió:

−¡No! Yo puedo sola.

Se sentó a la orilla de la cama y se puso de pie. Tambaleaba y temiendo que se fuese a caer, la tomé de un codo y acompañé su pausado caminar hasta llegar al sitio en que se encontraba el regalo. Le acerqué una silla para que se sentara y lo abriese con tranquilidad. Lo hizo con la delicadeza que solo los ancianos ponen en sus acciones, evitando romper el papel. Cuando apareció el oso, lo abrazó como seguramente lo hizo con sus hijos recién nacidos, con una ternura conmovedora. Pasados unos minutos, me miró con cara suplicante y me dijo:

−Viejito ¿me puede regresar a mi cama?

Ahora si la tomé en volandas y la deposité en su lecho. Pronto dormía abrazada a su oso.

Una vez en el auto, me despedí de Inostroza y continué viaje hasta mi hogar disfrazado de Pascuero. Había decidido darle una sorpresa a mi familia, que disfrutó con mi humorada.

Me saqué el disfraz, me vestí adecuadamente para ir a la misa del gallo. Como siempre, mi señora y los niños me precedieron, mientras yo acomodaba los paquetes en torno al árbol.

Una vez en la iglesia, le di gracias al Niño Jesús por esa inmejorable oportunidad de brindar amor que puso en mi camino. 

Fernando Lizama Murphy

2 comentarios en “CUENTO DE NAVIDAD

  1. Enrique Merlet

    … Muchas Gracias Fernando por el hermoso regalo navideño de recordar con tu relato a mi querida Mamá… persona que, como dijo el sacerdote Ramón Ángel Jara creo que se llama, “tiene algo de Dios…”

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