Por Fernando Lizama Murphy
La santa ley de Jesucristo gobierna nuestra civilización; pero no la penetra todavía. Se dice que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea, y es un error. Existe todavía; sólo que no pesa ya sino sobre la mujer, y se llama prostitución.
Víctor Hugo
A Argentina, entre 1860 y 1940, arribaron más de seis y medio millones de migrantes europeos. Provenían de Italia, España, Francia y muchos de otros países del oeste de Europa, con una corriente importante que viajaba desde Polonia, la mayoría de los cuales eran judíos que escapaban de los pogromos creados en Rusia y posteriormente perseguidos por los nazis. En casi todos los casos los empujaba la pobreza.
Una vez en Argentina y como era natural que ocurriera, las diversas colonias se reunieron entre compatriotas lo que permitió que nacieran organizaciones cuyo objetivo era, inicialmente, el ayudarse entre ellos. Por eso casi todas tomaron el nombre genérico de sociedades de socorros mutuos, y dentro de estos socorros, además de ayuda para la educación de los hijos, la salud, ayudas mortuorias, actividades sociales y otros, estaba el apoyo para que iniciaran negocios que les permitieran vivir como lo soñaran al momento de abordar las naves que los trasladarían a su nueva patria.
Muchos de los migrantes prosperaron y se convirtieron en distinguidos miembros de la comunidad. Lo que no todo el mundo sabía (o si lo sabían, simulaban ignorarlo) era que, paralelamente a sus negocios oficiales, algunos migrantes desarrollaban una actividad muy lucrativa, ilícita y socialmente repudiable: la trata de blancas.
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