HISTORIA DE LA CAPTURA DE CETÁCEOS EN EL LITORAL CHILENO

Por Fernando Lizama Murphy (Miembro de la Academia de Historia Naval y Marítima de Chile)

Entonces dame un ballenero, dondequiera que esté,
que no tema a un pez que pueda nadar en el mar salado;
luego dame un barco apretado y con velas cómodas,
y por último acuéstate al lado del noble cachalote;
en el Índico océano,
o el océano Pacífico,
No importa qué océano
Adelante, tira O!

Estrofa de antigua canción marinera, publicada por J.N. Reynolds (1799-1858) en su trabajo de 1839 titulado: “Mocha Dick o la ballena blanca del Pacífico: una hoja de un diario manuscrito”.

Agradecimientos. Cuando se busca información sobre la caza de cetáceos en Chile, casi todos los caminos conducen al libro “Soplan las ballenas” y a otros trabajos publicados por el antropólogo, profesor e investigador de la Universidad de Chile, señor Daniel Quiroz Larrea, sin duda el mejor documentado estudioso del tema. Basado fundamentalmente en ese texto y gentilmente autorizado por el profesor Quiroz, he escrito este trabajo. También me he tomado la libertad de utilizar algunas de las imágenes que ilustran esa publicación.

INTRODUCCIÓN

El extenso litoral chileno permite que en él se hayan logrado identificar 43 tipos de cetáceos, correspondientes a tres de las cuatro especies que en este momento circulan por los océanos del planeta. La variedad climática, desde el extremo sur polar hasta las cálidas aguas del norte, resultan ser el hábitat apropiado para muchos de estos enormes mamíferos acuáticos que, se calcula, hace más de 50 millones de años, en el eoceno, hicieron su aparición, primero caminando sobre la tierra, para luego de un largo proceso de transformación, convertirse en lo que vemos nadando, cada día menos, por los océanos.

Evolución antes de sumergirse en el mar

La necesidad de sobrevivencia de los primitivos seres humanos los obligó a ver en todas las formas de vida, tanto animal como vegetal, un medio principalmente de alimentación y abrigo, lo que los impulsó a capturar y recolectar las especies que les permitiesen satisfacer esas necesidades básicas. Pero los cetáceos eran demasiado grandes como para cazarlos con los rudimentarios elementos de los que disponían, por eso, en los comienzos, solo se sirvieron de aquellos que varaban en las costas.

A medida que las armas evolucionaron e inventaron las arrojadizas que les permitían alcanzar a cierta distancia sus objetivos, los habitantes de las costas de nuestro continente comenzaron a aventurarse un poco mar adentro para pescar y capturar presas mayores.

Es muy probable que los primeros cetáceos capturados fuesen ejemplares enfermos, moribundos o crías, pero eso los animó a intentar atrapar presas mayores que les permitiesen disponer de alimento y calor por más tiempo, aunque el riesgo fuese grande, porque con su fuerza podían halar varias embarcaciones pequeñas de una sola vez, arrastrando a sus tripulantes a los abismos.

Pero seguramente valía la pena, porque lo que obtenían esos cazadores era carne como alimento, las barbas como corazas, los huesos como soporte para viviendas o para fabricar herramientas y principalmente la grasa, que les servía para proteger su cuerpo del frío y, una vez que descubrieron la forma de derretirla y convertirla en aceite, de iluminación, calor y alimento. 

LOS COMIENZOS EN EL LITORAL CHILENO

El largo litoral de lo que hoy es Chile permitió que diversos grupos humanos, según su ubicación geográfica, desarrollasen diferentes técnicas de captura y del uso que se les daba a las múltiples partes que la anatomía de una ballena podía entregar. 

Por ejemplo, Martín Gusinde (1886-1969), sacerdote y antropólogo alemán, que arribó a Chile en 1912 permaneciendo hasta 1924, años en los que dedicó la mayor parte de su tiempo a investigar las culturas fueguinas, asegura que los canoeros australes, como los yámanas, selk-nam o kaweskar, no cazaban ballenas pues nunca se acercaban a un ejemplar sano. Siempre buscaban animales heridos a los que rodeaban con muchas canoas, arponeándolos para debilitarlos aún más y cuando veían que era incapaz de causarles daño, lo ataban con sogas para arrastrarlos hasta la costa, ayudándose con las mareas.

Una vez varado cortaban en bloques cuadrados la grasa o tocino, utilizando conchas de moluscos, especialmente choros. Al centro del bloque hacían una incisión por la que los portadores pasaban su cabeza, lo que les permitía trasladarlos sobre sus hombros como si se tratase de un poncho.

A veces las mareas no ayudaban a estos propósitos y se veían obligados a efectuar la faena en el mar, trasladando en sus embarcaciones a la costa las partes que podían rescatar, que eran muy pocas, desperdiciando gran parte de ellas.

Faenamiento de una ballena varada, por los yaganes. C. 1865, en Archivo Klaus Barthelmess, Colonia, Alemania.

En tierra, las mujeres procedían a derretir la grasa para transformarla en aceite que utilizaban por encender fuego, iluminarse durante las largas noches australes o impregnar el cuerpo como un modo de defensa contra el frío. La carne era alimento y en algunas ocasiones, con las barbas fabricaban unas especies de corazas para defenderse de los ataques enemigos.

Uno de los aspectos destacados de la captura de ballenas eran las muestras de solidaridad entre habitantes de distintas comunidades cercanas. Como el autor de la captura o del hallazgo de una ballena varada sabía que su núcleo familiar no sería capaz de consumir toda la carne que el cuerpo del animal entregaría, a través de señales de humo invitaban a vecinos cercanos para compartirla.

Cuando la presa se lograba faenar en tierra, prácticamente todo lo que entregaba la ballena era aprovechado. Los huesos más grandes servían para construir viviendas que cubrían con pieles de lobos marinos, los huesos pequeños se utilizaban como asientos u otros elementos domésticos y los más pequeños, servían para fabricar instrumentos de cocina, de caza, en algunas culturas en elementos para tejer, hilar o para confeccionar artesanías. Los tendones y las tripas se usaban para fabricar cuerdas y así, prácticamente todo tenía una utilidad.

Más al norte, entre los mapuches, la captura de ballenas era menos frecuente, no porque no hubiese abundancia de cetáceos en su zona geográfica, sino porque no habían desarrollado las técnicas necesarias o no habían descubierto todos sus usos, aunque existen evidencias de que utilizaban sus huesos como herramientas agrícolas y para otras funciones relacionadas con el trabajo de la lana.

Al parecer, la mayoría de los avistamientos y varazones se produjeron en las cercanías de la isla Mocha, porque es un entorno citado con frecuencia en la escasa literatura y en la mitología mapuche. 

Mitología que se nutrió de una importante leyenda inspirada en los grandes cetáceos: la de las Trempulcahue.

Las trempulcahues son cuatro ancianas que trasladan las almas de los muertos hasta un sitio de tránsito hacia el más allá. Para cumplir esta misión, las ancianas se convierten en ballenas durante la noche, de manera que ningún ser vivo puede verlas, y llevan el alma del difunto hasta un punto de encuentro que sería la Isla Mocha, desde donde, luego de pagar en llancas (piedras color turquesa) por el traslado, son encaminadas al descanso eterno en un lugar remoto de occidente por un botero, un ser gruñón, al que se le efectúa el pago. Si no queda conforme con lo que recibe, golpea al difunto con el remo y si no paga, le saca un ojo. Si el muerto quiere viajar acompañado de su perro o su caballo, le cobra extra. Sobre este mito existen varias versiones, todas con similitudes con el mito griego de Caronte.

En el Compendio de la historia civil del reino de Chile, Juan Ignacio Molina describe de esta forma el paso al más allá:

“al instante que los parientes han abandonado al difunto, una vieja llamada tempulcagüe viene, como ellos dicen, en forma de ballena, para llevarlo a los Campos Elisios, pero antes de arribar allí debe pagar el pasaje a otra pésima vieja, que está en cierto paso estrecho, la cual quita un ojo a los pasajeros cuando no es puntualmente satisfecha”.

Otra historia, que también se desarrolla en torno a la Isla Mocha, es la de Mocha Dick, una gigantesca ballena blanca que atacaba a las embarcaciones hasta que después de muchos intentos, los balleneros logran capturarla.

El primer ataque de esta ballena está registrado en 1810 y fue capturada en 1838. Es decir, durante 28 años deambuló por el Pacífico Sur, defendiéndose de sus agresores y devolviendo los ataques, según acusaban los balleneros, muchos de los cuales se obsesionaron con la captura de este gigantesco cetáceo. El explorador Jeremiah N. Reynolds recopiló la información disponible en la época y publicó un trabajo en The Knickerbocker en el mes de mayo de 1839, trabajo que se puede leer en el sitio: Mocha Dick: Or The White Whale of the Pacific: A Leaf from a   Manuscript Journal (Consultado septiembre 2023)

Lo curioso de esto es que el artículo de Reynolds vio la luz doce años antes de que Herman Melville publicara su famosa novela Moby Dick, evidentemente inspirada en la Mocha Dick de Reynolds.

También sirvió de inspiración al escritor chileno Francisco Ortega quien, junto al ilustrador Gonzalo Martínez, publicaron en el 2012 el libro “Mocha Dick, la leyenda de la ballena blanca”.

Continuando hacia el norte llegamos a las tierras de los changos, grupo de naturales que habitaron una extensa zona asociada al litoral del Desierto de Atacama. Ellos fueron los inventores de las balsas fabricadas con cueros de lobos marinos inflados, que se usaron hasta avanzado el s.XX para trasladar minerales a los barcos que esperaban a la gira ser cargados.

Réplica de la embarcación utilizada por los changos, exhibida en el Museo de La Serena. Foto: Fernando Lizama Murphy.

Tal vez la más interesante fuente de información respecto a la captura de cetáceos efectuada por estos aborígenes, proviene de las pictografías que se conservan en las rocas de la zona de El Médano, cercana a Taltal, donde muchos dibujos muestran actividades relacionadas con la captura de ballenas.

No existe un testimonio que permita establecer con claridad si la captura más habitual eran animales sanos o enfermos, o crías, o varados. Lo que lograron establecer algunos estudiosos de su cultura fue que el aceite de ballena era la principal bebida consumida por ellos. En una zona donde la aridez y la escasez de agua es permanente, cualquier otro líquido podía suplir su carencia.

Pictografía de El Médano- Taltal – Chile

También los habitantes de la costa desértica utilizaron los huesos para la construcción de sus viviendas y para otros usos domésticos. 

En síntesis, la costa chilena ha sido desde siempre un excelente corredor para las más diversas especies marinas, destacándose entre ellas, los cetáceos. Sin duda que su enorme tamaño constituía un escollo difícil de enfrentar con los elementos de los que disponían los habitantes primitivos del país, no obstante se las arreglaron para usufructuar de los beneficios que para las diversas actividades humanas proporcionaban los gigantes del mar.

LLEGAN LOS BALLENEROS

Todo cambió en este lado del mundo a partir de los últimos años del s XVIII, cuando muchas embarcaciones y hombres que quedaron sin trabajo al concluir la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, se hicieron a la mar para buscar esta nueva fuente de ingresos: la captura de cetáceos y lobos marinos.

 Sello de Hondarribia, 1266. Muestra una chalupa vasca en plena faena.

La captura de ballenas con fines comerciales se atribuye a los vascos, que ya en el s XI d.C. la efectuaban con técnicas aprendidas de los normandos. Cazaban sus presas con sus naos, pinazas y chalupas, negociaban productos y subproductos a través de Europa. Claro que las embarcaciones de estos intrépidos navegantes eran pequeñas y solo les permitían alejarse a una distancia moderada de su centro de operaciones.

Muy pronto nautas de las otras potencias navales de Europa se interesaron en el negocio y flotas inglesas, francesas, holandesas, con veleros de hasta 400 toneladas, comenzaron a recorrer todos los océanos en busca de los gigantes del mar y de los lobos marinos, cuyas pieles eran muy apetecidas, en periplos que a veces podían durar años.

Eso hasta que los estadounidenses decidieron entrar en la competencia, creando dos centros de operaciones en la costa atlántica: Nantucket y New Bedford, que se convirtieron en el corazón de la industria ballenera mundial.

En la bitácora del Emilia, fragata de 280 toneladas, el 3 de marzo de 1789 se consiga que Archaelus Hammond, primer oficial, arponeó un cachalote frente a la costa entre Arica e Iquique. Se estima que fue la primera captura ocurrida en el Pacífico Sur utilizando métodos más modernos. Después de 18 meses en el mar, el barco regresa a Londres, desde donde zarpó, portando una carga de 139 toneladas de aceite y 900 pieles de lobo de mar. En la capital británica la prensa informa que se trata del único ballenero que ha rodeado con éxito el Cabo de Hornos.

La noticia no tardó en despertar la codicia de toda Europa y de Estados Unidos, que fijaron sus ojos en el Pacífico Sur, el que fue invadido por barcos de distintas banderas.

Pero no todo era fácil para estos navegantes. La corona española reinaba en estos territorios y toda nave con bandera de otra nacionalidad era vista o como eventual enemigo o como contrabandista. No debemos olvidar que España prohibía la comercialización de productos que no fueran de su manufactura en los territorios de ultramar, lo que se convirtió en un gran incentivo para el alijo.

Esta es la razón por la que a la primera nave ballenera extranjera que arriba a Valparaíso, la Mary Ann, en los primeros días de 1793, fuera rechazada por las autoridades por considerar que portaba contrabando.

Seguramente en Valparaíso no sabían o desconocieron la Convención de Nootka, firmada a fines de 1790, en la que España autoriza a Inglaterra a pescar en el Pacífico Sur como también permite que los ingleses residan temporalmente en territorios dominados, aunque no habitados, por españoles, como también autorizan a que comercien con naturales de la región.

Este convenio trajo problemas con las naves extranjeras no sólo en Valparaíso. También se registran incidentes en Coquimbo y en casi toda la costa sudamericana del Pacífico. Lima también rechazó embarcaciones con bandera inglesa que al final amparaban a barcos de otras nacionalidades y muchas veces con fines distintos a la captura de cetáceos.

Lo curioso del caso es que España se veía obligada a comprar a extranjeros para el abastecimiento de su país, aquellos productos obtenidos de la caza de cetáceos y lobos marinos en aguas que consideraban propias.

En septiembre de 1789 el Rey de España autoriza la creación de la Real Compañía Marítima, con el objetivo de participar en el negocio, claro que también se le encomienda la misión de poblar territorios despoblados y de neutralizar la gran cantidad de balleneros que circulan por los mares patagónicos. 

A esta empresa, que fija como centros de operaciones Puerto Deseado, en Argentina y Maldonado, en Uruguay, se le otorga el monopolio para comercializar los productos de sus capturas en territorios españoles.

Quizás por la diversidad de las funciones asignadas, o porque nunca llegaron todos los recursos requeridos para su buen funcionamiento, o por falta de preparación de las tripulaciones, la empresa fracasa y se disuelve en 1803.

No fue el único revés asociado a esta actividad. Muchos no pudieron ver la luz a causa de la burocracia virreinal o al impedimento para que empresarios extranjeros realizaran emprendimientos en territorios dominados por los hispanos.

Un caso que asombra por las cifras que se citan, lo constituye el intento de establecer una ballenera en territorio peruano, en 1815 ─cuando aún el Virreinato de Lima dependía de la corona española─, es el del empresario José Hipólito Unanue, copropietario del periódico Mercurio Peruano. En su presentación para obtener la licencia respectiva asegura que los ingleses:

“…exportan anualmente de la pesca de la ballena en nuestro Océano Pacífico el valor de nueve millones de pesos fuertes, que es el duplo de lo que producen las minas de oro y plata del Virreinato del Perú.”

Para evitar este expolio, Unanue presenta a las autoridades locales una serie de sugerencias que permitan defender esta riqueza, las que en definitiva son atendidas y aceptadas por el mismo Rey, pero que nunca se aplican, tal vez porque en ese momento luchaban realistas contra patriotas en las guerras de la independencia de los países sudamericanos.

En Chile, Ambrosio O´Higgins, a cargo de la Capitanía General, propicia, después de un viaje al norte, que, además del pescado seco, se concrete la explotación de la ballena como fuente de ingresos para la zona.

Alejandro Malaspina (1754-1810), el navegante italiano, en su viaje de exploración científica que lleva su nombre y que realizó bajo la bandera española entre 1789 y 1794, sugiere que se establezcan centros de operaciones para la industria ballenera en Tomé y Coquimbo.

Mapa de la expedición Malaspina.

En 1790 el ciudadano chileno Juan José de Santa Cruz presenta al Gobierno el siguiente proyecto, que al parecer, no es escuchado:

“Bien sabemos que en España es grande el consumo de aceite de ballena. Que los ingleses la vienen a pescar a nuestras costas para sacar con ella del mismo España la plata, que estos maestros de la especulativa expenden grandes costos y mucho tiempo para el logro de este ingreso; pues cuánto más fácil sería si los chilenos desde su misma casa, esto es desde la costa, sin internarse muchas leguas en el mar, consiguieran este ventajoso arbitrio, con embarcaciones menores y ligeras, como las que los extranjeros llevan en sus fragatillas y las herramientas necesarias de fierro, tenían hecho todo el costo. Con éstas podían seguir y herir las ballenas que llegan a tocar la costa, y siguiéndolas 4 o 6 leguas hasta que se desangrasen, las tirarían por un cabo a tierra, en donde teniendo una cómoda oficina las cocinarían para sacarles el aceite que, acopiado en pipas con facilidad, se conducirían al Callao con destino para España…”

Tal vez desde el escritorio, el señor Santa Cruz veía muy fácil la realización del proyecto.

En 1803 el Rey de España declara a Paposo capital del despoblado de Atacama y ordena que se pueble para que los habitantes se dediquen, entre otras actividades, a la caza de ballenas. El proyecto fracasa.

Mientras en este lado del mundo se dejaba pasar la posibilidad de un interesante negocio, los balleneros de Estados Unidos se preparan para incluir en sus derroteros el Pacífico Sur. La primera nave que zarpa desde Nantucket, la fragata Beaver, lo hace en agosto de 1791 para regresar en marzo de 1793.

Para darnos cuenta de la envergadura del negocio y de todo lo que implicaba, citamos textualmente una reseña que aparece en el libro del señor Quiroz:

“El capitán Paul Worth, en un nuevo buque de 240 toneladas de carga, llamado Beaver, zarpó de Nantucket en un viaje ballenero al Océano Pacífico en el año 1791. El costo total de dicho buque, equipado para el viaje, con la carga, es de $10.212. Lleva 17 hombres y tres botes, cada uno tripulado por 5 hombres, quedando dos hombres, llamados guardianes, a bordo del buque cuando los botes están persiguiendo ballenas. La parte principal de su carga, cuando se la equipa para el mar, consiste de 400 barriles de madera con aros de fierro (los restantes, aproximadamente 1.400, con aros de madera), 40 barriles de sal, 3½ toneladas de pan, 30 fanegas de porotos, 1.000 libras de arroz, 40 galones de melaza y 24 barriles de harina. Las provisiones adicionales del viaje fueron 200 libras de pan. El buque estuvo fuera 17 meses y fue el primero perteneciente a la isla que regresó del Océano Pacífico. Regresó con una carga de 650 barriles de aceite esperma, valorada en £ 30 por tonelada, 370 barriles de espermaceti, a £ 60 por tonelada y 250 barriles de aceite de ballena, a £ 15 por tonelada. El buque no estaba recubierto de cobre. Había otros cuatro buques de Nantucket cazando ballenas en la misma costa en esa temporada”

LOS AVENTUREROS CHILENOS

Si bien es cierto, de esa época no se conocen proyectos para crear industrias balleneras en Chile, no faltan los pequeños emprendedores que, por su cuenta, hacia 1830 se inician en el peligroso negocio de la pesca costera, especialmente desde la bahía de Concepción y sus alrededores.

Con precarias embarcaciones y premunidos de rústicos arpones, forman equipos de varios pescadores que zarpan frente al avistamiento desde la costa de cualquier cetáceo. Inicialmente, la mayoría no son personas que vivan de esta actividad, sino de balleneros ocasionales.

Daniel Quiroz menciona a José Olivares en Caleta Tumbes y a Juan Macaya en Isla Santa María, que comienza muchos años después que Olivares, como pioneros de esta actividad que lentamente y con más protagonistas, comienza a expandirse hacia el sur desde Talcahuano y el Golfo de Arauco, para, hacia finales del s. XIX llegar hasta Chiloé.

El caso de Macaya es muy interesante porque su trabajo, a través de varias generaciones, es transversal a casi toda la época de captura de cetáceos en la costa chilena, desde 1880 hasta la prohibición, en 1983.

En un gran promotor de esta actividad se transforma el periódico penquista “El Faro del Bío Bío”, que circuló en esa zona entre 1833 y 1835, que en sus páginas estimuló la creación de nuevos emprendimientos, destacando la caza de ballenas como uno de los mejores, no solo por lo que económicamente podía aportar a sus cultores, sino también por la formación que podía entregar a jóvenes para que más adelante se enrolasen como tripulantes de barcos de mayor tonelaje.  

Las investigaciones del profesor Quiroz le permiten encontrar rastros de instalaciones balleneras en Coliumo, que no se sabe con certeza si alguna vez entraron en operaciones.

Lo que sí se sabe es que en 1837, en Lotilla, poco más al norte de Lota, José Alemparte, intendente de Concepción, posee un establecimiento ballenero que lo administra un alemán de apellido Vagatbers que los locales chilenizan Vergara. La información proviene de Auguste Bardel, vicecónsul de Francia en Talcahuano que durante el año mencionado visita las instalaciones constatando que:

“Trabajan con él unos treinta hombres. La mayor parte son kanakas, indios de Tahiti y de las otras islas del Mar Pacífico. El resto se compone de desertores de balleneros estadounidenses. Han construido un establecimiento en uno de los lados de la bahía, donde despiezan las ballenas. Su pesca se hace con cuatro chalupas, las únicas embarcaciones que poseen”.

Se puede ver que ya entonces las tripulaciones eran bastante heterogéneas en cuanto a su procedencia.

Se sabe que en 1838 el mentado señor Vergara inicia los trámites para instalar otra planta ballenera en la Isla Quiriquina y que debe enfrentar diversas dificultades burocráticas para sacar adelante su proyecto, pero que a la larga da sus frutos porque se considera que su negocio fue el más importante del rubro en la época.

También se sabe, a través de las cartas que envió al gobernador, que solicitó protección para los balleneros nacionales, pidiendo que no se permitiera la comercialización de productos capturados por naves de otras nacionalidades en territorio chileno.

Quiroz sugiere que Vergara, junto a Olivares y Macaya, deben ser considerados los pioneros de la industria ballenera nacional.

LOS MACAYA

El caso de la familia Macaya merece una atención especial, en una historia en la que se mezclan el mito con la realidad. Por lo que se sabe, Juan Macaya trabajaba en Lota, en la industria del carbón y decide emigrar a la isla Santa María para dedicarse a la pesca y la agricultura. Ahí conoce a Juan da Silva, un portugués que trabajó embarcado en la industria ballenera, del que se hace muy amigo y que le abre los ojos hacia este nuevo negocio. Juan Macaya, padre de diez hijos y dos hijas, decide que sus descendientes sean la mano de obra de la sociedad de hecho que establece con el portugués, sociedad que bautizan “Los dos Juanes”.

La isla Santa María era generosa en cetáceos que en 1880 circulaban con bastante libertad por sus entornos. Los Macaya no eran la única familia que vivía, en parte, de la captura de ballenas, pero por algún motivo ese apellido se sobrepuso a los demás y terminó adueñándose de la historia.

Lo concreto es que Da Silva se casó con Isabel Macaya, hermana de Juan y como era un hombre mayor, fue el que dio las directrices del negocio, aunque al parecer participó solo al inicio de las capturas que se realizaban desde botes a remos, utilizando elementos muy precarios. El portugués les enseñó la técnica para lanzar el arpón, aunque lo que más valía era el arrojo de los cazadores.

Inicialmente se trató de un trabajo de oportunidad. Cuando se avistaban ballenas, los botes zarpaban tras ellas. Si no, la agricultura o la pesca y la recolección de mariscos eran el trabajo obligado para la sobrevivencia.

Sus embarcaciones, chalupas cuyo motor eran los brazos de los remadores, les permitían adentrarse a muy corta distancia de la costa, pero con la abundancia de cetáceos, conseguían presas a esa distancia.

El testimonio de Anselmo Macaya, hijo de Juan, grafica bien cómo era el procedimiento:

“salían de la isla en busca de la ballena en una chalupa de no más de 7 metros de largo. Un arpón y lanzas de afiladas puntas eran sus únicas armas. El valor y la audacia suplían la falta de medios. Se localizaba la ballena a unas dos o tres millas de la isla y comenzaba la cacería. La puntería y la fuerza para lanzar el arpón eran fundamentales. Era con la pura fuerza del brazo pues”.

En un día de suerte, podían conseguir una ballena por cada chalupa que zarpaba desde la isla. Cuando se llegaba a la costa con la presa, era difícil dejarla en seco, normalmente debían faenarla en el mar, con el agua hasta la cintura y salvando todo lo que se podía. Mucho del animal se desperdiciaba porque carecían de los elementos para obtener más productos. Aun así parece que era rentable, porque persistían en el tiempo.

Un tiempo después construyen una rampa para subir los animales con ayuda de dos yuntas de bueyes, lo que les permite un mejor aprovechamiento. Además fabrican hornos y fondos para cocinar la carne y extraer el aceite.

Desde el punto de vista familiar, todos participaban; los niños avisando cuando veían una ballena y las mujeres, entre otras actividades, encendiendo fogatas al atardecer para orientar el retorno de los navegantes,

Juan Macaya junto a sus hijos.

Así, lentamente, los Macaya fueron consiguiendo mayores grados de industrialización, hasta llegar a 1933, cuando comenzaron a utilizar un remolcador para trasladar las presas a la orilla, aunque la cacería seguía siendo desde la chalupa. Sólo en 1946 compran el INDUS 2, que rebautizan Juan I y se inician en la caza desde un barco ballenero. Dos años antes, en Talcahuano, había fallecido Juan Macaya Aravena, el fundador de una dinastía de balleneros del golfo de Arauco.

También en 1946 cambian el nombre a la empresa que pasa a llamarse Compañía Chilena de Pesca y Comercio de Macaya Hermanos y Cía.

Comenzando la década de los cincuenta, adquieren un terreno en el continente y en 1951 se instalan en lo que era el fundo Los Lobos en cuya costa se encontraba Caleta Chome. Hasta allá trasladan sus instalaciones, dejando la Isla Santa María después de setenta años de trabajar desde ahí en la caza de las ballenas. Hasta esta nueva ubicación los siguen muchos habitantes de la isla. El que asume como cabeza de la familia después de la muerte de Juan, es su hijo Anselmo Macaya.

Por supuesto que esta nueva planta trajo aparejada muchas innovaciones técnicas que le permitieron a la sociedad familiar trabajar en condiciones mejores que las que tenían en Santa María. Además construyeron viviendas para los trabajadores que los siguieron desde la isla y contrataron a la gente del antiguo fundo para que participara en la construcción de las nuevas instalaciones.

Barco de Macaya junto a varias presas.

Comenzó una época de esplendor para una población que, hasta la llegada de los Macaya, vivía de cortar leña.

Pero en la década de los sesenta se inició el ocaso aparejado a la disminución de ballenas y a la baja de los precios del aceite y otros productos asociados a la captura de cetáceos. Los Macaya solicitaron apoyo del gobierno, pero les fue negado porque los encargados de estudiar el proyecto consideraron que la explotación de las ballenas ya no era rentable.

Pese a eso, los Macaya invirtieron en nuevas embarcaciones, pensando en revertir la situación. Incluso se asociaron con japoneses que antes intentaron una fallida sociedad con INDUS, pero la familia no fue capaz de amoldarse a trabajar con personas ajenas a su núcleo y la sociedad fracasó.

En julio de 1981, después de muchos intentos por recuperar el viejo esplendor, los Macaya deciden poner candado definitivo a su empresa.

Caleta Chome- Ballenera Macaya abandonada.

OTROS CHILENOS EN LA AVENTURA

Mientras esta familia evolucionaba hasta convertirse en una exitosa empresa familiar, la captura artesanal continuaba practicándose, manteniendo como centro de operaciones la zona de Concepción, Talcahuano y alrededores, con una paulatina expansión hacia más al sur para llegar a Valdivia a finales del s. XIX.

Ya a comienzo del s. XX, en la zona comprendida desde la desembocadura del río Maullín hasta Carelmapu, se produce un verdadero boom de instalaciones, según lo consigna “El Comercio” de Punta Arenas en su edición del 7 de abril de 1905:

“en los parajes cercanos a los ríos i en la playa de Quillagua se han establecido en el corto transcurso de un año siete compañías, aparte de otra establecida en la isla Amortajado”.

El éxito logrado por los balleneros de Maullín contagió a muchas personas que se aventuraron o como empresarios o como tripulantes para participar del negocio, entre los que destaca don Teodoro Kamman que se inicia en el rubro en Chiloé, con dos chalupas.

En los primeros años del s.XX en la zona sur se vive el máximo esplendor de la actividad ballenera que conserva aún la mayoría de los rasgos de la pesca artesanal, mientras en Europa, en especial en Noruega, desde la segunda mitad del s. XIX la captura de los cetáceos se hacía desde naves a vapor y utilizando un invento atribuido a Sven Foynd: el cañón arponero, un artilugio que no solo se clavaba profundamente en el animal, sino que además detonaba un explosivo que permitía su muerte casi instantánea. Algunos incluso insertaban una especie de globo, que se inflaba dentro del cetáceo, para evitar que se hundiera. Se montaban en la proa de embarcaciones a vapor, construidas con cascos forrados en metal y diseñadas de tal forma, que eran casi inhundibles.

Pero no todos los intentos fueron de parte de pescadores artesanales. También los hubo de empresarios que, en los primeros años de la República intentaron organizar empresas con mejores elementos que casi siempre toparon con trabas burocráticas.

En 1819 el inglés Henderson, el estadounidense Wooster y el español Antonio Arcos se asocian para formar una ballenera que opere desde Coquimbo. Solicitan autorización al gobierno para funcionar por cinco años desde el puerto nortino hasta la Isla Santa María. Les autorizan dos años y solo desde Coquimbo, además los gravan con un 4% de impuesto, pagadero en aceite de ballena en el puerto de Valparaíso.

Henderson poseía la Reina del Pacífico, embarcación capturada un año antes. Lo concreto es que la empresa fracasa porque con motivo de la organización de la Expedición Libertadora del Perú, el gobierno les expropia los barriles y otras instalaciones, afectando a los inversionistas, que desisten del negocio con grandes pérdidas, destinando el barco a otros usos.

En septiembre de 1830, José Vicente Ovalle solicita al Congreso Nacional autorización para operar en la captura de ballenas, pidiendo exclusividad por diez años y libre de impuestos. El Congreso rechaza la exclusividad, porque atenta contra el desarrollo de la industria, aunque aprueba la liberación de derechos.

Parte del informe señala:

“que los privilegios exclusivos son perjudiciales a la industria y atacan la libertad del comercio, que el Congreso debe proteger a toda costa”.

El bergantín Buen Suceso, que se aperó para estas faenas, terminó dedicado a trasladar todo tipo de mercaderías y pasajeros y, al parecer, nunca participó en la captura de ballenas.

Bernardo O´Higgins, como estadista visionario, desde su destierro envía un informe explicando la importancia del litoral chileno para la pesca, especialmente del bacalao y de la ballena y sugiere a los capitalistas ingleses unirse para crear una gran industria con sede en Concepción, que neutralice la capacidad de captura de la flota estadounidense, aprovechando las ventajas comparativas que ofrece esa zona. Las autoridades de la época no toman en cuenta las sugerencias del ex Director Supremo, quizás porque había caído en desgracia en el país.

A comienzos de la segunda mitad del s. XIX ya se comenzó a percibir la escasez de cachalotes, una de las especies más cotizadas por los balleneros. Entonces las flotas buscaron más al norte, encontrando en el Estrecho de Bering una especie generosa en esperma y hacia allá se dirigieron especialmente los estadounidenses, seguidos por supuesto por embarcaciones de otras procedencias, entre las que figuraron dos naves chilenas, enviadas por los armadores Casa López y Sartori, de Valparaíso.

Las naves fueron el Pescador y el Revello que en su travesía por el Ártico lograron reunir más de tres mil barriles de aceite y dieciséis toneladas de barbas. El Revello naufraga en el mar de Okhotsk en septiembre de 1854, con pérdida total de la nave y las mercaderías. Afortunadamente los tripulantes, entre los que se contaban muchos chilenos, son rescatados.

Las pérdidas por el naufragio desaniman a los armadores que ya no enviarán más embarcaciones al Ártico pero, por otra parte, la migración de embarcaciones hacia el hemisferio boreal deja espacios en el litoral propio, que naves chilenas comienzan a aprovechar.

La partida de naves sobretodo estadounidenses, hacia el Ártico se nota en la sensible disminución en los atraques en Talcahuano. Cada año son menos los que arriban a ese puerto que languidece por la falta de actividad, como lo deja de manifiesto Carlos Pozzi, Gobernador Marítimo de Concepción, cuando se refiere al futuro de Talcahuano:

“depende enteramente del mayor o menor número de buques balleneros que lo frecuentan anualmente: por datos que tengo se calcula que cada ballenero deja al comercio en el desembolso de sus gastos de 1.500 a 1.800 pesos uno con otro i que no se sustentaría sin aquellos”.

Imagen de Talcahuano-1880.

Además está el problema de la cesantía que la situación deja en la zona. Hasta antes de esta crisis, cada día más marineros chilenos se embarcaban en naves extranjeras y al dejar de viajar éstas al país, muchos de ellos prefieren permanecer en su patria al saber que su barco posiblemente nunca regresará a puertos chilenos.

Por eso Pozzi busca la forma de suplir esos ingresos fomentando la creación de empresas locales que se dediquen a la captura de cetáceos.

Pero los interesados o no están dispuestos a arriesgar grandes capitales o no los poseen, por lo que la flota que se consigue formar está compuesta por naves de poco tonelaje que por un lado, operan con pocos tripulantes y por otro, no poseen mucha capacidad de carga.

En 1863 se registran tres naves balleneras en Talcahuano, la Eulalia, la Porcia y la Anita. En septiembre de ese año se agrega la Narcisa y un año después, la barca Mathieu & Brañas y la Ripple.

Ese mismo años son vendidas la Anita y la Porcia, que sus nuevos propietarios destinan a otras labores, por lo que la flota se mantiene en cuatro embarcaciones. En 1865 se incorpora la Charles & Edward.

Pero los resultados son pobres, por lo que las embarcaciones cambian con frecuencia de manos y de usos, lo que hace muy inestable a la industria. Pero el inagotable Pozzi no está dispuesto a dar la batalla por perdida y mantiene su entusiasmo para incorporar naves y empresarios al negocio que en 1868 renace, incorporando nuevas naves.

Aun así los resultados están lejos de lo esperado. Los propietarios se quejan pues la falta de apoyo del gobierno central los está llevando a la bancarrota. En 1872 casi todas las naves habían sido rematadas por sus propietarios para pagar deudas. El efímero resurgimiento de la industria ballenera había pasado.

El testimonio de Guillermo Délano, uno de los empresarios involucrados, es elocuente:

“tuvimos de liquidar la sociedad por la ninguna protección del gobierno, costándome a mí, uno de los socios, 30 mil pesos oro de 548 peniques, como también fuertes sumas a mis ya fenecidos amigos Burton, Trumbull, Fuentes, García, Mathieu y Brañas”.

Pero pese a los inconvenientes, la actividad continúa con muchos altibajos. Hacia finales del s. XIX vive un nuevo resurgimiento con empresarios como los de la sociedad Toro & Martínez, que utilizan tres naves: La Mathieu y Brañas, rematada a sus antiguos propietarios, la Gabriel Toro y la James Arnold.

Sobre esta última fragata y para comprender los riesgos que implicaba la actividad, copiamos la información publicada en El Sur, de Concepción, del 9 de marzo de 1899.

“Después de un crucero de más de ocho meses ha fondeado en esta bahía la barca ballenera chilena James Arnold, de la matrícula de este puerto. Conduce a su bordo lo siguiente: 700 barriles de right whale y 300 barriles de esperma. Durante el viaje hubo un serio accidente que por fortuna no produjo graves consecuencias. Persiguiendo una ballena, uno de los botes del buque, tripulado como de costumbre por un piloto y cinco hombres más de la tripulación, habiéndose acercado con arrojo temerario recibió un terrible golpe de la cola del enfurecido cetáceo. La embarcación quedó destrozada y uno de los marineros, chileno e hijo de este puerto, fue golpeado en la espalda; pero felizmente no de una manera mortal pues el herido se encuentra muy mejorado ya. La James Arnold ha hecho su viaje al mando del capitán Mr. W. H. Chase”.

Fragata James Arnold en su viaje a Chile, 1895. Foto: New Bedford Whaling Museum.

En 1922, la James Arnold fue el que bajó la cortina de la industria ballenera de esa época, en Talcahuano. La iluminación mediante electricidad, tanto doméstica como industrial, fue desplazando el uso del aceite de ballena. Además aparecieron nuevos lubricantes que también afectaron el consumo de los derivados de los cetáceos. El precio del aceite se fue al suelo e hizo impracticable el negocio, por lo menos de la forma en que se llevó a cabo hasta ese momento.

Casi al mismo tiempo que en Talcahuano, la industria ballenera se desarrolla en Valparaíso claro que de manera más formal, en términos de que se organizan sociedades y empresas con infraestructura y con mayor respaldo económico. Pero no por eso más eficientes siempre.

Sobre con membrete de los armadores Toro & Martínez.

En 1871 se inicia sus actividades la Compañía Chilena de Balleneros S.A., con una flota inicial de siete naves. Durante cuarenta y cinco años operó, hasta 1917, año en que regresa a Valparaíso el Josephine, último barco de la empresa, con 1.300 barriles de aceite de esperma.

Los tripulantes que navegaban en los barcos de esta compañía eran de muchas naciones, casi siempre predominando los extranjeros por encima de los chilenos. Por ejemplo, en el año 1875 los siete buques tenían una tripulación total de 198 navegantes de los cuales 104 eran extranjeros y ocupaban los puestos de mayor responsabilidad, lo que se debía fundamentalmente, a la vasta experiencia que los marinos de otras naciones poseían.

Como en todas las travesías por mar, las tripulaciones de los balleneros debían enfrentar situaciones más o menos complejas, sobre todo teniendo en cuenta que, además de la soledad, del hastío por los largos viajes, de las veleidades climáticas, debían vérselas con los mamíferos más grandes existentes en el planeta a los que encaraban en su propio ambiente y con elementos manuales que si bien algo habían evolucionado, conservaban muchas precariedades.

Casi toda la novelesca existente sobre el tema destaca el valor del marino al enfrentarse a su presa, mucho más poderosa que él y que para ganar la lucha tienen que hacer gala de toda su astucia y experiencia a fin de no sucumbir en el intento.

Como otro episodio digno de destacar, porque muestra cómo era la vida de estos marinos, a continuación entregamos el relato de Robert Davis, primer piloto de la Pescadora, quizás la nave más importante de la Compañía Chilena de Balleneros, que naufragó el 2 de octubre de 1879 en las costas de Baja California:

“el día 22 de febrero del presente año nos despachamos del puerto de Valparaíso para la pesca en la costa noroeste de este continente i habiéndose concluido la estación favorable en ese lugar nos dirigimos a la isla de Guadalupe para hacer leña i refrescar los víveres. No habiendo podido hacer leña en esa isla i teniendo además varios hombres atacados del escorbuto, resolvimos ir a la bahía de la Magdalena para curar los enfermos i hacer agua i leña. El día dos de octubre, navegando a lo largo de la costa, en las inmediaciones de dicha bahía, tocamos en un banco desconocido de arena. Se tomaron todas las precauciones para salvar el buque, pero a las dos horas de estar sobre el banco, saltaron algunos frentes de tablas i estableciendo vías de agua que a los veinte minutos se llenó completamente de agua i lo consideramos perdido el buque. El señor capitán ordenó armar cuatro chalupas que se cargaron con algunas provisiones, agua i el equipaje del capitán y su señora i con toda la tripulación nos dirigimos a la Isla Margarita que distaba milla i media del lugar del siniestro”

Cabe destacar que fallecen ahogados dos tripulantes, cuya muerte, en gran medida, según Davis, se debe a que el capitán dejó abandonada a la tripulación.

Como se puede percibir en el relato, las enfermedades y los riesgos de naufragio eran compañeros frecuentes de las tripulaciones. Además permite saber que el capitán viajaba junto a su señora, lo que no era tan infrecuente. Lo otro que resulta visible es que la nave zarpó el 22 de febrero y naufragó siete meses y medio después y en aguas lejanas, cuando quizás aún faltaba bastante tiempo para el regreso al puerto de origen. La permanencia fuera de casa por largas temporadas era habitual para los balleneros, por eso existen registros que permiten establecer una ausencia de cuatro años fuera de su lugar de zarpe.

Además de la Compañía Chilena de Balleneros, otras dos sociedades se organizaron en Valparaíso, pero no prosperaron: la Compañía Nacional de Balleneros S.A. y la Compañía de Balleneros y Refinadora de Aceite.

El ocaso de la Compañía Chilena de Balleneros se percibe con claridad en la entrevista que el capitán de una de las naves, Andrew D. West, retirado poco tiempo antes, concede a The Lowell Sun, un periódico de la ciudad de Lowell, en Massachusetts, en marzo de 1914:

“la compañía para la que trabajé tiene sólo un buque ballenero bueno: la barca Josephine; en el viejo Nautilus, donde estaba, en cualquier noche de luna, uno podía ver su resplandor a través de las grietas de la cubierta y borda; teníamos que bombear el agua cada dos horas y el viejo Pescadora, otro ballenero, está en la misma situación. Lo único que salva al Nautilus de caerse a pedazos es que fue recubierto de cobre muchos años atrás, cuando fue construido para navegar desde New Bedford”.

Y con respecto a los marineros criollos, emite un juicio bastante crítico:

“los balleneros chilenos no son buenos, son flojos y rebeldes, y se dedican más a liar y fumar cigarros que a trabajar para mantener el buque en forma y ordenado, excepto cuando quieren capturar ballenas para tener dinero”.

Incluso asegura que a bordo de la nave él debía dormir con la puerta trancada, armado y dispuesto a defenderse de algún ataque nocturno de los tripulantes.

Su testimonio es importante porque el capitán West no era ningún novato. Cuando llegó a Chile para hacerse cargo del Josephine, tenía veinte años de experiencia como ballenero. Su comentario final es premonitorio y lapidario:

  “el negocio ballenero acá no durará más de dos años”.

En 1917 tocó puerto el Josephine por última vez con cargamento para la Compañía Chilena de Balleneros, que muy pronto inició su liquidación.

  El capitán Andrew D. West, a bordo del Josephine, 1909.  Foto: New Bedford Whaling Museum.

APARECEN ANDRESEN Y EL CAÑÓN ARPONERO

Tal como lo dijimos, en 1864, en Noruega, la invención del cañón arponero representó toda una revolución en la industria ballenera, pero estos adelantos tardaban en llegar a nuestro continente y a Chile.

Y a este país llegó de las manos de un noruego que se convirtió en pionero y en el eje en torno al cual giró durante varios años la industria ballenera moderna en Chile, sobre todo en la zona austral: Adolf Andresen, que llegó a Punta Arenas en 1894, para trabajar en el negocio del salvamento, pero pronto descubrió la enorme riqueza que esa zona guardaba en cetáceos.

Regresó a su país para volver a Chile con un cañón arponero que instaló en el vapor Magallanes, que lo adaptaron para la caza ballenas, de propiedad de los armadores Braun & Blanchard, con quienes el noruego hizo sociedad. El primer viaje, que zarpó el 18 de septiembre de 1903, fue un fiasco porque no cazaron ninguna ballena, limitándose a capturar lobos de un pelo, por su cuero y su aceite.

Entonces Andresen viajó a Ancud y reclutó una tripulación de chilotes con experiencia y los resultados empezaron a cambiar, entusiasmando a los socios para ampliar la empresa a la que invitaron a participar a otros capitalistas, quedando constituida como Sociedad de Bruyne, Andresen y Cía.

Adolf Andresen (izquierda). Cañón arponero (derecha).

Con la incorporación de una nueva nave, el ballenero Almirante Montt, los resultados fueron aún más halagüeños lo que llevó a los inversionistas a un nuevo incremento de capital, pasando a llamarse “Sociedad Ballenera de Magallanes” que, con recursos frescos, incorporó dos buques cazadores, más una nave factoría y un velero para abastecer a la nueva flota.

Es tanto el éxito, que deciden establecer un poblado en la isla Decepción, que se convierte en el primer lugar habitado en ese remoto territorio. A Andresen, los medios locales lo definen como “el marino noruego que se ha convertido en un rayo de exterminio para todos los cetáceos australes”

Como era habitual en la época, Andresen realizó travesías junto a su esposa, la magallánica María Rasmussen, (otras versiones aseguran que su mujer se llamaba Wilhelmine Schröeder) que muy posiblemente se convirtió en la primera mujer no aborigen en vivir en el continente antártico.

Según datos de la International Whaling Commission, Cambridge, Inglaterra, entre 1904 y 1915, la Sociedad Ballenera de Magallanes capturó 3.755 ballenas.

Andresen se retira de la sociedad en 1912, marcando el comienzo de la decadencia de Sociedad Ballenera de Magallanes, que operará hasta 1915.

Procesando ballenas en el “Gobernador Bories”. Isla Decepción, Antártica, 1908. Foto: Edward A. Binnie, Archivo Iconográfico Instituto de la Patagonia, Universidad de Magallanes.

El noruego forma su propia empresa, la South America Whaling Society, que inicia sus operaciones con dos barcos balleneros adquiridos en plaza y una nave factoría que compra en Noruega, pero los resultados no son los esperados por este voluntarioso marino, a raíz de la disminución de las presas y la baja del precio del aceite, y decide regresar a su patria donde trabaja en otras actividades relacionadas con el tráfico marítimo, hasta que lo sorprende la gran depresión y resuelve volver a Chile.

Porque no es hombre de quedarse de brazos cruzados y a pesar de tener más de sesenta años, organiza junto a un grupo de cincuenta y dos noruegos y un sueco, la Comunidad Chileno-Noruega de Pesca, que lamentablemente no funcionó bien, llevando a este empeñoso noruego a la ruina, situación en la que lo encontró la muerte en 1940.

A la memoria del Comodoro Andresen. Cementerio de Punta Arenas.

Un poco más tarde que Andresen, en 1908, otro noruego, Christian Christensen se establece en el extremo sur de la isla de Chiloé para cazar ballenas en la Antártica. Arriba al país con su flota de dos naves cazadoras provistas de cañón arponero y una barca. Pero no tiene la misma suerte que su compatriota y en 1913 deja de operar.

Pero otros Christensen, los hermanos Augusto, Soren y Lars, se unen al capitán de apellido Korsholm, que en 1906 había fundado junto a Jorge Anwandter y otros la Sociedad Ballenera y Pescadora de Valdivia, y organizan la Sociedad Ballenera Christensen y Cía. Pero alcanzaron a operar tres años con resultados que los socios no consideraron satisfactorios y la vendieron en 1911, después de capturar 924 ballenas.  

La compró otro noruego, Wilhem Jebsen, que la bautizó AS Corral, que tampoco tuvo éxito y dos años después vendió las instalaciones a Jorge Anwandter, que con seguridad le había tomado el pulso a la actividad en su experiencia anterior con la Sociedad Ballenera y Pescadora de Valdivia.

A su nueva empresa la bautizó Sociedad Ballenera de Corral, transformándose en una de las más exitosas del rubro. Se mantuvo operando por más de veinte años, entre 1913 y 1936, entregando casi todos esos años excelentes dividendos a sus propietarios y absorbiendo a otras empresas del que no tuvieron la misma suerte, como la Sociedad Ballenera Corral y Valdivia y la Sociedad Pescadora Chile-Noruega.

Merece una mención el cambio experimentado a través del tiempo de los usos que se le daba al aceite de ballena, principal producto extraído de los cetáceos. En un diario valdiviano de 1914 se informa que el aceite sirve para fabricar jabón, como base para pinturas, para la iluminación y como lubricante. Eso, sin considerar que la mayoría de los subproductos, incluidos huesos, sangre y guano, se utilizaban para producir fertilizantes.

Claro que también la Sociedad Ballenera de Corral tuvo algunos contratiempos, sobre todo de tipo social. El principal fue en 1919, al finalizar la Primera Guerra Mundial, cuando la incluyeron en la lista de los “no deseables” por el “Comité de los Aliados”, con sede en Valparaíso, por tener socios alemanes. Esto significaba que los países que respaldaban a ese comité no comprarían productos de la sociedad y que además bloquearían la entrega de combustibles, repuestos y maquinarias, según consta en el acta de la Asamblea General Extraordinaria de Accionistas, celebrada el 3 de enero de 1919, cuyo fragmento citamos a continuación.  En ese mismo texto queda constancia de que la asamblea resolvió traspasar todos los activos a Anwandter, lo que resulta curioso porque el apellido figura en todas las genealogías como alemán. 

 “siendo algunos de los accionistas de nacionalidad alemana, el Comité de los Aliados de Valparaíso había colocado la sociedad en la lista no deseable, i que corría el peligro de ser incluida en la lista negra; lo que equivaldría a la paralización total de sus operaciones, pues no podría adquirir combustible ni vender sus productos (…) había entrado en comunicación con el Comité de los Aliados, el cual había accedido a que la sociedad continuara en su marcha siempre que él, el Presidente, adquiriera la totalidad de las acciones, (…) los accionistas habían resuelto transferirle sus acciones y el Directorio, en su última sesión aceptó la transferencia de las acciones, i que en virtud de estas operaciones prácticamente había desaparecido la sociedad porque la existencia de una sociedad presupone necesariamente más de un socio”.

En octubre de 1920 es autorizada a funcionar una nueva Sociedad Ballenera de Corral, siempre conformada por una mayoría de socios de origen alemán, con Anwandter incluido. Es probable que en ese tiempo haya cesado la persecución contra los germanos en el país.

Los años siguientes tuvieron resultados variables, sujetos en gran medida a la cantidad de ballenas que circulaban por los mares australes, las que fluctuaban de un año a otro. Lo otro que fluctuaba era el precio del aceite, que tenía variaciones muy marcadas, tanto que podía transformar con rapidez una buena temporada en mala y viceversa.

Lo concreto es que en el año 1936 los socios de Ballenera de Corral decidieron aceptar una oferta de la Compañía Industrial SA- INDUS, y le traspasaron todos los activos.

Los reportes entregados por la compañía señalan que entre 1914 y 1936 las naves de la Sociedad Ballenera de Corral capturaron 4.935 ballenas.

LA COMPAÑÍA INDUSTRIAL (INDUS)

La Compañía Industrial S.A. (INDUS) nace en Valparaíso en 1900 y su giro era la producción de abonos, jabones y productos químicos. Sus socios de entonces eran los señores Ernesto Anwandter y Teodoro Körner que poseían una fábrica en el barrio Carrascal de Santiago. Para convertirse en sociedad anónima emitieron más acciones que fueron adquiridas por otros inversionistas, y con el incremento de capital más las utilidades que generaban en sus industrias adquirieron, en pocos años, ocho empresas como la Fábrica Nacional de Aceites Vegetales, de Viña del Mar, lo que les permitió incursionar en el rubro de los aceites.

Así, la INDUS fue creciendo y convirtiéndose en una de las más importantes empresas del país.

Una de las principales materias primas que requería para varios de sus productos, era la grasa de ballena que, a raíz del decaimiento que estaba sufriendo la industria ballenera nacional, resultaba incapaz de satisfacer la demanda. Entonces, en 1935, la INDUS decidió comprar la Sociedad Ballenera de Corral y de esta forma autoabastecerse de grasa.

Pero las embarcaciones que estaban adquiriendo no resultaban suficientes para las metas que se habían propuesto, por lo que subastaron las tres naves de la fallida Comunidad Chileno Noruega de Pesca: dos cazadores y un pequeño barco factoría, que pronto consideran demasiado pequeño y lo venden, realizando todas sus operaciones desde tierra, trabajando en caza nerítica, cuyo producto procesan en dos plantas que adquieren en San Carlos de Corral e Isla Huafo.

En 1938 deciden volver a tener un barco factoría y adquieren, en Valparaíso, el Cóndor, una nave para carga y pasajeros que en los Astilleros Las Habas convierten en barco factoría, pasando a llamarse INDUS BF. Esta embarcación fue dotada de los elementos más modernos de su época, lo que permitía aprovechar prácticamente el 100% del animal capturado.

Durante los años de la II Guerra Mundial, la compañía “presta” tres de sus embarcaciones a la Armada de Chile para que las utilice en labores de patrullaje. El préstamo incluye a la tripulación. La única modificación visible que se hace a las naves es reemplazar su cañón arponero por otro de combate.

La guerra trajo también grandes avances en las técnicas de captura que las naves estadounidenses y europeas, comenzaron a aplicar en el Pacífico austral, dejando poco espacio para la empresa nacional, que no contaba con esos elementos modernos. Entonces la INDUS resolvió volver a centrar sus esfuerzos en la captura desde la costa, para lo cual decidieron comprar un terreno en Quintay, al sur de Valparaíso, en el que construyeron una moderna planta faenadora, que entró en operaciones a finales de 1943 y que significó una auténtica revolución en la industria ballenera chilena.

Para poder dar uso pleno a esa planta, la empresa debió comprar más naves cazadoras que aumentaron notablemente el nivel de producción, incrementando, por supuesto, el número de ballenas capturadas.

Flota ballenera de la INDUS en Valparaíso -1949.

En 1957 la empresa inauguró una nueva planta procesadora en caleta Bajo Molle, al sur de Iquique, pero que operó pocos años. En 1961 se cerró temporalmente la planta de Quintay para volver a operar entre 1964 y 1965, donde se cerró definitivamente.

Según la International Whaling Statistics, de Cambridge, Reino Unido, entre 1944 y el fin de sus operaciones, los balleneros de la Compañía Industrial capturaron 28.538 cetáceos.

La actividad ballenera representaba muchos peligros para los trabajadores y sus embarcaciones. Los años de navegación de los balleneros de la INDUS no estuvieron exentos de tragedias, mereciendo destacarse dos: la del INDUS I, ocurrida el 24 de septiembre de 1939 y la del INDUS 8, el 15 de noviembre de 1954.

La del INDUS I, ocurrida durante la primera etapa de operaciones de la compañía en el rubro ballenero, sucedió en la isla Guamblin, cerca de la península de Taitao.

El INDUS I zarpó desde Talcahuano el 19 de septiembre de 1939 y tres días después se pierde el contacto entre esta nave y el buque factoría INDUS BF, con el que participaba en la cacería. Lo primero que se especula es que los equipos de comunicación del INDUS I se descompusieron. Otra, es que además tuvo un desperfecto y se encuentra fondeado en algún canal a la espera de ayuda. Se inicia la búsqueda en la que participan otras embarcaciones de la empresa como también naves que circulan por el sector.

El 26 de septiembre al atardecer el INDUS 4 divisa a la nave siniestrada en la isla Guamblin y notifica al buque factoría que se dirige a toda marcha al sector, encontrando cuatro sobrevivientes. Tres de ellos permanecieron sesenta horas en la cofa y el cuarto en la playa. De los otros nueve tripulantes, incluido el capitán, el noruego Harold Franzen, no se encuentran rastros, pese a que durante varios días otras naves y gente del sector buscaron alguna señal o algún cuerpo devuelto por el mar.

Después se sabría que el capitán, junto al marinero sobreviviente que permanecía en la playa, se arrojó al mar para llegar a la costa e ir en busca de ayuda. No lo logró.

La noticia no solo fue cubierta por la prensa nacional, también el New York Time del 28/9/39 la publicaba, destacando que eran nueve las víctimas.

Nunca quedaron muy claras las causas del naufragio. La más probable fue el choque con una roca oculta.

Lo que prevaleció en la opinión popular fue la idea de la maldición. Los tripulantes eran 13 y el mito sugiere que eso fue lo que acarreó la mala suerte. Cabe hacer notar que la INDUS nunca identificó una de sus naves con ese número.

Años después, el 15 de noviembre de 1954, ocurrió el otro naufragio de importancia: el del INDUS 8.

La noche anterior un fuerte y repentino temporal se levantó, obligando al capitán, Eliecer Parada, a buscar refugio en la abrigada rada de Pichidangui, poco más al sur de Los Vilos.

Según algunas versiones, el capitán junto a varios tripulantes descendió a tierra y en una cantina del sector bebieron algunos tragos. No existe evidencia clara de que eso haya ocurrido.

Muy de madrugada, cuando la mar se percibía calma, el capitán decidió zarpar para continuar en la faena, en una maniobra que los sobrevivientes calificaron de arriesgada, porque Pichidangui estaba cubierta por una espesa neblina que impedía ver más allá de la proa de la nave.

A las 5.30 AM la embarcación chocó contra una roca cercana a la caleta de pescadores, se volcó, hundiéndose en menos de tres minutos. El capitán y la mayoría de los tripulantes se arrojaron al mar y nadaron hacia la playa mientras los pescadores, que ya iniciaban sus faenas, remaron hacia el sitio del siniestro para ayudar a los sobrevivientes, algunos de los cuales se mantenían a flote asidos a cualquier cosa que les permitiera no hundirse y para intentar rescatar a aquellos que quedaron atrapados en el interior del ballenero.

La empresa envió por tierra auxilio desde Valparaíso y la Armada de Chile ordenó a la fragata Baquedano para que se dirigiera al sitio del suceso.

El balance de la tragedia fueron dos tripulantes fallecidos, cuyos cuerpos fueron rescatados y entregados a sus familias, más cuatro desaparecidos.

Restos del INDUS 8 hundido a 29 m. de profundidad en Pichidangui.

A las 21.45 de ese día la Baquedano arribó a Valparaíso con los sobrevivientes y los cuerpos de los dos malogrados marineros, los que luego de la autopsia de rigor, fueron entregados a sus familias para ser velados en la sede de la Confederación Marítima de Chile.

Si bien es cierto era una actividad muy peligrosa para los hombres que la practicaban, no podemos perder de vista a los cetáceos. Se calcula que varios millones de ellos han muerto y siguen muriendo por la caza, pese a que existe una moratoria mundial para practicarla desde 1986, que no todos los países respetan. Francisco Coloane describe en forma magistral el drama de las ballenas durante su visita a la planta faenadora de Quintay:

“entre la tierra y el mar, en la factoría ballenera de Quintay, las desatadas cabelleras de las olas se tornan sanguinolentas, explicándonos el drama de las ballenas escrito con su propia sangre”.

LA SITUACIÓN ACTUAL

La última ballena capturada en Chile, de la que hay registro, fue el 21 de mayo de 1983. Pero las muertes de estos cetáceos han continuado básicamente por los choques con embarcaciones, la ingesta de objetos de plásticos, el comer algas contaminadas con marea roja, aunque también por varazones atribuidas al uso de equipos electrónicos en las naves, cuyas señales desorientan a los cetáceos. En todo caso, algunas especies se han recuperado, aunque hay muchas que están en evidente peligro de extinción:

Según datos proporcionados en el año 2020 por Anelio Aguayo, del Instituto Chileno Antártico, el estado de conservación de algunas especies en los mares australes es el siguiente:

  • Ballena Franca Austral, en peligro crítico de extinción.
  • Ballena Azul o Rorcual Gigante, en peligro de extinción.
  • Rorcual Común, en peligro de extinción, pero recuperándose.
  • Rorcual de Rudolphy, en peligro de extinción.
  • Rorcual de Bryde, vulnerable, pero recuperándose.
  • Ballena Jorobada, vulnerable, pero en franca recuperación, fuera de peligro en aguas antárticas.
  • Ballena Minke Enana, fuera de peligro en aguas antárticas.
  • Orca, fuera de peligro.
  • Cachalote, vulnerable, pero con datos de Índice de Abundancia Relativa.

En general, se puede mirar con relativo optimismo el futuro de estas especies que en el último tiempo en nuestro país, se han convertido en una muy buena atracción turística en distintas zonas del litoral.

Para saber más:

Quiroz Larrea, DanielSoplan Las Ballenas. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Ediciones Biblioteca Nacional de Chile – 2020. Consultado septiembre 2023. https://www.centrobarrosarana.gob.cl/622/w3-article-95041.html?_noredirect=1

Quiroz Larrea, DanielLa caza de ballenas en las costas de Chile bajo la mirada y la pluma de Francisco Coloane. Reflexiones sobre un conjunto de fotografías y relatos. Consultado septiembre 2023. https://www.mhn.gob.cl/publicaciones/la-caza-de-ballenas-en-las-costas-de-chile-bajo-la-mirada-y-la-pluma-de-francisco

Quiroz Larrea, Daniel – Una breve crónica de la cacería de ballenas en Valdivia (1906-1936). Revista Austral de Ciencias Sociales- N° 19-2010. Universidad Austral de Chile. Consultado septiembre 2023. http://revistas.uach.cl/pdf/racs/n19/art05.pdf

Crónicas de Fauna: De la Tierra al Agua: El origen de los cetáceos. Consultado septiembre 2023. https://cronicasdefauna.blogspot.com/2019/05/de-la-tierra-al-agua-el-origen-de-los.html

Lizama Murphy, Fernando. Los Changos, fantasmas del desierto.

Museo chileno de arte precolombino – Animación: Changos cazando ballenas.

Consultado septiembre 2023

Berenguer, José. Bol. Mus. Chil. Arte Precolomb. v.14 n.2 Santiago  2009. Las pinturas de El Medano, Norte de Chile: 25 años después de Mostny y Niemeyer. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-68942009000200004&lng=pt&nrm=iso&tlng=es

Jorsep. La Epopeya de la Industria Ballenera Chilena. Revista de Marina N° 6/97. Consultado septiembre 2023. https://revistamarina.cl/revistas/1997/6/jorsep.pdf

Fotografías.

El ciclo ballenero en Chile

Colección del Museo Histórico Nacional. https://www.mhn.gob.cl/galeria/el-ciclo-ballenero-en-chile

Henríquez, Claudio – Lastarria, Carlos – Vera, Jaime Vildoso, Loreto – Ilustradora. Balleneros, de la aventura a la nostalgia. Museo de Historia Natural de Valparaíso

Profesor Guía: Gastón Carreño. Alumna Tesista: Alejandra Espinoza. El Camino de la Ballena. De Santa María a Chome, de Chome al fondo del Mar. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. http://bibliotecadigital.academia.cl/xmlui/handle/123456789/148

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