Por Fernando Lizama Murphy
“(…) los camaradas del pueblo hermano de Chile cooperaron con sus buques y sus aviones en la búsqueda de los restos queridos de aquellos que rindieron con su vida tributo a la Patria”
Parte del discurso con que el Contralmirante argentino Enrique García, recibió los féretros con los cuerpos de los marinos encontrados.
La noche del 21 al 22 de septiembre de 1949, a una hora imprecisa, desapareció misteriosamente, con 77 tripulantes a bordo, el barco de la Armada de la República Argentina (ARA) Fournier en aguas territoriales chilenas, mientras se dirigía desde Río Gallegos a Ushuaia.
Para hacer ese recorrido las naves de guerra argentinas tenían dos rutas posibles. Por su territorio, necesitaban hacerlo bordeando la isla grande de Tierra del Fuego doblando en el Cabo de Hornos, viaje altamente peligroso por las corrientes marinas, los temibles oleajes y los fuertes vientos. La alternativa era internarse por el Estrecho de Magallanes, para luego continuar por un laberinto de canales hasta llegar a su destino, todo en territorio chileno de acuerdo a los límites vigentes entre ambas naciones
A raíz de la precaria flota que Chile mantenía en la zona en esa época, era habitual que los argentinos omitieran solicitar los permisos correspondientes para transitar por aguas chilenas, situación que, junto a otros factores, mantenía tensas las relaciones entre ambos países.
Por eso cuando en la ARA se percataron que el Fournier no daba noticias de su paradero ni arribaba al puerto de destino, mantuvieron en secreto la pérdida, mientras con sus naves y por su territorio marítimo iniciaban la búsqueda. La desaparición en sí constituía un enigma porque ni en los faros de la zona ni en las naves que circularon por el sector en esos días, se escuchó algún SOS.
Sólo diez días después de que perdieron todo contacto y no obtuvieron ninguna pista, las autoridades de Buenos Aires solicitaron apoyo chileno para la búsqueda.
El dragaminas Fournier tenía un significado especial para la ARA. Botado en agosto de 1939 en los Astilleros Sánchez y Cía., fue uno de los primeros barcos de guerra construidos completamente en Argentina. Desplazaba 550 toneladas, con una eslora de 59 m, manga de 7,3 m y un calado de solo 2,27 m. Destacamos el calado porque es posible que ahí estuviese la causa de su tragedia.
El diseño de la estructura estaba basado en barcos alemanes de similares características, utilizados en la Primera Guerra Mundial, de los que Argentina poseía algunas unidades, ya obsoletas, que fueron proyectados específicamente para detectar y eliminar minas instaladas en el océano por los enemigos. Por eso su borda era baja, lo que los hacía particularmente inestables. Aún con esta limitación la ARA lo destinó a Río Gallegos, en la zona sur del país, donde las aguas del Atlántico son fuertemente agitadas por frecuentes temporales de viento, lluvia y nieve.
Cuando la III Zona Naval de Chile recibió la solicitud desde Argentina, de inmediato se instruyó al patrullero Lautaro, que recién regresaba de su misión habitual de abastecimiento a los faros del estrecho, para que zarpase en busca de la nave extraviada.
Según el relato de Hugo Alsina Calderón, 2° Comandante del Lautaro durante esta misión, publicado en la Revista de Marina N° 836 -1/97, a poco del zarpe la oficialidad chilena decidió trazar un plan que le permitiera cubrir todas las áreas en las que posiblemente se pudiesen encontrar restos del Fournier, descartando aquellas donde era muy improbable que hubiese navegado. A esas alturas ya nadie creía en el milagro de que la nave estuviese solamente extraviada en algún fiordo patagónico. Todos apostaban a una tragedia.
Pronto la tripulación tomó contacto con naves argentinas que ahora sí pidieron autorización para ingresar en aguas territoriales chilenas y en conjunto comenzaron la búsqueda, según el plan trazado por la oficialidad del Lautaro, que conocía mucho mejor veleidades y accidentes del océano en esa zona, particularmente peligrosa para la navegación.
Inicialmente fueron cinco, pero en total ocho naves terminaron participando de la misión, las que se distribuyeron por distintos sectores en los que, posiblemente, pudo circular la embarcación perdida. Después de cada jornada se reunían los comandantes en sitios previamente acordados, para compartir resultados y preparar las siguientes tareas, las que durante los primeros días fueron infructuosas, provocando gran desazón entre los expedicionarios.
Una tarde, cuando los cinco buques llegaron al sitio del encuentro pactado de antemano, el comandante del Spiro, nave argentina gemela al Fournier, comentó, a título de anécdota, que desde la nave divisaron a un poblador agitando una bandera chilena invertida, es decir, con la estrella hacia abajo. Los oficiales chilenos reaccionaron de inmediato, porque ese era un código pactado con los habitantes de esas remotas regiones para que, si tenían algún problema, llamasen la atención de las naves que pasaran por el sector en que residían.
Al día siguiente, de madrugada, zarpó la flotilla, encabezada por el Spiro, para que regresase a caleta Zig-zag, lugar preciso de ese incidente. Ahí encontraron al poblador que les explicó que, tres semanas antes, vio pasar frente a sus ojos un bote arrastrado por la corriente, en el que se divisaban unas personas que no respondieron a los llamados que les hizo desde la costa. Entonces los siguió en su chalupa para encontrarse con dos marinos muertos en su interior. Con el fin de que no fuesen devorados por los perros, los sepultó en la playa a la espera de poder avisar a alguien su hallazgo.
Luego de exhumar los cuerpos, el Spiro notificó al resto de las naves lo que había encontrado, las que de inmediato se dirigieron a ese sitio. Al mismo tiempo lo informaron a la jefatura de la III Zona Naval, en Punta Arenas, los que se pusieron en contacto con la Armada Argentina que decidió enviar otros tres barcos de apoyo a la búsqueda. Con esto se completaron los ocho que participaron en la misión.
El conocimiento de la zona, más la experiencia de los tripulantes chilenos, permitió reducir bastante el área de búsqueda, estableciéndose con relativa exactitud que el naufragio había ocurrido en el seno Magdalena. Con la mayor cantidad de naves disponibles se pudieron recorrer otros canales, lo que se tradujo en el encuentro de dos cuerpos más, varados en una playa a la entrada del canal Gabriel.
Paralelamente, mientras los barcos continuaban su búsqueda por mar, la Fuerza Aérea de Chile (FACH) dispuso que un avión provisto de una cámara filmadora recorriera la zona, por si acaso desde el aire era posible encontrar otras señales que permitieran dar con el paradero del Fournier o con otros restos del naufragio.
Una vez que se reveló la película, se notificó al Comandante del Lautaro que en la imagen, muy borrosa, se divisaba una balsa con varias personas a bordo. La filmación no permitía establecer con exactitud el lugar en que se obtuvo la toma, lo que obligo a la tripulación del Lautaro a recorrer metro a metro un vasto sector, navegando paralelo a la costa, tratando de descifrar el misterio.
Se hizo de noche y los marinos, presintiendo que estaban cerca, no cesaron en la búsqueda, la que continuaron apoyados por el reflector del Lautaro. Cuando, más por instinto que por certezas, les pareció que la costa coincidía con la descrita en la filmación, se bajó un bote a cuyos tripulantes les cupo la triste y macabra misión de encontrar la balsa varada en la costa y en su interior cinco cuerpos abrazados. Pese a llevar ropa adecuada para el frío, ésta no fue capaz de protegerlos frente al rigor de los hielos polares. Todos los cadáveres estaban con la piel de sus rostros casi negra, como consecuencia del frío antártico.
Los cuerpos de los nueve tripulantes del Fournier se trasladaron a Punta Arenas y desde ahí repatriados a la Argentina, donde recibieron honores y funerales de héroes.
Durante otros diez días continuó la búsqueda, sin obtener más resultados. Un avión Catalina de la FACH divisó, en el sector donde presumiblemente naufragó el barco argentino, una mancha de aceite que aparecía y desaparecía, según el viento y la marea. Se supone que ahí encontró su tumba el barco y los otros casi setenta tripulantes, porque en sus cercanías aparecieron restos de cajas y mercaderías que la nave trasladaba en cubierta. De cuerpos, nunca más apareció ninguno.
Los expertos intentaron establecer las causas del naufragio y coinciden en que un violento temporal, que por esos días azotó la zona, levantó un tren de olas enormes que embistieron por una de las bandas y dieron vuelta de campana al Fournier, sin darle tiempo a su tripulación de pedir socorro. Los mismos estudios permiten deducir que los cuerpos encontrados o estaban en cubierta o en la sala de control, porque los cadáveres de la balsa correspondían al Comandante, al Segundo Comandante, al Oficial de Guardia, a un Sargento y a un Cabo. Los relojes de todos, que en esa época no eran a prueba de agua, marcaban las 5.25 de la mañana, lo que permite presumir que el naufragio ocurrió pocos minutos antes.
Apoya la opinión de los expertos un informe emitido por el farero de Punta Delgada, que notificó que esa noche fatal del 21 al 22 de septiembre de 1949, en la que se desató un temporal terrible, pasó frente a ellos una nave a oscuras, sin identificarse. Todo permite suponer que se trató del Fournier.
El Presidente argentino Juan Domingo Perón, invitó a la Lautaro y a toda su tripulación a Buenos Aires para una ceremonia en homenaje de los marinos argentinos muertos a bordo del Fournier, pero el Gobierno de Chile rechazó la invitación. Consideró que no podían asistir, teniendo en cuenta que el naufragio se produjo en aguas territoriales chilenas, de una nave de guerra que circuló por ellas sin pedir la autorización correspondiente.
Posteriormente, varios de los tripulantes del Lautaro recibieron condecoraciones argentinas, las que les fueron entregadas en una ceremonia en la embajada de esa nación en Chile.
Durante todo el período en que esta tragedia estuvo latente, los medios informativos chilenos y argentinos informaron al respecto. Una de las noticias que entonces circuló, decía que los cuerpos de las víctimas estaban ennegrecidos a consecuencia de que a bordo del Fournier explotó una bomba atómica que la nave trasladaba a Ushuaia, que por eso la nave desapareció sin dejar rastro y que la negrura de los muertos eran una evidencia de ello.
Esta noticia, descabellada, tenía su fundamento en que el Gobierno Argentino, encabezado por Perón, estaba empeñado en desarrollar la energía atómica en su país para lo cual había creado, poco tiempo antes, en la Isla Huemul, en medio del lago Nahuel Huapi, cerca de Bariloche y de la frontera con Chile, un laboratorio secreto.
Pero eso será tema de la próxima crónica.
Fernando Lizama Murphy
Septiembre 2022
Fuentes
Alsina Calderon, Hugo – Naufragio del aviso ARA Fournier. Revista de Marina N° 836 1/97. Ver: https://revistamarina.cl/revista/836
González, Alberto – “Fournier”: El buque argentino que desapareció en Magallanes sin dejar sobrevivientes. Biobio Chile. Ver: https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/region-de-magallanes/2017/11/24/fournier-el-buque-argentino-que-desaparecio-en-magallanes-sin-dejar-sobrevivientes.shtml.
Revista Argentina de Historia y Arqueología Marina. La pérdida del ARA Fournier. Ver: https://www.histarmar.com.ar/InfHistorica/AvisoFournierbase.htm