Por Fernando Lizama Murphy
“El Dr. Richter ha mostrado un desconocimiento sorprendente sobre el tema.”
José Antonio Balseiro, Científico argentino
Juan Domingo Perón, en su paso por Europa como Agregado Militar en la Italia de Mussolini, entendió que el crecimiento económico iba asociado a mejoras en la calidad de vida de los asalariados y tenía muy claro que una política basada en la agricultura no generaba las condiciones de bienestar que él buscaba para los argentinos. Por eso, cuando fue presidente, estimuló, mediante políticas crediticias, la inversión interna y externa para un desarrollo industrial en el que, según su visión, el Estado tenía que tener un rol destacado. Eso se tradujo en mejoras sustantivas en los salarios de los obreros lo que conllevó, en primer lugar, a una fuerte corriente migratoria desde los campos a la ciudad y en segundo término, a conflictos con las clases acomodadas que controlaban la economía, con la consiguiente inestabilidad para el gobierno.
Pero una de las falencias que tenía la idea del mandatario eran las personas calificadas para llevarlas a la práctica. Por eso Perón, que manifestada tibias simpatías por los aliados a los que su gobierno apoyaba más por obligación, pero que íntimamente era un indisimulado admirador de Mussolini y de Hitler, acogió a muchos refugiados alemanes que escapaban de la persecución y además buscó científicos y técnicos en los países europeos empobrecidos, que pudiesen desarrollar en Argentina proyectos avanzados para lo que era la realidad de América Latina.
Así llegó, en 1947 y con un pasaporte falso otorgado por Buenos Aires, Kurt Tank (también conocido como Pedro Matthies, nombre que figuraba en el pasaporte) ingeniero aeroespacial al que le cupo una importante participación en el diseño y fabricación de muchos de los aviones alemanes que combatieron durante la II Guerra Mundial y que poco antes del final del conflicto se encontraba trabajando en el proyecto del prototipo de un avión a propulsión. A Tank lo instalaron en Córdoba para que iniciara los estudios destinados a aplicar en el país los avances conseguidos en Alemania. Bajo su dirección nació el Pulqui II, heredero del Pulqui I, primer avión a reacción diseñado y fabricado en América Latina.
Tank, convencido de que el futuro de la aviación estaba en los aviones operados con motores de energía atómica, recomendó al presidente al científico austriaco Ronald Richter que, según sabía Tank, estaba en Europa trabajando en el desarrollo de la fusión atómica controlada para fines pacíficos.
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