Crónica de Fernando Lizama-Murphy
A veces la historia saca a la luz a personajes que, en algún momento, ocuparon un lugar importante dentro de su contexto, para luego caer en el olvido por las más diversas razones. Es el caso de Severiano de Heredia, un cubano de nacimiento y francés por adopción que, después de ocupar altos cargos en la elite política gala, fue olvidado.
El historiador Paul Estrade se interesó por su vida y a través de su libro Ce mulâtre cubain que Paris fit maire (2012, solo disponible en francés) lo sacó del injusto anonimato, al extremo de conseguir que, en noviembre de 2015, una calle parisina fuese bautizada con su nombre. No es una gran avenida, pero por lo menos deja un recuerdo de un hombre que mucho hizo por la Ciudad Luz y por su patria adoptiva.
Los orígenes de Severiano son algo inciertos. Se sabe que nació en La Habana el 8 de noviembre de 1836 y que fue inscrito en la condición de “Mulato nacido libre”. Según la versión “oficial”, era hijo de Henri de Heredia y Beatriz de Cárdenas, ambos mulatos y esclavos libertos. Su padrino de bautizo, hecho ocurrido en la Parroquia Jesús del Monte el 4 de enero de 1837, fue don Ignacio Heredia Campuzano. Otras versiones aseguran que era hijo natural de su padrino y de la mulata Beatriz.
Ignacio Heredia, casado con la francesa Madeleine Godefroy, con la que no pudo tener descendencia, era un hombre de fortuna cuya familia se había establecido en Cuba luego de huir de Haití para la revuelta que, en 1804, llevó al poder al negro Jean Jacques Dessalines.
Para fortuna de Severiano, su padrino decidió adoptarlo y lo llevó a vivir junto a él y su mujer en un hogar en el que la cultura ocupaba un lugar importante. Cabe destacar que don Ignacio era primo del poeta José María Heredia, uno de los grandes de la poesía insular del siglo XIX y familiar del también poeta, pero francés, José María de Heredia.
En 1848, cuando falleció el jefe de hogar, Madeleine decidió regresar a su patria. Se establecieron en París y Severiano ingresó a estudiar al Liceo Louis Le Grand, donde se graduó con honores en 1855.
Finalizados sus estudios se dedicó a disfrutar de la fortuna que poseía. Dueño de una hacienda con esclavos en Cuba y viviendo en una mansión parisina, disponía del suficiente dinero para pasarlo bien. Frecuentaba cafés, la ópera, las galerías de arte y, de vez en cuando, escribía algunos artículos para periódicos locales, porque su sueño íntimo era convertirse en escritor. Pero sin duda que gozar de la vida parisina era, en esos momentos, su principal y tal vez única preocupación.
Sus inquietudes culturales lo llevan, en 1866, a ingresar a la masonería. Lo hace en la logia Estrella Polar, que forma parte de la Orden del Gran Oriente de Francia. Ahí se destaca por su dedicación, que le permite ocupar distintos cargos para, en 1870, obtener el grado de Rosacruz. Es también en esta institución donde consigue el apoyo para dar sus primeros pasos en política; pero para poder hacerlo, requiere de la nacionalidad francesa, la que obtiene sin dificultad.
En 1868 casó con Henriette Hanaire, con la que tuvo dos hijos: un hombre, que falleció siendo pequeño y una hija, Marcelle de Heredia, que con el tiempo se convirtió en una renombrada neurofisióloga.
La carrera política de Severiano se inició en 1873 cuando es elegido Consejero Municipal representando al barrio de Ternes de la capital francesa, puesto en el que desempeña una buena gestión. Ahí debe asumir labores tales como Responsable de los Asuntos de la Prefectura, ser miembro de la Comisión de Presupuesto y Secretario de la Vicepresidencia del Consejo, del que sus pares lo eligen Presidente en 1879. Tenía 42 años. Este cargo, ad honorem y con una duración de seis meses, era el equivalente al de Alcalde de la ciudad.
Cabe hacer notar que la situación política en Francia estaba complicada. En 1871 Napoleón III había sido derrotado por los prusianos y, aprovechando el desorden de la guerra, se produjo una insurrección popular que culminó con la imposición de un gobierno proletario conocido como la Comuna de París que duró dos meses en el poder. Este movimiento pretendía mayores beneficios para los trabajadores. El Estado francés buscó apoyo en Prusia ―los mismos enemigos que acababan de derrotarlo― para sofocar las pretensiones de los rebeldes. El Emperador Guillermo I envió un ejército de cien mil hombres contra la Ciudad Luz. Se calculan en más de veinte mil los muertos y otras tantas personas fueron deportadas, la mayoría a Guinea Ecuatorial. Después de este sangriento episodio se organizó la Tercera República. Cuando Severiano de Heredia inició su carrera política, el país estaba renaciendo de ambos conflictos.
Por todos estos hechos, el cargo de Alcalde había sido suspendido y era ejercido, por un breve período, por el Presidente del Consejo Municipal. Durante su gobierno, Heredia debió enfrentar uno de los inviernos más crudos de los que la ciudad tenga memoria, con temperaturas que descendieron bajo los -23° C. Las aguas del Sena se congelaron y el hambre y la miseria se adueñaron de un pueblo que aún no se reponía de los rigores de la guerra. Para paliar los efectos de esta catástrofe, Severiano contrató a doce mil trabajadores para limpiar la nieve de las calles, que alcanzaba más de medio metro de altura e impedía el normal funcionamiento de la ciudad. También dio refugio en edificios públicos a las miles de personas que quedaron sin hogar.
Quizás fue esta labor humanitaria la que permitió que, en 1881, resultara electo diputado por el distrito XVII, uno de los más poblados de la capital francesa.
En 1887, justo cuando se iniciaba la construcción de la Torre Eiffel, fue nombrado Ministro de Obras Públicas, el cargo más alto que alcanzó durante su trayectoria política.
Es muy probable que el contacto con la masa de desamparados despertara en Severiano de Heredia un agudo sentimiento social que se tradujo en su lucha por conseguir algunos beneficios para los más desposeídos. Convencido de que la educación era el único camino para elevar la condición de vida de sus conciudadanos, trabaja para conseguir la educación gratuita y laica en las escuelas públicas, y la creación de bibliotecas a la que tenga acceso la gran masa. En su condición de masón se empeña en lograr la separación de la Iglesia del Estado y porque éste sea laico. Lucha por conseguir la reducción a diez horas en la jornada laboral de los niños menores de doce años, para que tengan tiempo para estudiar. También defiende la libertad de prensa.
Muchas de sus ideas eran rechazadas por sus opositores políticos, que le enrostraban su condición de esclavista, su raza y su origen. El diario L’Intransigeant, de Henri Rochefort, lo bautizó despectivamente como “El Negro del Elíseo”, pero de Heredia se sobrepuso a todos los ataques en pos de sus ideales y, a pesar de todo, conservó el respeto de la mayoría de sus pares.
En la vida cultural también tuvo un rol destacado, llegando a suceder a Víctor Hugo en la presidencia de la Association Philotechnique, una organización destinada a la enseñanza de los adultos y la promoción de la cultura, que hasta nuestros días sobrevive en París.
Hacia fines de siglo XIX los países europeos se lanzaron en una carrera de conquistas, repartiéndose, en la conferencia de Berlín de 1885, los últimos territorios “disponibles” de África. De Heredia, que no desconocía su origen negro y se oponía al colonialismo, resultó un elemento incómodo para el gobierno francés, que lo fue marginando de la actividad política hasta convertirlo en una sombra.
Algunas versiones aseguran que sus últimos años los dedicó a trabajar en el desarrollo del automóvil eléctrico, razón por la que algunos lo califican como pionero del ecologismo. También dicen que en esta actividad comprometió hasta el último peso de su fortuna, muriendo en la miseria. No existen antecedentes muy claros al respecto.
Severiano de Heredia falleció, probablemente de meningitis, el 9 de febrero de 1901. Tenía 64 años. Cuatro días después fue sepultado en el cementerio de Batignolles.
Junto con cerrar la sepultura con forma de caseta telefónica, se cerró el recuerdo de este hombre que nació casi esclavo, vivió libre y luchó por sus ideales hasta su muerte.
Fernando Lizama-Murphy
Mayo 2017