CONJURO A LAS LUCIÉRNAGAS

niño mapucheLa primera vez le dijo que era el sacristán, la segunda fue el alcalde, luego, un policía, un albañil. Rosalía seguía el juego, sabiendo por la voz y el aliento que era Marcos, su vecino leñador, marido de Edelmira.

Muerta Clara, su madre, Rosalía creció al amparo de sus tíos, mostrando ahora, en la adolescencia, una belleza inquietante. El pelo negro enmarcaba un rostro moreno, armónico, poseedor de unos inútiles ojos ambarinos.

Marcos se ausentaba por semanas, talando en remotos rincones del bosque. A su regreso, dormía días enteros mientras Edelmira recolectaba moras, mosquetas o callampas para contribuir al sustento. Salía ella y él despertaba para cruzar hasta la rústica vivienda de la vecina. Creía engañarla con su burdo camuflaje verbal.

La ciega se dejaba seducir, ajena a las consecuencias de su candidez. Evocaba el suave y tierno cariño materno, pero se entregaba sin resistencia a este hombrón rudo, de manos callosas, simulando desconocer su identidad. Temía perder ese único afecto brutal y por eso guardaba un silencio cómplice. Cuando él dejó de visitarla, Rosalía supuso que fue porque intuyó que en su vientre latía un nuevo corazón. Seguir leyendo «CONJURO A LAS LUCIÉRNAGAS»