Crónica de Fernando Lizama-Murphy
El territorio de la Sierra Nevada de Santa Marta, cercano a Aracataca, el lugar de nacimiento de Gabriel García Márquez, es un curioso y muy hermoso Parque Nacional colombiano en el que se combinan el Caribe con montañas de nieves eternas.
Ese privilegiado entorno fue por muchos siglos el hábitat de los tayronas, una tribu que dominaba el cultivo con el sistema de terrazas, además de un método avanzado de riego, junto con la construcción de caminos empedrados en las montañas y de viviendas circulares de madera y paja muy eficientes. También eran grandes orfebres, prolijos ceramistas, pulcros tejedores y muy buenos comerciantes. Recorrían toda la zona en sus canoas permutando sus cosechas y sus creaciones por piedras preciosas, principalmente esmeraldas, u otros objetos que otras tribus, menos desarrolladas que ellos, recolectaban o producían. También tenían su religión, que compartían con la mayoría de sus vecinos.
Si hiciéramos un escalafón de las sociedades americanas al momento de la llegada de los españoles, inmediatamente después de las tres culturas consideradas clásicas de América, las culturas Azteca, Inca y Maya, las sigue, en grado de desarrollo, la Tayrona.
El orden ancestral que por siglos primó en la zona, duró hasta el arribo del invasor español. Pronto comenzó su declinación. Al comienzo, primó en los indígenas el espíritu comercial e intentaron mantener una relación de armonía con estos forzados nuevos vecinos, pero muy pronto se dieron cuenta que los conquistadores eran insaciables y que exhibir sus riquezas sólo abría más su apetito. Después de dos siglos de lucha despiadada, durante los cuales se aliaron con otras tribus, con piratas, filibusteros y todo aquel que pudiera ayudarlos a defenderse, los tayronas fueron exterminados, tanto por la epidemias, como por los españoles en una cruzada sanguinaria, sobre todo en la etapa dirigida por Juan Guiral Velón, gobernador y capitán general, que se dedicó a una metódica masacre de los aborígenes.
Después del holocausto, que dejó acéfalas a la mayoría de las tribus tayronas, algunos de sus descendientes lograron internarse en la espesura de la Sierra Nevada de Santa Marta para sobrevivir. Como provenían de distintas áreas de lo que podríamos llamar el imperio Tayrona, a pesar de tener muchas cosas en común, otras los diferenciaban. Por eso se dividieron en cuatro tribus que hasta hoy habitan parte ―los sectores más inexpugnables― del territorio que antes les perteneciera en gloria y majestad. Según su mitología, fue Serankúa, su héroe, el que los dividió y que distribuyó tierras y responsabilidades entre las cuatro cabilas.
Los territorios que ocupan actualmente los sobrevivientes de esta tragedia étnica tienen extrañas características geográficas. La sierra no está conectada a la Cordillera de Los Andes y se encuentra muy cercana al mar Caribe. De hecho, su cumbre más alta, el Pico de Colón, tiene 5.775 m y está a solo 42 kilómetros del océano. Por su altura posee nieves eternas que originan una gran cantidad de ríos que permiten el riego de los valles y la creación de sistemas hídricos para cultivar las terrazas que los aborígenes construyen en pos del desarrollo de su agricultura.
Los arhuacos
Las autoridades colombianas calculan que la población indígena de la zona alcanza, aproximadamente, a 40.000 personas. La tribu más numerosa son los arhuacos, cuya población actual se estima en 15.000 individuos. También están los koguis, los wiwas y los kankuama. Estos últimos son los que más han perdido su identidad. De hecho, carecen de idioma propio. De manera simbólica, se consideran a sí mismos las cuatro patas de una mesa, necesarias para mantener el equilibrio en la Sierra.
Aunque cada etnia tiene su lengua (excepto los kankuama) y algunas características culturales propias, los vínculos entre ellos son fuertes, tal vez obligados por la necesidad de supervivencia. Tienen sus propias leyes, incompatibles, en parte, con la legislación del país, pero que ellos respetan a carta cabal, oponiéndose a los intentos del gobierno para imponerles el sistema judicial de la nación. En la parte religiosa conforman una sola comunidad que se llaman a sí mismos el Hermano Mayor. Los demás somos el Hermano Menor que portamos la destrucción de su mundo. Somos los responsables de la deforestación, del retroceso de los glaciares y de casi todas las tragedias que les suceden.
Pese a su aislamiento, en el último siglo y medio las tribus nunca han dejado de mantener algún contacto con las autoridades colombianas y en más de una oportunidad las han enfrentado por considerar perjudiciales para sus intereses algunas medidas adoptadas por el gobierno central, como ocurrió hace poco con la instalación de una antena de repetición satelital en la cima de un cerro considerado sagrado por los indios.
Incluso en 1916 algunos caciques creyeron que era bueno educar a sus niños y solicitaron al gobierno el envío de profesores. En lugar de maestros, enviaron monjes capuchinos que muy pronto transformaron el espíritu educacional en una cruzada religiosa e intentaron convertir a todo el mundo y terminar con los valores que los indios inculcaban en sus hijos. Pronto los mismos caciques estaban rogando al gobierno que se llevara a estos monjes que sólo llegaron a alterar las costumbres y los sistemas de vida. No consiguieron su expulsión hasta 1983.
También hubo intentos del gobierno por imponer asentamientos, nuevos cultivos y bodegas de almacenamientos para dichos cultivos. Todos han sido rechazados por los naturales, deseosos de conservar impermeable su cultura, su manera de hacer las cosas y su forma de vida.
La irrupción de las FARC
Pero en la década de los ´80 los arhuacos y las demás tribus cometieron un error que les ha resultado fatal. Cuando comerciaban con los “blancos” se sentían engañados; les pagaban pésimos precios por sus productos o se los permutaban por cosas de dudosa calidad. No se sabe bien si fueron los indios los que acudieron a las FARC o si por el contrario, fueron los guerrilleros los que ofrecieron sus servicios, lo concreto es que, lo que partió como un acuerdo comercial, permitió que, poco a poco, las FARC fueran tomando el control de la zona y de las tribus.

Por supuesto que, sin quererlo, los arhuacos y los otros se vieron involucrados en la guerra civil que desde hace tantos años asola a Colombia. Los obligaron a entregar reclutas y cosechas, invadieron sus casas, violaron a sus mujeres y hasta asesinaron a algunos de los suyos, como fue el caso del campesino Nicolás Izquierdo, que causó gran revuelo, porque lo despojaron de sus vestiduras tradicionales, una de las máximas humillaciones a que se puede someter a un arhuaco.
Pronto aparecieron los paramilitares para oponerse a las FARC, exigiendo lo mismo que los otros y cometiendo las mismas tropelías. Más atrás llegó el ejército colombiano, supuestamente para imponer orden, aunque terminaron robando incluso objetos ceremoniales.
Los naturales, que solo buscaban conseguir precios justos para sus productos, terminaron insertos en el conflicto, vejados y algunos muertos. La calma que por siglos habían logrado conservar, se está destruyendo y con ella la cultura, las tradiciones y todo aquello que involucra una civilización distinta.
Para culminar la tragedia, dentro de las negociaciones que el gobierno colombiano mantiene con las guerrillas, está la entrega de territorios en los que serán las FARC las que mantengan la hegemonía. Y una parte de la Sierra Nevada de Santa Marta pasaría definitivamente a su control, en desmedro de aquellos que la han habitado por siglos.
Además el gobierno ha considerado en el sector otros proyectos, como zonas de reserva campesina, zonas de interés para el desarrollo rural y hasta megaproyectos mineros.
Los arhuacos, que detestan a las FARC y a los paramilitares, han iniciado una campaña pidiendo expresamente al gobierno de Colombia que no entreguen parte de esos territorios a los guerrilleros. En este contexto e intentando encontrar una solución al conflicto, en marzo de este año los visitó el Procurador General de la República y les aseguró:
“Tienen en la Procuraduría una autoridad siempre dispuesta a oírlos y a estar muy vigilante para que todas las necesidades, derechos y garantías que ustedes tienen, estén protegidas y reconocidas por la institucionalidad. Tengan la absoluta certeza de que seguiremos en permanente comunicación para lograr ir avanzando y hacer el seguimiento a todos estos aspectos”.
Esta es la primera vez que los arhuacos reciben en su territorio la visita de una autoridad de peso, pero en el discurso no queda claramente establecido que se respetarán los derechos de los naturales. En ninguna parte se lee que les garantizó la exclusión de los guerrilleros de la zona.
Por el otro lado está el turismo. La zona aún no está muy considerada en los circuitos turísticos habituales del país caribeño, pero sus bellezas naturales, sus playas y muchas de sus características, la convierten en un plato apetecido para aquellos que buscan la recreación.
Es de esperar que esta otra invasión, la pacífica, no termine de matar a esta, una de las pocas culturas americanas que han sobrevivido medianamente bien a la invasión de la modernidad.
Fernando Lizama Murphy
Mayo 2016
La palabra indio ya esta mandado a recoger, ademas que encierra un acento ofensivo, si tanto conoce de nuestro pueblo, por lo menos empezaría en borrar esa palabra…
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No considero que la palabra «indio» sea despectiva en modo alguno. Siempre hay que revisar el contexto. De hecho, dependiendo del contexto, hasta la palabra «madre» puede resultar ofensiva. Nunca ha sido mi ánimo ofender a nadie, sino culturizar.
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Buen propósito del artículo, aterrizado, sin embargo, le sugiero que revise la utilización de palabras colonialistas, pues estas develan ideología colonialista.
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Gracias por tu aporte. En el futuro trataré de encontrar la mejor manera de transmitir el mensaje.
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