LUIS FERNÁNDEZ, LA PRINCESA DE BORBÓN, TRAVESTI Y ESTAFADOR

Luis Fernández, la "Princesa de Borbón"La historia de la humanidad no la han escrito solo los héroes, los pensadores, los políticos, los científicos u otros personajes importantes. También tienen espacio aquellos que han buscado por otros caminos el éxito, la riqueza y la fama. Con el paso de los años queda la anécdota, a veces graciosa, a veces trágica, pero en el momento en el que ocurren los hechos dejan huellas que reflejan, en parte, lo que fue su vida y su época. Es el caso de Luis Fernández, un gallego que, carente de expectativas en su España natal, decidió seguir a otros parientes que buscaron el esquivo bienestar en la Argentina del 1900.

De sus orígenes, lo único que se sabe con relativa certeza es que nació en una aldea campesina aledaña a La Coruña. Con los pocos datos disponibles se estima que fue hacia 1873, pues ocurrió en la época de la Primera República. En algún momento de su vida confesó que ya en las fiestas de su aldea acostumbraba a vestirse con las ropas de su madre. Le gustaba bailar y cantar con su voz aflautada, que entre sus paisanos provocaba risas. Parece que nada le agradaba del entorno rústico; el trabajo campesino le fastidiaba y el único camino que encontró para desarrollar su vena artística fue emigrar.

Llegó siendo uno más de los miles de hombres que arribaron a Buenos Aires cuando el siglo XIX expiraba y el XX nacía. Provenían de Italia, España, Polonia y de otros países europeos enfrentados al hambre y a la falta de oportunidades y que buscaban acogerse al amparo de una Argentina promisoria, repleta de riquezas inexplotadas. Pero los familiares que habían precedido a Luis, en lugar de encontrar la “América” anhelada, quizás por falta de preparación o por el exceso de emigrantes, solo encontraron más pobreza. Vivían en forma miserable en una casona abandonada por sus propietarios durante la epidemia de fiebre amarilla.

Por supuesto que no era lo que Luis buscaba y muy pronto los abandonó. Se fue a vivir al puerto, entre prostitutas, gigolós, borrachines y marineros pendencieros que disputaban a golpes la compañía de las pocas mujeres. En medio de este ambiente decadente, no tardó mucho en encontrarle utilidad a aquello que en su pueblo natal practicaba durante las fiestas y muy pronto comenzó a cantar en bares de mala muerte, disfrazado de mujer.

Quizás entendió que para destacarse en un medio tan hostil el único camino posible era el escándalo y sus actuaciones comenzaron a rayar en lo obsceno. Esto tuvo por consecuencia que se convirtiera en inquilino frecuente de los cuarteles de policía (durante su trayectoria, fue detenido en más de veinte oportunidades), cuyos efectivos, luego de una paliza, lo devolvían a su mundo. Pero además le sirvió para despertar la curiosidad de algunos personajes acaudalados que, ahítos de la rutina, buscaban nuevas emociones.

Muy contento en este nuevo entorno se rebautizó como La Princesa de Borbón y comenzó a actuar en locales de clientela más seleccionada y a frecuentar ambientes mejores. De este modo fue paulatinamente ganándose la confianza de personas de linaje que le abrieron muchas puertas, además de sus generosas billeteras. Él aprovechó esta confianza para cometer algunos timos y engrosar su propio caudal.

Aun así, la vida no era todo lo esplendorosa que él esperaba. Muchas veces fue maltratado, violado, humillado. Pero en una época en que las mujeres eran un bien escaso, no era el único de su condición. Así, buscando protegerse de abusos, como también para delinquir, extorsionar y, en fin, como una manera de cobrar, aunque fuera en parte, la deuda que consideraba que la sociedad tenía con él, se unió a un grupo de travestis que actuaban en la capital bonaerense, cada uno en su estilo. Existen registros de Hipólito Vásquez, apodado La Madrileña, de José Estévez (La Gallega), Juan Seya (La Gitana), Arturo Magani (La Chilena), Eduardo Liesta (La Inglesa), compilación que, evidentemente, debe ser el comienzo de una larga lista en un país escaso de mujeres y repleto de oportunistas desprejuiciados. Aunque, sin duda, que el más destacado de todos ellos fue Luis Fernández.

La mayoría se caracterizaba por ser cultos, amables, de modales delicados, herramientas que les abrían puertas generosas y que servían para engatusar a sus víctimas, casi siempre provenientes de las clases acomodadas. La forma más común de ganar dinero era conquistando a hombres prominentes y luego de seducirlos, les revelaban su verdadero género y los amenazaban con acusarlos a sus familias. Casi todos se sometían al chantaje y pagaban en silencio.

En este plano, quizás otro travesti famoso, porque utilizó un estilo diferente, fue Antonio Gutiérrez Pombo, conocido como La Rubia Petronila. Se especializó en los funerales de hombres acaudalados, a los que asistía haciéndose pasar por un familiar y mientras saludaba a los deudos, inventaba aventuras románticas con el difunto. La familia, para evitar que la versión se difundiera, generando escándalo y denigrando la memoria del finado, pagaba el chantaje.

Pero Luis sobresalía por sobre el resto tanto por su estatura, muy alto, delgado, fino, como por sus llamativos ojos negros. También por su vestimenta, siempre elegante, muy a la moda, con el eterno sombrero de pluma rosada. Cuando se vestía de mujer, resultaba muy difícil de encontrar al personaje de sexo masculino que se ocultaba detrás de tanto garbo.

Debemos dejar en claro que no todos los travestis eran necesariamente homosexuales. Podríamos decir que lo eran cuando la ocasión lo ameritaba.  Pero Luis sí. Tuvo su pareja estable, La Bella Otero, que lo acompañó en muchas aventuras y que después de algunos años desapareció con gran parte del dinero reunido por ambos.

La Bella Otero fue quién le presentó a un diplomático mexicano en Buenos Aires, al que la Princesa sedujo para después revelarle su verdadera identidad, por supuesto que con el ánimo de extorsionarlo. Pero el diplomático aceptó un par de veces el chantaje y luego consiguió que deportaran a Luis hacia Chile.

La Princesa de Borbón llegó a Santiago un tiempo después. Su primer contacto fue con sacerdotes (haciéndose pasar por una fiel devota), quienes, sin imaginar quién se ocultaba detrás de tan fina dama, le proporcionaron inadvertidamente datos de personas “seducibles”.

Pronto estaba actuado en el medio santiaguino y tendiendo sus redes para conquistar hombres adinerados, anhelantes de tener en sus brazos a la bella extranjera recién llegada.

Fue así como conquistó el corazón del hijo de una familia aristocrática que, avergonzado cuando supo el verdadero sexo de su amante, se suicidó.  Pero la ética no fue un tema que preocupara mucho a Luis Fernández, por lo que pronto olvidó el asunto, dejó Chile y viajó a Perú, donde se hizo pasar por la hija del diplomático mexicano seducido en la Argentina, consiguiendo muchos favores de incautos. También pasó por Río de Janeiro, donde habría actuado en el Moulin Rouge, cabaret homónimo al parisino, en el que los cariocas daban rienda suelta a sus bajos instintos. De ahí viajó a Uruguay, donde conquistó el corazoncito del jefe de la policía, que se paseaba por Montevideo, muy ufano, del brazo de su atractiva conquista.

En fin, la bitácora de este travesti fue nutrida y sin duda que muchas de sus aventuras eróticas con personas prominentes nunca trascendieron, acalladas por los sobornos y por el temor al ridículo y al escarnio público.

Dos veces regresó La Princesa de Borbón a España, en 1920 y en 1923. En ambas ocasiones realizó giras, actuando en diversas ciudades de su tierra natal, y en ambas estuvo preso, permutando la cárcel por el extrañamiento. Mientras viajó por su patria no dudó en demostrar con generosidad el éxito que había logrado al otro lado del Atlántico, haciendo ostentación de su riqueza. Siempre regresó a la Argentina, país en el que logró amasar una pequeña fortuna que dilapidó durante sus viajes o que le fue sustraída por La Bella Otero.

Al regreso de su segundo viaje se encontró con una realidad muy distinta a la que había dejado al partir. Por una parte, estaba más viejo y sus encantos ya no eran los mismos, por otra, la actividad que le había permitido ganar dinero y fama estaba en decadencia.

La caída

Dos factores marcaron el ocaso del travestismo en la Argentina: hacia 1890 nació en el Río de la Plata una manifestación musical propia que paulatinamente se fue adueñando de los espacios, cambiando el eje del esparcimiento. Esa música fue el tango. Poco a poco los locales en los que los travestis hacían sus presentaciones fueron convirtiéndose en salones de baile donde las parejas, muchas veces de hombres con hombres, alardeaban de sus destrezas para danzar al ritmo de grupos musicales que interpretaban esta melodía cautivadora. Alrededor de 1920 el tango y la milonga eran los dueños de la bohemia rioplatense y aquellos travestis que no se reinventaron, fueron cayendo en el olvido.

La otra situación que permitió su paulatino desplazamiento fue la trata de blancas. La falta de mujeres hizo que muchos inescrupulosos se dedicaran a este negocio y Buenos Aires se convirtió en el epicentro mundial. En 1923, un informe de la Liga de las Naciones, ubicó a la República Argentina en el primer lugar del mundo de este siniestro mercado. Funcionaban con tal éxito, reportando tantas ganancias, que Varsovia, una cadena extendida por toda la nación, llegó a tener su propio banco. Zwi Midgal, una especie de sociedad anónima que contaba con más de quinientos socios, tenía una cadena de dos mil burdeles que controlaban a más de treinta mil prostitutas. Contra esta competencia, los travestis poco podían hacer.

Los últimos años de La Princesa de Borbón fueron tristes. El escritor Gonzalo Allegues en su libro “Galegos”, los describe así:

Un día la Princesa se cansó de desabrochar marruecos y de hacer felaciones y quiso retirarse con una pensión de gracia. En una cafetería de Buenos Aires y sobre un mesón de mármol escribió una conmovedora petición al Congreso argentino, que encabezó así:

«Señores Diputados, Padres de la Patria: La que suscribe, inconsolable viuda de un heroico militar porteño  muerto en la guerra con Paraguay defendiendo el pan y las ideas…».

La carta de petición de la “pobre viuda” se trató en el congreso, con mayor razón si venía avalada con toda una documentación firmada por el presidente de la República, Sáenz Peña.

Pero el engaño se descubrió a tiempo, las firmas eran del propio Fernández, que además era un gran falsificador caligráfico y no se le concedió el beneficio solicitado.

Fue la última artimaña conocida de Luis Fernández, popularizado en la bohemia  latinoamericana como La Princesa de Borbón, que murió en la década del treinta y en la miseria en Buenos Aires, la misma ciudad que fue testigo de su esplendor y de su decadencia. Se desconoce la fecha exacta. Seguramente sus restos descansan en alguna fosa común rioplatense.

Pero, por un capricho de la medicina, su trascendencia fue más allá. En el libro Medicina Legal de Ricardo Rojas, que durante años se utilizó como guía para la formación de miles de médicos argentinos, la fotografía de Luis Fernández fue la única que ilustró la publicación, en el capítulo dedicado a la homosexualidad.

Fernando Lizama Murphy

Octubre 2016.

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