LA COVADONGA, NAVE RELEGADA POR LA HISTORIA

Se acercaba la hora del medio día i aquella lucha obstinada e indecisa parecía prolongarse indefinidamente. Moore, que era la fuerza, sentía en su alma la sombría cólera del que, siendo omnipotente, se ve burlado por el débil. Comprendía, en medio de su taciturno despecho, que hasta ese momento el triunfo correspondía a la Covadonga, i que había llegado el instante de lanzar sobre el pequeño insolente todos los rayos de su poder. El espolón de la Independencia, más poderoso que el del Huáscar, iba a dar fin a la tragedia.

Vicente Grez Yavar (1847-1909)
Escritor, periodista y Diputado

Covadonga
Perfil de la «Virjen de la Covadonga».

Esta pequeña nave sirvió durante dieciséis años, con fidelidad, a la Armada de Chile. Dieciséis años de gloriosa trayectoria que, opacada por la gesta gigante de Prat y la Esmeralda, la relegó a un segundo plano, del que pretendemos rescatarla.

La Vírjen de la Covadonga, nombre que recibió al ser bautizada, fue construida en el Arsenal de Carrara, España y lanzada al agua el 28 de noviembre de 1859. Se construyeron ocho iguales en los astilleros españoles, donde la definieron como “goleta a hélice”, porque se desplazaba a vela y a máquina, con calderas que le permitían desarrollar una potencia de 160 CV, para alcanzar una velocidad máxima de 7 nudos (13 km/h).

Su casco de madera tenía una eslora de 48,5 mts., desplazaba 630 toneladas y poseía un calado de 3,35 mts.

La primera destinación que le fue asignada por la armada española fue la de nave correo en Manila, para trasladar correspondencia entre las diversas islas del archipiélago filipino, llegando hasta Hong Kong.

Los informes de los viajes de Humbolt por América, despertaron en Europa hambre por conocer las maravillas que el polímata berlinés describía en sus informes. En España, que no terminaba de resignarse a la pérdida de sus colonias del Nuevo Mundo, conocer tantas cosas que el continente dominado por más de trescientos años ocultaba y que ellos no fueron capaces de ver, fue un golpe duro.  Para tratar de revertir esa situación organizaron la llamada Comisión Científica del Pacífico, una ambigua expedición en la que se embarcaron tres zoólogos, un geólogo, un botánico, un antropólogo y un fotógrafo.

Comisión Científica del Pacífico
Miembros de la Comisión Científica del Pacífico.

Su misión visible consistía en recorrer el continente americano buscando nuevas especies animales, vegetales, minerales, además de efectuar estudios antropo-lógicos. Una parte de los científicos desembarcó en Buenos Aires y continuó su recorrido por tierra, para reencontrarse con la escuadra en Valparaíso.

Pero la mentada comisión tenía además, un segundo objetivo: exigir al Perú el pago de una deuda que el gobierno de Lima accedió a cancelar al de España cuando concluyó la Guerra de la Independencia, deuda que se mantenía pendiente. Por eso la flota, que zarpó de Cádiz el 10 de agosto de 1862 y que movilizaba a la expedición científica, estaba integrada por naves de guerra de última generación para la época, como las fragatas Triunfo y Resolución, de 3.200 toneladas de desplazamiento cada una y la goleta Vencedora, de 780. A esta flota se les unió, en Montevideo, la Covadonga, como la llamaban familiarmente sus tripulantes, proveniente de oriente.

Al llegar a la zona del Estrecho de Magallanes, la Covadonga, de más lento andar, se rezagó y perdió contacto con el resto de la flota. No obstante su capitán decidió seguir adelante y enfrentó solo el cruce del Estrecho. Después de una azarosa travesía, recaló en Punta Arenas, donde se encontró con sus compañeras.

Comisión Científica destinada al Pacífico

Posteriormente se dirigieron al norte pasando por varios puertos chilenos, para fijar su centro de operaciones en Valparaíso y desde ahí desplazarse por toda la costa del Pacífico sudamericano, llegando incluso hasta San Francisco, en California.

Pero los españoles, que buscaban un pretexto para declarar una guerra al Perú, lo encontraron en un conflicto que comenzó siendo menor y que con el paso de los días alcanzó grandes proporciones. Nos referimos al Incidente de la hacienda Talambo.

En 1859 el propietario de ese lugar, el hacendado Manuel Salcedo, trajo al Perú más de doscientos cincuenta labradores vascos, sin explicarles que trabajarían en las plantaciones de algodón. Al llegar y conocer la naturaleza de su función, más de ochenta huyeron y los otros se dedicaron a cultivos distintos y que eran los que ellos dominaban en su tierra natal. Salcedo quiso obligarlos a trabajar por la fuerza, los vascos se rebelaron y en un enfrentamiento entre éstos y tropas reclutadas por el hacendado, resultaron dos muertos, uno de cada bando.

Los vascos denunciaron a la justicia a Salcedo, hombre influyente en su comunidad. En el juicio el tribunal favoreció al peruano, pero los vascos apelaron y el conflicto ascendió en los tribunales hasta que el gobierno español tomó cartas en el asunto y dio instrucciones a las naves que circulaban por el continente americano, para que averiguasen lo que ocurría e interviniesen de ser necesario.

El almirante a cargo de la flota española, Luis Hernández-Pinzón decidió hacerse parte del problema y como una forma de presionar al gobierno peruano para que interviniera en el litigio en favor de los vascos, tomó posesión de las islas Chincha, que estaban prácticamente sin protección. Estas islas eran la principal fuente de ingreso del gobierno limeño por cuanto producían un porcentaje importante del guano que exportaban. Impedir dicha explotación significaba un fuerte golpe a su economía.

El Perú carecía de una armada fuerte que le permitiese hacer frente a la poderosa flota española y solicitó apoyo al gobierno de Chile para expulsar a los invasores. Chile no dudó en intervenir en favor de sus vecinos y resolvió no abastecer ni de carbón ni de alimentos a la flota española, que respondió amenazando con bombardear sus puertos. El gobierno chileno consideró una afrenta la amenaza y declaró la guerra a España, incluso antes de que lo hiciera el Perú, que era la nación agredida.

Pese a que la armada chilena disponía solo de dos embarcaciones en mediano estado de conservación, el almirante español solicitó al gobierno de su país refuerzos para esta guerra y fortaleció su flota con nuevas naves, que superaban a las flotas chilenas y peruanas sumadas. Aprovechando su supremacía marítima, los íberos bloquearon los principales puertos de ambos países, así como los de Ecuador y Bolivia, que con un espíritu americanista, se agregaron al conflicto. La larga extensión del litoral hacía insuficiente las naves españolas para mantener este encierro, que afectaba notablemente las economías latinoamericanas, obligándolos a centrar sus naves en los lugares más sensibles a esta medida.

Fue en este contexto que, el 26 de noviembre de 1865, la corbeta chilena Esmeralda, capitaneada por Juan Williams Rebolledo, se encontró con la Covadonga, al mando de Luis Ferry, que navegaba desde Coquimbo a Valparaíso, frente a Papudo, a 35 millas al norte de este último puerto. A pesar de que la Esmeralda había entrado en el conflicto antes de concluirse las reparaciones que su casco y máquinas requerían, enfrentó a la nave enemiga aprovechando la mayor altura de su borda, efectuando disparos de fusil que hicieron casi imposible a los artilleros españoles cargar los cañones de la Covadonga.

En un combate breve, que duró poco menos de una hora, el capitán hispano decidió rendir su nave e intentó hundirla, pero la oportuna intervención de los marinos chilenos lo evitó, lográndose la incorporación de una tercera nave a la precaria escuadra chilena.

La captura de la Covadonga representó un duro golpe para los atacantes. Este hecho, sumado a otros y seguramente a un estado depresivo severo, llevó al vicealmirante español José Manuel Pareja, al suicidio.

Desde ese día y después de ser reparados los daños sufridos en Papudo, la Covadonga comenzó a vestir la bandera chilena. Un decreto supremo determinó que conservara su nombre.

La primera acción que la recién incorporada vio con su nueva bandera fue en el combate naval de Abtao, que se desarrolló en la costa de la Isla de Chiloé.

La mayoría de las naves de la alianza chileno-peruana estaban deterioradas. De hecho, la fragata peruana Amazonas hubo de ser trasladada a remolque desde El Callao hasta Chiloé, porque sus máquinas estaban inservibles. Se utilizaría como defensa costera por su artillería, pero permanecería anclada, condenada a la inmovilidad. Para peor suerte, encalló al llegar a destino, por lo que hubo de ser desarbolada y utilizar sus piezas de artillería en otras naves o emplazándolas en el litoral.

Ninguna de las otras embarcaciones de la alianza sudamericana estaba en óptimas condiciones, obligando a enfrentar al enemigo en una batalla más bien de carácter defensivo, aprovechando el mejor conocimiento de un litoral lleno de escollos. Los seis barcos que participaron por parte del pacto chileno-peruano reunían, en total, 67 cañones de diversos calibres, contra dos naves españolas en buen estado que montaban, entre ambas, 82 cañones.

La estrategia de los aliados fue emplazar todas las naves en línea frente al estrecho que separa la Isla Grande de la Isla de Abtao, aprovechando la bravura del mar y la existencia de rocas ocultas por la aguas.

Los chilenos y peruanos en Abtao.
Caricatura publicada “El Museo Universal”, revista ilustrada que circuló en España entre los años 1857 y 1869. Este dibujo, ridiculizando a chilenos y peruanos, apareció en el número del 2 de diciembre de 1866.

Salvo un cañoneo entre ambas flotas que no causaron grandes pérdidas, el combate no siguió por el temor de los españoles a encallar.

En un momento de la conflagración, a la Covadonga, comandada por Manuel Thompson, le pareció ver varada a la fragata enemiga Blanca y se acercó hasta unos seiscientos metros para cañonearla, pero al confirmar que su apreciación era errónea, decidió alejarse, luego de intercambiar algunos disparos que no causaron daño a ninguna de las dos naves.

Concluido este conflicto bélico, cuyo episodio más lamentable fue el bombardeo de Valparaíso, la Covadonga desarrolló diversas labores en la Armada de Chile hasta que, entre septiembre y octubre del año 1874, al mando del capitán Ramón Vidal Gormaz, participó en una importante expedición hidrográfica y oceanográfica a las Islas Desventuradas, (San Félix y San Ambrosio) ubicadas frente a la Región de Atacama, al norte del Archipiélago de Juan Fernández.

Se mantuvo en labores de paz hasta que se inició la Guerra del Pacífico donde le cupieron sus actuaciones más destacadas, sobre todo su participación en el Combate Naval de Punta Gruesa, enfrentando a una nave desproporcionadamente más grande y mejor artillada. Solo la sagacidad de su capitán y de la tripulación permitió convertir en victoria lo que era una inminente derrota.

Sobre los combates navales de Iquique y Punta Gruesa se ha escrito mucho. Incluso es posible leer el informe que Carlos Condell envió, después de la batalla, al señor Almirante i Comandante en Jefe de la Escuadra (sic), que adjuntamos al final de esta crónica.

Pero aquí nos estamos refiriendo a la nave y como tal diremos que enfrentaba a un enemigo notablemente superior.

Sabemos que la Esmeralda y la Covadonga estaban bloqueando el puerto de Iquique, entonces peruano. Cuando los chilenos distinguieron los humos de los barcos enemigos, se prepararon para el combate y se pusieron de espaldas a la ciudad para obligar a las naves peruanas a cuidar que sus balas no cayeran en territorio propio. De todas maneras, Prat intuyó que poco podían hacer contra tan formidables rivales y ordenó a Condell dirigirse hacia Antofagasta para informar lo que ocurría.

Carlos Condell de la Haza
Carlos Condell de la Haza. Retrato de J .F. González.

La Covadonga se escabulló por entre el Huáscar y la Independencia, aunque no salió ilesa de su osadía. Una bala del Huáscar la atravesó de lado a lado, cortándole ambas piernas al cirujano Videla y matando a otro marinero. Aun así continuó con su huida, pegada a la costa y recibiendo disparos que desde el litoral les hacían soldados peruanos desde el borde costero y desde embarcaciones menores que intentaban cortarle el paso.

Entonces el combate se dividió en dos. La Esmeralda quedó enfrentando al Huáscar y la Independencia salió en pos de la Covadonga. Las diferencias entre estas dos naves eran abismantes desde el punto de vista estratégico:

COVADONGA INDEPENDENCIA
Año de Construcción 1859 1866
Tipo Goleta a hélice Fragata blindada
Eslora 48,5 m 65,53 m
Desplazamiento 630 ton. 3.750 ton.
Calado 3,35 m 6,62 m
Máquinas 2 Calderas tubulares a carbón Máquina de vapor horizontal
Velocidad 4 nudos 11 nudos
Dotación 130 hombres 375 hombres
Artillería 2 cañones de 70 lbs 12 cañones de 70 lb

1 cañón de 250 lb.

3 cañones de 150 lb

2 cañones de 9 lbs.

2 ametralladoras

Frente a estas diferencias, resultaba fácil suponer el desenlace del combate, pero Condell supo sacarle partido a la única ventaja que tenía: el calado.  Navegó pegado a la costa evitando los embates de la Independencia, que pretendía o adelantarla para dispararle desde sus bandas o espolonearla. El chileno, con el apoyo de sus fusileros, entre los que se incluye el mítico Juan Bravo, un muchachito de origen mapuche de excelente puntería, impidió que los artilleros de la Independencia utilizaran el cañón de proa, que era de avancarga, es decir, se cargaba por su boca.

Fragata Independencia.
Fragata blindada peruana Independencia en el dique flotante en el Callao en 1866 (London Ilustrated News, 1867).

La Independencia encalló y la Covadonga giró para cañonearla hasta obligarla a rendirse. La bíblica historia de David frente a Goliat, se replicaba en Punta Gruesa.

La principal consecuencia de este combate fue dejar a la armada peruana sin su mejor barco y reducir notoriamente su poderío naval.

Por supuesto que la nave chilena, aunque victoriosa, no salió incólume de tan desigual enfrentamiento. Requirió de muchas reparaciones para poder regresar al combate. Sabemos que el 26 de septiembre de ese mismo año ya estaba participando en nuevas actividades bélicas, pues le correspondió ser parte de la 1ª División de la escuadra chilena, conformada además por el Blanco Encalada y el Matías Cousiño. Su misión, colaborar en el traslado de tropas al frente enemigo e intentar dar caza al Huáscar.

Al amanecer del 8 de octubre, la 1ª División chilena divisó al Huáscar y a La Unión y se propuso cerrarle el paso hacia el norte. La Unión intentó huir formando una cortina de humo y la Covadonga y el Matías Cousiño salieron tras ella, permitiendo que el Huáscar pudiese escapar del cepo.  Las tres naves chilenas eran más lentas que las peruanas, por lo que incluso Grau pudo aminorar la velocidad de su nave para disminuir el consumo de combustible.

Pero desde el norte apareció la 2ª División chilena, conformada por el blindado Cochrane, la corbeta O´Higgins y el transporte Loa. De todas las naves chilenas, la única que poseía más velocidad que el Huáscar era el Cochrane. Su andar llegaba a los 12 nudos contra los 10,5 del Huáscar. Al final, la mayor parte del combate de Angamos se llevó a cabo entre estas dos naves. Mientras estas se batían, la O´Higgins y el Loa salieron en persecución de La Unión. La 1ª División llegó cuando el combate estaba casi decidido y de las tres naves que la conformaban, solo podía enfrentar al Huáscar el Blanco Encalada, que por la premura, fue puesto en operaciones antes de concluir un proceso de reparaciones que se le estaban realizando.

Se podría decir que la Covadonga, comandada por Manuel Orella, fue un espectador de la captura de la nave que le había causado los primeros destrozos en Iquique, el 21 de mayo de ese mismo año.

Desde ahí para adelante el océano perteneció casi por completo a los chilenos, que lo utilizaron para trasladar tropas, vituallas, armamentos y todo lo necesario para continuar la guerra. También disparaban contra las defensas costeras peruanas, apoyando las batallas terrestres.

Casi un año se mantuvo la Covadonga en estas labores de apoyo a las fuerzas terrestres, hasta el 13 de septiembre de 1880, el fatídico día en el que le tocó pagar la cuenta por su osadía.

Para entonces estaba a cargo del capitán Pablo de Ferrari y su misión era interrumpir, con sus cañones, el transporte ferroviario de mercaderías y armamentos que desde el norte abastecía Lima.

El comando chileno había advertido a todos sus capitanes del peligro que involucraban las naves pequeñas, que, cargadas de explosivos, se utilizaban como torpedos. Para evitar este problema, De Ferrari dio instrucciones de destruir todas las embarcaciones existentes ese día en el puerto de Chancay. Pero perdonó a un yate de recreo, demasiado hermoso como para destruirlo. Lo hizo inspeccionar por su gente y luego de verificar que no era una trampa, lo enganchó con su pluma para izarlo en la Covadonga. La inspección había fallado. La explosión abrió un enorme forado en el costado de la gloriosa Covadonga, que se hundió en pocos minutos.

Murieron 32 marinos chilenos, entre ellos De Ferrari y el contramaestre Micalvi, sobreviviente de la Esmeralda. Del resto de la tripulación, 29 fueron rescatados por la Pilcomayo y 48 cayeron en manos de los peruanos.

No terminó ahí la historia de esta nave. Pocos días después de su hundimiento, la Armada de Chile dio órdenes de rescatar todo lo que fuera posible y luego dinamitar el casco para evitar que algunos elementos pudiesen ser utilizados como trofeos de guerra. Pero no se consiguió del todo. En 1885 el gobierno peruano autorizó a privados para bucear en los restos. En esta labor fue desvalijada de casi todos los elementos que quedaban a bordo y nuevamente dinamitada para que sus restos no constituyeran un peligro para la navegación.

En 1959, o sea, ochenta años después, nuevamente los peruanos autorizaron a privados que, con el apoyo de la armada de su país, volvieron a revisar los restos, encontrando otras cosas de valor histórico, que se conservan en el Museo Naval de El Callao.

Pero ha sido imposible evitar que personas no autorizadas escarben entre las ruinas de la Covadonga. De hecho, la municipalidad de Chancay abrió un museo con elementos rescatados por pescadores locales.

Y aún no se termina la historia de este barco glorioso, pues todavía existen remanentes de su caso en el fondo oceánico de la bahía de Chancay.

Fernando Lizama Murphy
Julio 2019

Fuentes:

Miguel Luis Amunátegui – El Diario de la Covadonga. Editor Guillermo Miranda – 1902.

Sitio de la Armada de Chile:

http://www.armada.cl/prontus_armada/site/artic/20090716/pags/20090716172641.html

Sitio web Flickr: https://www.flickr.com/photos/28047774@N04/5697598865

Cuaderno de Sofonisba – Comisión Científica del Pacífico, 16 de abril del 2017.

http://cuadernodesofonisba.blogspot.com/2017/04/la-comision-cientifica-del-pacifico.html

 

ANEXO

Informe de Carlos Condell al Comandante en Jefe de la Escuadra

“Comandancia de la cañonera “Covadonga»

Antofagasta, junio 6 de 1879

Tengo el honor de dar cuenta a U.S. del combate ocurrido el día 21 próximo pasado en las aguas de Iquique, entre el buque de mi mando i la «Esmeralda», contra los blindados peruanos «Huáscar» e «Independencia».

Cumpliendo las órdenes de U.S. nuestros dos buques continuaban desde el 17 sosteniendo el bloqueo del puerto de Iquique. Al amanecer del citado día 21, nos encontrábamos haciendo la guardia a la entrada del puerto, mientras la «Esmeralda» vigilaba el interior. A las 6 hs. 30 ms. se avistaron dos humos a 6 millas al N., pudiendo reconocer al blindado «Huáscar» i momentos después al «Independencia». Para mayor seguridad, avancé dos millas en su dirección i reconocidos los buques enemigos, volví al puerto poniendo señales a la «Esmeralda» de dos vapores a la vista disparando un cañonazo de aviso. Comprendida la señal por la «Esmeralda», preguntó: ¿almorzó la gente? I contestado afirmativamente, puso nuevas señales ordenándonos reforzar las cargas i en seguida de seguir sus aguas. Nuestros buques avanzaron tres millas al N. en dirección al enemigo, enfrentando a la quebrada de Iquique i en disposición de batirnos. En este lugar i estando al habla nuestros dos buques a distancia de 100 metros, el comandante Prat nos dijo al habla: Cada uno cumplir con su deber.

A distancia de 100 metros cayó el primer disparo del «Huáscar» en el claro que nos separaba. Ambas tripulaciones saludaron esta primera demostración del enemigo con un ¡Viva Chile! i ordenándonos la «Esmeralda» abrigarnos con la población, volvimos al puerto, tomando aquel buque su primera posición, colocándome con el mío en los bajos de la isla. Colocados así, rompimos nuestros fuegos sobre el «Huáscar», que nos atacaba rudamente.

La «Esmeralda» dirigía también sus proyectiles al mismo buque, haciendo por nuestra parte abstracción de la «Independencia», que nos hacía fuego por batería, pero cuyas punterías eran poco certeras. Una hora había pasado en este desigual combate, cuando observé que el «Huáscar» gobernaba sobre la «Esmeralda», dejando pasar por su proa a la «Independencia», que se dirigió resueltamente a atacarnos. En ese momento estábamos a cincuenta metros de las rompientes de los bajos, corriendo el peligro de ser arrastrados a la playa; de tierra se nos hacía fuego de fusilería i la «Independencia» se acercaba para atacarnos con su espolón. Comprendí entonces que mi posición no era conveniente; desde ese punto no podíamos favorecer a la «Esmeralda» que se batía desesperadamente. Una bala de a 300 del «Huáscar» había atravesado mi buque de parte a parte, destrozando en su base al palo trinquete. Goberné para salir del puerto, dirigiendo todo mis fuegos sobre la «Independencia», que a distancia de 200 metros enviaba sus proyectiles.

Al salir de los bajos de la isla, fui sorprendido por una cantidad de botes que intentaron abordarnos; rechazado este ataque con metralla de a seis i fusilería, continué rumbo al S. seguido por la «Independencia», que intentó tres veces alcanzarnos con su espolón. Nuestra marcha en retirada era difícil; para utilizar nuestros tiros teníamos que desviarnos de la línea de la costa, aprovechándose la «Independencia», para acercarse i hacernos algunos certeros tiros por baterías, i con su colisa de proa i las ametralladoras de sus cofas. El tercer ataque parecía ser decisivo; nos hallábamos a doscientos cincuenta metros del enemigo que, sin disminuir sus fuegos, se lanzó a toda fuerza de máquina sobre nuestro buque. En ese instante teníamos por la proa el bajo de Punta Gruesa.

No trepidé en aventurarme pasando sobre ella rozando las rocas; el buque enemigo no tuvo la misma suerte: al llegar al bajo se varó, dejando su popa levantada. Inmediatamente viré i colocándome en posición de no ser ofendido por sus cañones, que seguían haciéndonos fuego, le dirigí dos balas de a 70 que perforaron su blindaje. Fue en este instante cuando el enemigo arrió su bandera junto con el estandarte que izaba al palo mayor, reemplazando estas dos insignias con la señal de parlamento. Ordené la suspensión del fuego y púseme al habla con el comandante rendido, quien de viva voz me repitió lo que ya me había indicado al arriar su bandera, pidiéndome al mismo tiempo enviase un bote a su bordo. Esto no fue posible verificar, no obstante mis deseos, porque en ese momento el «Huáscar» se aproximaba. Además nuestra máquina solo podía trabajar con cinco libras de presión i el buque hacía mucha agua a causa de los balazos recibidos; por todo esto creía aventurado pasar a bordo del buque rendido. Intertanto, la tripulación de la «Independencia» se refugiaba en tierra, parte en botes y parte a nado abandonando el buque, que quedaba completamente perdido.

El desigual combate anterior había durado hasta las 12 hs. 35 ms., es decir, cuatro horas. Durante él se dispararon.

38 balas sólidas de a 70

27 granadas de a 70

30 id. comunes de a 9

4 id. de segmento de a 9

17 tarros de metralla i 34 balas de a 9

3.400 tiros a bala i 500 de revólver

Las pérdidas de vidas son las siguientes.

Muertos

Cirujano 1º don Pedro R.2º Videla, que una bala le destrozó los pies i murió a las 7 de la noche.

Grumete Blas 2º Tellez

Mozo, Felipe Ojeda

Heridos

Don M. Enrique Reynolds Ids, en un brazo, en circunstancia de hallarse en el puente, de ayudante del que suscribe.

Contramaestre 2º, Serapio Vargas

Guardian 2º, Federico Osorio

Fogonero 2º, Ramón Orellana

Marinero 2º, José Salazar

Soldado, Domingo Salazar

Los daños causados por las balas enemigas son:

Una bala de cañón de a 300 que atravesó el buque de babor a estribor, rompiendo el palo de trinquete en el entrepuente, i salió a flor de agua.

El 2º bote destrozado i la chalupa perdida totalmente con uno de sus pescantes.

La jarcia del palo mayor i trinquetes cortados de banda a banda, i la del segundo a estribor.

A popa en la bovedilla una bala dejó su forma sin penetrar, e innumerables tiros de rifle como de ametralladora, en todo el buque.

Según he expuesto, al dejar el costado de la «Independencia», avistamos el «Huáscar» que se nos acercaba a toda fuerza de máquina. La presencia de este buque nos hizo temer la pérdida de la «Esmeralda», incapaz de resistir por mucho tiempo los ataques de tan poderoso enemigo.

Sin embargo de lo desventajoso de nuestra situación, pues estábamos casi destrozados, las municiones agotadas, sobre todo las balas sólidas, i la tripulación rendida con cinco horas de trabajo constante, tomé todas las precauciones para emprender un segundo combate.

Poco después i cuando el enemigo estaba a cinco millas de nuestra popa, i por la cuadra del vencido, vi dirigir su proa en su auxilio. Este retraso nos permitió avanzar, distinguiéndolos nuevamente a diez millas i siempre en nuestra persecución.

En la oscuridad de la noche perdimos de vista al enemigo, i aprovechando la brisa que soplaba, hice rumbo al 0. Proseguí en esa dirección hasta las 12 M. hora en que, creyendo que el ‘Huáscar» hubiese cesado su propósito, me dirigí hacia tierra.

Antes de terminar la narración de los sucesos de este día, me permitiré manifestar a U.S. que los oficiales tanto de guerra como mayores se condujeron, valientemente, cada uno a la altura de las circunstancias, cumpliendo como oficiales i como chilenos.

La tripulación toda sin excepción, ha hecho cuanto podía exigirse, estando en el ánimo de todos la resolución de morir sin arriar nuestra bandera.

Hago una recomendación especial del teniente 1º don Manuel J. Orella, cuyo valor, resolución i serenidad en su puesto, son dignos de elogio. A la vez hago mención especial del buen desempeño del ingeniero 2º don Emilio Cuevas, bajo cuya dirección está la máquina.

Al amanecer el día siguiente 22, recalamos al río Loa, fondeando en Tocopilla a las 8.30 P.M. En este punto fuimos auxiliados por gente de tierra que ayudó a achicar el buque, i por carpinteros que hicieron las reparaciones mas urgentes i necesarias para continuar el viaje.

Antes de salir, cumplimos con el penoso deber de enviar a tierra i depositar solemnemente en la iglesia del pueblo, los cadáveres de las tres personas fallecidas en el combate, acompañando a este acto una comisión compuesta del teniente Lynch í del contador señor Reynolds i parte de la tripulación.

En la tarde del día 23 salimos de Tocopilla con rumbo al sur hasta las 11 de la noche en que, a causa del fuerte viento i no avanzando sino una milla por hora, resolví volver al puerto indicado i esperar mejor circunstancia. A las 5 A.M. del 24 zarpé nuevamente al sur, aprovechando la calma de la mañana.

Una floja brisa del norte me permitió largar velas, fondeando en Cobija a las 12 P.M. En este puerto nos pusimos al habla con el vapor «Santa Rosa», que venía del norte, embarcando en él con destino a Antofagasta a los heridos i al contador que debía solicitar del general en jefe el envío de algún vapor que nos diera remolque.

Salí de Cobija a las 3 P.M. i navegando muy cerca de la costa, pasamos mui a la vista de Mejillones, i aprovechando la brisa terral seguimos rumbo a Antofagasta hasta la mañana del día siguiente, día en que a 20 millas de este puerto recibimos remolque del vapor «Rimac» que nos condujo al fondeadero, largando el ancla a las 3 P.M. del 25. A las 6 A.M. un fuerte temporal del Este rompió el ancla i tres espías que amarraban el buque, i a pesar de fondear la segunda ancla con 90 brazas de cadena fuimos arrastrados cinco millas a fuera. A las 8 A.M. fuimos tomados a remolque por dos vaporcitos del puerto i conducidos a la dársena, donde fuimos amarrados convenientemente con un ancla i varias espías.

A la una de este mismo día, cuando creíamos estar en seguridad, nuestro vigía anuncia la aparición del “Huáscar» por el S.O. i a poca distancia del puerto. Tomé inmediatamente una posición que me permitiera defenderme; i percibiendo al buque enemigo que se dirijía a apresar el transporte «Rimac» que huía al N., le dirijí dos tiros con el fin de distraerlo i dar tiempo para la salvación del transporte. Esto se consiguió, porque el «Huáscar» paralizó un momento su marcha, siguiendo momentos después su propósito, pero inútilmente. A las 4 P.M. el «Huáscar» volvió al puerto i después de un prolijo estudio de la costa, lanzó su primer tiro a nuestro buque. Inmediatamente fue contestado por nuestros cañones i los fuertes o baterías de tierra, siguiéndose un tiroteo de dos horas sin resultado notable, habiéndose consumido por nuestra parte 35 tiros de bala sólida.

La tripulación de la «Covadonga», a pesar de solo haber recibido tres o cuatro instrucciones sobre el manejo de la artillería, estaba ya en aptitud de desempeñar su puesto de combate. No obstante, los oficiales que comandaron las colisas de a 70 solicitaron de mí como un honor el ocupar los puestos de cabos de cañón.

Así, el teniente Orella en la colisa de proa y el teniente Lynch en el de popa, apuntaron i dieron fuego durante todo el tiempo, obteniendo el manejo mejor que pudiera desearse.

Al presente me hallo con el buque de mi mando fondeado en la dársena del puerto, que solamente tiene 2 o 3 brazas de agua, i por consiguiente, al descomponerse la barra con la marejada, la quilla toca el fondo i hace sufrir al buque, circunstancia que le hago notar para que U.S. se sirva tomar a la mayor brevedad la resolución mas conveniente.

El departamento de la máquina que, como ya he dicho a U.S., ha sido atendida por el ingeniero Cuevas i sus subordinados, se halla a la fecha listo con un solo caldero (pues el otro está inutilizado) i después de haber cambiado un émbolo que oportunamente recibimos de Valparaíso.

No omitiré la circunstancia de hacer presente a U.S., que el mayor andar conseguido durante el combate del 21, nunca fue más de cuatro millas.

Es cuanto tengo el honor de dar cuenta a U.S.

Dios guarde a U.S.

CARLOS A. CONDELL

Al Señor Almirante i Comandante en Jefe de la Escuadra”

3 comentarios en “LA COVADONGA, NAVE RELEGADA POR LA HISTORIA

  1. Héctor Alfonso Villegas Torres

    La admiración y él agradecimiento a todos nuestros compatriotas que lucharon en la » GUERRA DEL PACÍFICO «. Me emocioné al conocer los terrenos del Norte de Chile. Es inembargable la fuerza y la valentía de los hombres en esté tremendo conflicto bélico. Sólo debo dar las gracias cómo Chile y mí admiración eterno. SALUDOS AFECTUOSOS.

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s