LOS LEÑADORES DEL RÍO BAKER

Imagen Portal del Patrimonio Gob. de Chile.

Incierto es el lugar en donde la muerte te espera;
espérela, pues, en todo lugar.

(Séneca)

En un lugar remoto ubicado en la desembocadura del río Baker, en la región de Aysén, se encontraron treinta tres cruces, que recuerdan a obreros anónimos que en 1906 murieron ahí en circunstancias que ni la arqueología ni la historia han podido dilucidar del todo.

Cuando viajas a la Patagonia chilena, específicamente a Caleta Tortel, es habitual que te ofrezcan paseos a la Isla de los Muertos, ubicada en la desembocadura del río Baker. Se trata de un pequeño crucero que te permite conocer un rincón perdido, en medio de una selva impenetrable, que oculta una tragedia de la que existen diversas versiones, ocurrida a comienzos del siglo XX.

En el lugar es posible observar una treintena de cruces, la gran mayoría anónimas, que recuerdan que ahí descansan los cuerpos de algunos hombres fallecidos en trágicas y confusas circunstancias. ¿Fueron envenenados, murieron de hambre o qué fue lo que ocurrió?

Para entender cómo se llega a esto, contaremos que, el Gobierno de Chile, temeroso de que esos territorios remotos fuesen invadidos por Argentina, buscó la forma de poblarlos a través de colonos. Pero para que llegasen esos colonos era necesario crear fuentes de trabajo y vías de acceso.

Con esa idea, en 1874 se otorgó la concesión de 50.000 hectáreas a la “Sociedad Explotadora del Río Baker”, cuyo objetivo era utilizar esos terrenos en la ganadería, tanto de ovinos como de vacunos, aunque de preferencia, la idea era dedicarla a estos últimos.

La región de Aysén, con un índice pluviométrico de 4.000 mm al año, permite el desarrollo de una flora exuberante que hace que muchos lugares resulten bosques impenetrables, que se renuevan constantemente, por lo que el desarrollo de la actividad ganadera, fuera cual fuese la elegida, exigía despejar amplias áreas para permitir el cultivo de forraje.

Para esta labor la empresa contrató mano de obra en Chiloé, trasladando a muchos oriundos de esas islas a trabajar a la Patagonia. Normalmente les hacían contratos semestrales –aprovechando los meses de verano en que las inclemencias del tiempo permitían más días de trabajo─ para luego trasladarlos en embarcaciones de la misma compañía o en otras contratadas para el efecto, de regreso a su hogar.

La principal labor de los obreros era dedicarse a la tala del ciprés y luego al destronque de los terrenos para que el lugar que ocupaban los árboles, se convirtiesen en extensas praderas.

Tal como dijimos antes, la zona estaba constituida, en gran parte, por tupidos bosques, lo que convirtió a esta labor en titánica pese a que la empresa contrató a los ingenieros señores Bonvallet y Carr para que evaluasen en terreno los mejores métodos para lograr el propósito que buscaban. Al parecer ambos ingenieros no coincidieron en sus apreciaciones y al final, los administradores, señores Neff y Tornero, siguieron sus propios métodos de trabajo, comenzando la tala desde las riberas del río hacia el interior.

La zona, lejana a todo, con un clima que, pese a ser verano, tenía frecuentes lluvias, vientos, bajas temperaturas, no contaba con ningún medio adecuado que permitiera dar cobijo y una mínima comodidad a quienes concurrían a trabajar. Investigaciones posteriores, dificultadas porque el follaje lo cubrió todo, no permiten reconstruir con un mediano grado de certeza las condiciones de vida en que estos hombres, la mayoría chilotes rudos, realizaban su labor, pero es fácil suponer la precariedad de las instalaciones, lo pobre de la alimentación, la carencia de elementos de seguridad y de higiene.

La única comunicación con el resto del mundo estaba en la desembocadura del Baker, en un sector denominado Bajo Pisagua, que hoy conocemos como Caleta Tortel, donde a veces anclaban barcos a la gira que transportaban a los trabajadores, las provisiones, las herramientas y que de regreso llevaban madera a los centros donde se comercializaba la misma.

Digamos que para llegar por mar es necesario atravesar una serie de fiordos patagónicos que llevan desde el Golfo de Penas hasta Tortel. No es una navegación fácil y las naves de mucho calado no se aventuraban por esos canales y esperaban en el golfo a embarcaciones menores que trasladaban personas y mercaderías desde y hacia la caleta.

Teniendo presente todos esos factores, geográficos, logísticos y por supuesto humanos, las personas que han investigado los sucesos llegan a la conclusión de que el avance era poco, la lucha contra la naturaleza no permitía avanzar al ritmo que los empresarios querían, llevándolos finalmente a la quiebra.

Y aquí viene la pregunta que despertó el hallazgo de estas tumbas y que muchos investigadores han tratado de responder. ¿Qué ocurrió con los obreros que en ese momento trabajaban como leñadores en esa faena?

Caleta Tortel. Imagen Consejo Monumentos Nacionales de Chile.

Un estudio publicado por el Capitán de Fragata Alexander Tavra Checura, en el número 805 de la Revista de Marina (nov-dic, 1991), nos dice que lo que más se escucha es que la empresa, al ver su inminente quiebra y para evitar pagar los salarios, decidió envenenar a los obreros en el comedor común ubicado en un sector llamado Punta de Casas, provocando la muerte de unos doscientos de ellos que fueron sepultados en el brazo del Río Baker, donde las subidas del río han arrastrado a la mayoría de las tumbas, permaneciendo solo las que son visibles en la actualidad. O sea, estaríamos frente a un asesinato masivo, consumado con premeditación.

El capitán basa su hipótesis en el testimonio del poblador Reinaldo Sandoval Cifuentes, sobreviviente del drama, que en 1982 fue entrevistado por Peter Hartmann, destacado investigador aisenino. En la época de la entrevista don Reinaldo contaba 85 años.

Sacando cuentas, se puede deducir que, al momento de los hechos, el señor Sandoval tenía entre nueve y diez años, lo que permite pensar que también contrataban niños para estas labores o que algunos obreros se trasladaban junto a sus familias.

Aclaremos que este poblador, junto a otros sobrevivientes, luego del fracaso comercial de la compañía se las ingenió para mantenerse en la zona pese a todas las adversidades y son considerados los primeros habitantes de Tortel.

Analizando esta información, a este cronista le resulta contradictorio pensar que los mismos que envenenaron a los obreros se hayan tomado la molestia de darles sepultura, identificando incluso los cuerpos con sus nombres . En muchas cruces aún quedan rastros de escritura que, seguramente, tenía el nombre del difunto. Si no fueron los asesinos quienes los enterraron, ¿quién entonces? ¿Fueron los sobrevivientes como el señor Sandoval?

Nacimiento Río Baker, el más torrentoso de Chile.

La otra teoría, cuyo autor presenta como muy documentada en diarios de la época, varios de ellos de la zona, en relatos boca a boca y en otras fuentes, se encuentra en el libro “La tragedia obrera de Bajo Pisagua. Río Baker, 1906”, del antropólogo Mauricio Osorio Pefaur. Ahí afirma que la causa de la muerte fue el hambre. Según este autor, los obreros esperaron en vano la embarcación que los trasladaría de regreso a sus hogares, muriendo todos de inanición. Él nos habla de 59 muertos, que eran las tumbas originales existentes en el lugar, las que, a raíz de las subidas del río, se redujeron a treinta y tres.

Osorio logró establecer la identidad de varias de las personas que yacen en las tumbas, ubicando incluso a algunos descendientes que desconocían cuál había sido el destino de sus antepasados.

Se supone que los sobrevivientes iban sepultando a sus compañeros a medida que morían, en un aterrador ritual, sabiendo que muy probablemente el próximo podías ser tú. Las cruces han sobrevivido al paso de los años solo porque están confeccionadas en madera de ciprés, madera que tiene una alta resistencia a la humedad y a la podredumbre.

También para aclarar (o confundir más) por qué la nave no llegó a buscar a los obreros, existen dos versiones:

La primera dice que la empresa, a raíz de sus problemas financieros, nunca contrató los servicios de una nave, ni envió una propia, dejando abandonados a su suerte a los trabajadores.

La segunda afirma que la nave no llegó porque muy posiblemente naufragó en los endiablados canales sureños.

Sea como fuere, Osorio acusa a la “Sociedad Explotadora Río Baker” y al estado de Chile por la insensibilidad frente al drama humano que se estaba produciendo en Bajo Pisagua.

Si bien es cierto es inhumana, despiadada y cruel la decisión de dejar a un grupo de trabajadores abandonados a su suerte en una zona inhóspita como la Patagonia, tampoco podemos perder de vista que se trataba de hombres curtidos en la vida silvestre, acostumbrados a subsistir de la pesca y de lo que podían obtener del entorno en su Chiloé natal. Por eso no resulta fácil para este cronista aceptar su muerte por inanición. Y si así fue, tiene que haber ocurrido en un período relativamente largo de tiempo, teniendo al frío invernal como protagonista.

¿Y si tal vez fue una epidemia u otra causa desconocida, la que produjo las muertes?

Al parecer la historia no ha terminado de escribirse con respecto a los sucesos que llevaron al deceso de esos obreros y es muy probable que nunca se tenga perfecta claridad frente a estos tristes hechos. Lo concreto es que, por lo menos treinta y tres chilenos dejaron sus cuerpos en esas tierras remotas, haciendo algo tan básico como buscar el sustento.

Tal vez, con los avances de la medicina forense y si es que después de casi ciento veinte años bajo tierra queda algo del cuerpo de esos desafortunados compatriotas, se podría establecer con mayor certeza la causa de su muerte.

Fernando Lizama Murphy

Julio 2022

Fuentes:

Tavra Checura Alexander. Colonización marítima en la zona del Baker (el caso de Tortel) https://revistamarina.cl/revista/805

Osorio Pefaur, Mauricio. La tragedia obrera de Bajo Pisagua. Río Baker, 1906 (Ñire Negro Ediciones)

Un comentario en “LOS LEÑADORES DEL RÍO BAKER

  1. Jose Alfonso Lobato

    Gracias Fernando Es un agrado leer tus crónicas Muchas de ellas de las que no tenía noticia alguna Además de entretenido, se aprende Un abrazo Pocho

    Enviado desde mi iPhone

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