La visito por última vez para contarle que mañana parto para la India, mamá. Sí, a Rajastán, Jaipur para ser más específico. En realidad, no soy yo quien se va. Viaja Juan Andrés Valdés Baldovinos, pero soy yo. En doce años de cárcel se aprenden muchas cosas, entre otras, a falsificar documentos que le abren un sinfín de puertas que la sociedad le cierra de golpe cuando ha estado preso, mamá. Me voy con dinero obtenido de bancos con esos mismos documentos falsos. Porque un ex presidiario no tiene espacio en este país, mamá. No puede trabajar ni tiene posibilidades de ganarse el dinero en forma decente, mamá. La única opción es seguir delinquiendo. Y eso que yo nunca robé ni timé o estafé a nadie, mamá. Estuve preso por causas que en otros sitios ni siquiera constituyen un delito y que son las que me llevaron a elegir Jaipur y no otro destino. Pero mi certificado de antecedentes personales deja constancia expresa de mi condición de delincuente, mami querida. Ese es el candado que me clausura todos los espacios. ¡Ahora sí que soy un malhechor! Ahora que he falsificado documentos para obtener dinero ilícito o un pasaporte para conseguir visa hindú. ¿Antes, mamá? ¡Jamás lo fui! Todo lo que le dijeron fue mentira. Siempre me gustaron las niñas pequeñas y no veo nada malo en ello, mamá… porque yo no las dañaba, mamá. Lo hacía con cariño.
Pero claro, mamá, usted que se decía mi mejor amiga ―aunque por vergüenza nunca me visitó en la cárcel―, se preguntará, ¿qué hará este huevón en la India y en Jaipur? ¿Dónde crestas queda Jaipur? ¿Y por qué Jaipur? Primero, porque allá nadie me conoce, mamá. También me hice estas preguntas antes de decidirme, mamá, y un artículo del diario tomó este camino por mí.
Mañana me embarco. ¡Sí! Y espero encontrar un trabajo. Quizás pueda practicar las artesanías en cuero que aprendí encarcelado. Llegaré justo para el Akha Teej. ¿Qué es el Akha Teej, mamá? No lo tengo muy claro, pero es una festividad religiosa. Sí, mamá, me tiene que ir bien, porque usted me hizo un tipo culto, nada mal parecido, moreno, aunque no tanto como los de allá. Tampoco tengo esos ojos tenebrosos de ellos. ¿Del idioma?, algo aprendí en la cárcel y me las arreglaré; me metí en cuanto curso ofrecían para matar el tiempo. Un asesinato autorizado, mamá, en tres días estaré reencarnado, según la mitología hindú, en mi nueva vida. Podré tener sexo con niñitas sin que constituya un delito, mamá. Por el contrario, consideran de buena suerte que sus hijas se desposen antes de los diez años. Así lo aseguraba el diario. Un diecisiete por ciento de las mujeres se casan antes de esa edad. ¿Se da cuenta, mami, la cantidad que es ese porcentaje entre los hindúes? ¿Cuántos miles de pequeñitas estarán en edad de ser deseadas? Y la India, con una cultura milenaria, lo acepta. En cambio yo, mamita, fui preso y hasta vejado en la cárcel por hacer aquello que allá es lícito.
Ya sé lo que está pensando, mamá, que la niña crecerá y perderá su encanto. Es cierto. Pero en un país tan poblado, me imagino la fila interminable de niñitas de ese diecisiete por ciento, y la lujuria me enloquece. Siempre encontraré una nueva oportunidad para comenzar un romance a mi medida. En Jaipur me desquitaré.
Bueno, mamita, debo partir para arreglar los últimos asuntos. Hasta siempre. Le dejo estas flores que robé de la tumba de su vecino.
Fernando Lizama-Murphy
Imágen: ©Jorge Royan / http://www.royan.com.ar/
Este relato forma parte del libro 24 Cuentos
NOTA: Sobre el tema del matrimonio infantil en la India, ver Obligadas a casarse cuando son niñas de NacionesUnidasVideo