LA TIRANA DEL TAMARUGAL

Crónica de Fernando Lizama-Murphy

la-tirana-de-pie-photCada año, durante la semana del 16 de julio, convergen hacia el pequeño poblado de La Tirana, en la Comuna de Pozo Almonte, más de doscientas cincuenta mil personas a rendirle culto a la imagen de la Virgen del Carmen. La mayoría de los asistentes son hijos de las etnias aimaras, quechuas y atacameños, provenientes del norte de Chile y de Argentina, de Bolivia y Perú. La fama de milagrosa de la Virgen se ha extendido mucho más allá de las fronteras de estos cuatro países, además que las celebraciones, los bailes y el entorno místico, casi mágico que se crea, invita a viajantes de todo el mundo, a pesar de que apenas existen las comodidades mínimas para acogerlos.

Al parecer, a comienzos del siglo XX la Iglesia Católica comenzó a darle importancia a esta festividad en la que se mezclan elementos cristianos y paganos. Los danzantes se visten de demonios con vistosos disfraces, las mujeres se engalanan con hermosas faldas arrepolladas de múltiples colores y el sonido de quenas, zampoñas, bombos y otros instrumentos propios de las culturas andinas, invaden el ambiente. La fiesta dura una semana, en la que el norte casi se paraliza.

¿Dónde está el origen de esta celebración? La delgada línea que separa la historia de la leyenda es sumamente frágil, y en este caso lo es aún más porque existen varias versiones para la misma. Pudimos elegir cualquiera, pero por un capricho, nos hemos inclinado por la del periodista Héctor Pumarino Soto.

El viaje de Diego de Almagro a Chile estuvo plagado de problemas y uno de ellos fue la oposición a someterse al yugo hispano de muchas de las tribus que vivían en la ruta cordillerana seguida por los colonizadores. La elección de este camino obedeció a la existencia de cursos de agua que manaban desde el macizo andino y que al internarse en el desierto se esfumaban en la arena. Pero el terreno era un desierto pedregoso, muy frío durante la noche, para transformarse en un infierno durante el día.

Después de atravesar lo que en esa época era una selva de tamarugos, un grupo de españoles encontró un lugar casi oculto donde aguas termales cristalinas fluían desde las rocas y una vegetación exuberante y generosa en frutos extraños llenaba todo, en completa oposición a la aridez del desierto que acababan de cruzar. Si saberlo habían descubierto el Oasis de Pica. Decidieron asentarse ahí por un tiempo, para reponer fuerzas antes de continuar en su viaje de conquista hacia los territorios de más al sur. Para garantizar que no serían atacados a mansalva por los lugareños, tomaron como rehenes al jefe (Sinchi) de la tribu que habitaba en esos lugares junto a su hija y los enviaron al Cuzco.

Princesa del Tamarugal
La Ñusta Huayka. Imagen del musical «La Leyenda del Tamarugal».

El jefe se desesperaba por no poder ayudar a sus gobernados que estaban siendo sometidos a todos los abusos que los españoles infligían a los nativos y después de varios intentos de fuga, fue capturado y ajusticiado. No así su hija, que logró huir y reunirse con los suyos, que la recibieron como a una heroína y la reconocieron como su jefa. La Ñusta Huayka (Doncella Tirana) la bautizaron.

 

Convertida en la líder de su tribu reorganizó a las desanimadas tropas y comenzó una guerra de hostigamiento en contra del invasor. Enviaba pequeños destacamentos a provocarlos y cuando éstos se internaban entre los tamarugos, eran sorprendidos por los indios que los eliminaban. La consigna era no dejar sobrevivientes y los oficiales eran reservados para que fueran ejecutados personalmente por la princesa que, portadora de un odio visceral por lo que le hicieran a su padre y a su tribu, no vacilaba en asaetarlos con sus flechas.

Durante la emboscada del día anterior habían capturado a numerosos enemigos, entre ellos a un gallardo oficial de origen portugués, de nombre Vasco de Almeyda, que pasó la noche atado de espaldas a un tamarugo esperando a torso desnudo el amanecer para ser ajusticiado, justo cuando sol comenzara a iluminar la Pampa del Tamarugal. Los guerreros que rodeaban el cadalso gritando consignas contra el enemigo comenzaron a abrir un camino para que su reina procediera a la ejecución.

La mujer, alta para su raza y esbelta de tanto recorrer caminos para consumar su venganza, avanzaba segura, con su pelo azabache suelto sobre espalda y hombros, que le cubría parte de los juveniles pechos desnudos. Desde la cintura le caía una pequeña falda de lana multicolor. Con solo verla el condenado quedó subyugado por sus encantos. Y a ella le pasó lo mismo.

La gallardía con que ese hombre, dueño de todo el vigor de la juventud, la miraba, descolocó a la princesa. Sintió que todo su aplomo se desvanecía en un instante y supo que no podría matarlo.

Pero ¿cómo hacerlo para no fallarle a los suyos, que esperaban expectante el desenlace para iniciar la celebración de una nueva victoria?

Por su parte, Vasco De Almeyda no temía tanto a la muerte como a dejar de ver a la maravillosa aparición de tan desdichado momento.

Entonces, ella le habló en el castellano aprendido durante su cautiverio en Cuzco:

─Has osado invadir estas tierras que son dominio de los Hijos del Sol y por eso mereces la muerte. Pronto la Pacha Mama acunará tu sueño eterno.

Él respondió:

─Si la muerte viene de tus manos, la recibiré feliz, porque como última imagen me llevaré la de tu belleza divina.

El sumo sacerdote observaba las vacilaciones de la princesa y no dudó en conminarla, al oído, para que concretara la ejecución, que todos esperaban ansiosos. Ella supo que no le quedaba otro camino que cumplir su cometido.

Al pararse frente a su víctima observó que desde el cuello le colgaba una medalla de oro. Decidió poner la suerte del hombre en manos de los dioses. Ella apuntaría a ese disco dorado y si lograba impactarlo, diría a sus súbditos que era voluntad del cielo que el prisionero viviera.

Ñusta Huayka fijó la vista lo mejor que le permitió un pulso tembloroso, que en ese momento se resistía a soltar la flecha. Pero ella sabía que tenía que hacerlo y siguió con la mirada el dardo desde cuando se desprendió del arco, luego cuando cruzó el espacio, para terminar impactando de lleno el pequeño círculo metálico. El cuerpo del hombre se arqueó levemente y un poderoso ardor le quedó en el sitio en el que una marca roja comenzaba a florecer.

Entonces ella, aprovechando el estupor que se había adueñado de los presentes, testigos de un hecho tan singular, gritó con todas las fuerzas de sus pulmones:

─¡El Padre Sol no desea la muerte del prisionero!

A de Almeyda, la pequeña medalla de la Virgen del Carmen que su madre colgara al cuello cuando partía hacia las Indias, le había salvado la vida por el momento, porque no podía saber lo que vendría. Pero no fue nada malo; por el contrario. La tribu lo adoptó como uno de ellos y él, enamorado, no estaba dispuesto a traicionar la confianza de su amada ni la de la Virgen que lo había salvado.

Pero ella también estaba enamorada y nulo caso hizo a los consejos del sumo sacerdote que le recordaba que sólo podía tomarla como esposa un miembro de la nobleza de su tribu.

La princesa y el prisionero
Imágen de la película Ñusta Huillac, La Tirana.

Los encuentros furtivos del comienzo fueron perdiendo la discreción y ya era corriente ver a la pareja caminando entre las plantas, haciendo planes para el futuro. Poco le costó a Vasco convencerla de las ventajas de su fe católica, que no la obligaba a contraer matrimonio con un noble de su tribu. Pasado un tiempo hablaban de viajar al Cuzco y desde ahí a España para reconstruir sus vidas, lejos de los odios raciales que los separaban.

Para poder concretar sus proyectos, de Almeyda consideró que la princesa debía ser bautizada en la fe católica y como no había un sacerdote cerca, decidió que él mismo lo haría. Se encaminaron a un manantial cercano, seguidos de cerca por el sumo sacerdote, que oculto entre los árboles, vio cómo el soldado comenzaba a impartirle los óleos a su amada. Eso era algo que él no podía permitir. Tomó su arco para asesinar al enemigo, pero justo cuando la flecha se desprendía, Tirana, que ahora estaba recibiendo el cristiano nombre de Carmen, se percató de lo que ocurría y se interpuso en el camino, recibiéndola en su pecho.

El asesino huyó mientras Vasco intentaba, en vano, auxiliar a la amada, que falleció en sus brazos. La sepultó entre los tamarugos y con unas ramas de algarrobo le fabricó una cruz en la que talló con un cuchillo su nombre. Carmen.

Tiempo después, un destacamento español encontró a uno de los suyos, que parecía anciano, vestido con harapos, vagando por entre los árboles y repitiendo sin cesar el nombre de “Carmen”. Tampoco aceptaba alejarse de la cruz toscamente tallada con el mismo nombre. Cuando se fueron quisieron llevarlo con ellos, pero se resistió y permaneció en el lugar.

La Tirana, cuadroPasados varios años, hacia 1550, otro grupo de españoles en el que se contaba el fraile mercedario Antonio de Rondón, nuevamente se topó con la cruz, que ya mostraba el deterioro del paso de los años. Cerca encontraron el cuerpo momificado de un hombre con vestigios de lo que pudo ser un uniforme español. Del cuello le colgaba una medalla de oro, abollada en el centro, con la imagen de la Virgen del Carmen.

Al sacerdote le pareció milagrosa la presencia de esta cruz y de este cuerpo portador de la imagen, por lo que ordenó levantar una capilla en el lugar. Para darle mayor jerarquía al templo, consiguió en Lima un ícono de la venerada Madre de Dios. Cuando conversó con los lugareños, éstos le dijeron que la que descansaba en esa tumba era La Tirana, otrora reina de su tribu.

Los habitantes del sector siempre reconocieron el templo como de La Tirana y en él se produjo una curiosa simbiosis de ritos cristianos con otros ancestrales de las tribus que desde siempre habitaron el desierto de Atacama. La Iglesia Católica, buscando captar más seguidores, aceptó esta fusión que se ha traducido en lo que actualmente es la Fiesta de la Tirana, que dura toda la semana en la que cae el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen.

Crónica basada en la versión del escritor nortino Héctor Pumarino Soto (1901-2001), extraída del libro Lecturas Iquiqueñas, Selección de Sergio Gaytán M. Peña Blanca Editores

Fernando Lizama Murphy – Noviembre 2015

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