Por Fernando Lizama-Murphy
No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde la de los subalternos.
Adolf Eichmann, durante su defensa
La Segunda Guerra Mundial no concluyó con la rendición de Alemania ni con las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Hubo muchos coletazos posteriores, entre ellos el Juicio de Núremberg, en el que algunos jerarcas nazis fueron condenados a diversas penas. Pero en ese tribunal no estuvieron presentes en el banquillo de los acusados todos los que debieron estar. Muchos, aprovechando la confusión reinante, huyeron hacia distintas partes del mundo. Si hasta existen quienes aseguran que Hitler huyó de Alemania y que su suicidio en el búnker no fue sino un montaje para cubrir la fuga.
Lo concreto es que una parte importante de los jerarcas del Tercer Reich buscaron refugio en Sudamérica, especialmente en Argentina.
Uno de ellos fue Adolf Eichmann.
Este hombre de mediana estatura, delgado, dueño de unas orejas muy grandes, cuyo estereotipo distaba bastante del modelo ario hitleriano, nació en 1906 en Solingen, Alemania, pero siendo niño se trasladó junto a su familia a Linz, en el imperio austrohúngaro. En esta ciudad se educó y compartió con su mejor amigo, curiosamente, un judío de apellido Salomon. Era tal su amistad que incluso con él aprendió a hablar el yidish. En 1927 comenzó a participar en un movimiento que simpatizaba con las ideas de Hitler, y en 1932, a instancias de un amigo de su padre, ingresó al Partido Nacional Socialista y a las SS.
Muy pronto Eichmann entendió que la mejor manera de progresar dentro del partido era obedeciendo sin vacilaciones las instrucciones provenientes de sus superiores. Así, en 1934 fue trasladado a Berlín a cargo de una de las secciones que se preocupaban del “problema judío”. Desde ahí comenzó a escalar posiciones que le permitieron hacerse cargo por completo del asunto, convirtiéndose en Obersturmbannführer, es decir, el segundo en rango de las SS.
Es muy probable que jamás haya usado un arma en contra de un semejante, pero fue el cerebro que organizó todo el tema logístico del extermino de los enemigos del sistema nazi. De hecho, fue quien creó los trenes de la muerte, supervisó los campos de concentración, las cámaras de gases y todos los perversos mecanismos necesarios para exterminar a los judíos y a otros grupos étnicos considerados impuros. También organizó los sistemas de denuncias y los métodos para contabilizar y expropiar los bienes de los cautivos, siendo el artífice de toda la maquinaria para el genocidio y el expolio.
Para Simón Wiesenthal, el cazador de nazis que consiguió llevar a más de mil nazis a la justicia, aunque era una presa apetecida, solo era uno más entre la larga lista de prófugos que pretendía capturar, lo mismo que para el gobierno israelí, dirigido por el mítico David ben Gurión. Éste se había propuesto ubicar y detener a por lo menos un jerarca nazi de peso para juzgarlo en Israel. Quería demostrar a todos los judíos del mundo que su patria, recién creada, estaba en condiciones de asegurarles tranquilidad en cualquier lugar del orbe en que se encontrasen.
Pero no solo los judíos lo buscaban. Eichmann era parte de una larga lista en la que figuraban todos los jerarcas nazis que huyeron y no fueron juzgados en presencia, en Núremberg. Casi todos los países que participaron en la Segunda Guerra Mundial iniciaron una gigantesca cacería por todo el mundo en busca de los prófugos, que recibían ayuda de gobiernos y personas que seguían considerando al sistema nazi como un modelo a seguir.
Eichmann tuvo suerte. Cuando fue capturado por los norteamericanos en mayo de 1945, vestía un sucio uniforme de suboficial de la Luftwaffe, cuya documentación, a nombre de Otto Eckmann, portaba como propia. Pensando que se trataba de uno más entre los miles de soldados errantes derrotados que deambulaban por Europa, lo recluyeron en un campamento de prisioneros del que logró huir.
Durante algunos años permaneció oculto en Alemania, ayudado por simpatizantes del régimen nacionalsocialista. Pero el cerco se cerraba y debió huir a Ginebra donde, con la ayuda de Monseñor Alois Hudal, obispo austríaco simpatizante nazi que creó las Ratlines o Líneas de Fuga para facilitar la huida de los jerarcas del régimen de Hitler, obtuvo un pasaporte a nombre de Ricardo Klement y un visado para viajar a Argentina, país gobernado por Juan Domingo Perón, que, aunque permaneció neutral durante la guerra, no disimulaba su simpatía por el ideario fascista y el nazismo.
Algunos cálculos estiman en 50.000 los refugiados nazis que buscaron asilo en Argentina. Desde ahí muchos pasaron a Paraguay, Bolivia, Chile y Brasil.
La nave que abordó Eichmann/Klement en Génova, arribó a Buenos Aires el 14 de Julio de 1950.
Pero salvar el pellejo era una cosa y sobrevivir huyendo otra muy distinta, porque contra todo lo que se opinaba de los nazis, aseverando que se habían fugado con fortunas que les permitirían vivir con holgura, por lo menos en el caso de Eichmann no fue así. Aparentemente salió de Europa con lo puesto y sin su familia, la que se le unió posteriormente.
Para poder mantenerse trabajó en un taller en Palermo. Luego viajó a Tucumán en busca de mejores condiciones económicas. Mientras permanecía en esta ciudad, arribó su mujer con sus hijos. Pero la empresa en la que trabajaba quebró y buscó otros empleos que no le permitían generar los recursos necesarios para mantener a su grupo familiar, que se vio incrementado con un cuarto hijo nacido en el país adoptivo. Apremiado por la situación decidió regresar a Buenos Aires donde intentó algunos negocios, pero siempre con pobres resultados. Finalmente consiguió un empleo de operario en la Mercedes-Benz, lo que le permitió una relativa tranquilidad económica.
Luego trasladó su residencia a la calle Garibaldi, en una modesta casa del barrio de San Fernando, siempre en Buenos Aires, y desde ahí viajaba en autobús a su trabajo, en una rutina que se repitió por años y que sería lo que, a la larga, permitiría su captura.
Desde hacía ya bastante tiempo existía la fundada sospecha de que Eichmann y muchos otros refugiados vivían en Argentina relativamente amparados por el gobierno de ese país. Pero las autoridades israelíes, preocupadas por consolidar su presencia en el Oriente Medio y de defenderse de sus enemigos, no priorizaron en el tema. En la búsqueda de estos prófugos mostraron más interés otras entidades y personas, sobre todo Simón Wiesenthal.
Por otra parte, no existían convenios de extradición entre Israel y Argentina, por lo que los israelitas temían que, si lo capturaban, todo quedaría en nada al negarse el permiso para trasladarlo a su país. Frente a estas condiciones, les quedaban dos caminos: la ejecución o el rapto.
En 1958 Alemania Occidental creó la Oficina Central por Causas de Crímenes de Guerra, destinada a reunir pruebas que permitieran someter a juicio a algunos nazis sospechosos de haber participado en matanzas. Como sabían que los judíos desde hacía ya varios años andaban en estos pasos, les pidieron colaboración. De este intercambio surgió el nombre de Eichmann.
Se sabía que vivía en Argentina y decidieron reclutar un grupo de siete agentes, la mayoría judíos húngaros, algunos de los cuales habían conocido al jerarca nazi cuando visitó los campos de exterminio de ese país. La jefatura del grupo se la asignaron a dos hombres, que adoptaron los seudónimos de Sandor Fekete y Lajos Molnar. Todos los agentes arribaron a Buenos Aires por separado aparentando ser turistas, aunque su misión era intentar infiltrarse entre los antiguos nazis que, según información que poseían, se reunían periódicamente.
Poco les costó ser aceptados en estos grupos. Habían transcurrido quince años desde el término del conflicto y muchos viejos combatientes ya se sentían a salvo de cualquier peligro.
En enero de 1960, en la reunión de una de estas cofradías, Molnar escuchó decir: “Pobre Eichmann, fabricando piezas de automóviles, después de haber sido uno de los hombres más poderosos del Reich”. Buscaron en todas las empresas automotrices hasta que de la Mercedes Benz vieron salir a un individuo que respondía, casi con completa certeza, a las características del prófugo.
Disimuladamente lo siguieron hasta su hogar en la calle Garibaldi y con los vecinos confirmaron que la versión que entregara mucho tiempo antes Lothar Hermann, un judío-alemán ciego y padre de una muchacha que mantenía amistad con un hijo de Eichmann, era verídica. En su momento, el Mossad se resistió a creer en la versión de un ciego.
Los agentes avisaron a Tel Aviv, desde donde enviaron una veintena de refuerzos para completar la misión.
Frente a este hallazgo, el debate quedó abierto en Israel. El gobierno, el servicio secreto y el ejército discutían sobre la conveniencia de trasladarlo vivo. Se impuso el criterio de Ben Gurión de juzgarlo en ese país.
Pero sacarlo de Argentina no era tarea fácil. Gobernaba Arturo Frondizi, que se preparaba para la celebración de los 150 años de la independencia de su país. Y eso fue justamente lo que dio la oportunidad a los hebreos de sacar clandestinamente a Eichmann.
Una vez que tuvieron la certeza de la identidad, los comandos prepararon la trampa. Los raptores arrendaron una propiedad para recluirlo. Así, la tarde del 11 de mayo de 1960 uno de los raptores subió disfrazado de mecánico al bus con él. Simultáneamente, otros esperaban en el punto en que descendería del transporte, mientras un grupo aguardaba en la mitad del trayecto que Eichmann hacía a pie, al costado de un vehículo que simulaba una avería. Caía una lluvia tenue que invitaba poco a salir, por lo que la calle estaba casi desierta. Cuando entró caminando por la calle Garibaldi un automóvil dobló desde la esquina. Bajaron dos personas que lo tomaron con fuerza y golpearon su cabeza con una cachiporra. Despertó en su lugar de confinamiento, rodeado de agentes israelíes.
Sometido a un interrogatorio, confesó su verdadera identidad y aceptó, seguramente a la fuerza, firmar una nota:
Yo, Adolf Eichmann, por medio de esta carta declaro que voy a Israel por mi propia voluntad a limpiar mi conciencia.
El día 19 de mayo arribó a Ezeiza un avión de EI AL, la línea aérea israelí, en el que viajaba una delegación para asistir a la conmemoración de los 150 años de la independencia de la República Argentina. Al día siguiente los tripulantes subieron a bordo de la aeronave a un supuesto colega ebrio. Tratándose de personal de una línea aérea, ni las autoridades aduaneras ni policiales confirmaron su identidad. El avión aterrizó sin contratiempos en Haifa luego de una escala en Dakar, portando a uno de los responsables de más muertes masivas de las que se tenga conocimiento.
Luego de la desaparición de su marido, su mujer, Veronika Liebl, consultó por él en la Mercedes Benz. Como nadie sabía de su paradero se organizaron grupos de trabajadores para buscarlo, pero sin resultados. Salvo su mujer, sus hijos y unos pocos nazis, todos ignoraban que Ricardo Klement, el apacible compañero de trabajo, era Adolf Eichmann, uno de los hombres más buscados del mundo.
Ben Gurión se apresuró en explicar a la opinión pública internacional que Eichmann había sido hecho prisionero por agentes extra gubernamentales, otorgándole todo el mérito a Simon Wiesenthal y asegurando que ni el gobierno israelí ni el Mossad tenían participación en el plagio. Esto no satisfizo al gobierno argentino, que reclamó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por violación de su soberanía. Pero, como ocurre casi siempre en estos casos, la situación no cambió.

Adolf Eichmann fue sometido a juicio por crímenes contra la humanidad y considerado culpable de la muerte de seis millones de personas. En su defensa argumentó que actuó obedeciendo órdenes superiores, pero los jueces no atendieron sus razones y lo sentenciaron a morir en la horca.
Fue colgado en la cárcel de Ramla el 31 de mayo de 1962. Sus últimas palabras fueron:
Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo.
Su mujer, junto a sus dos hijos menores, regresó a Alemania poco después del secuestro de su marido. Los hijos mayores permanecieron en Argentina, donde se casaron y formaron descendencia. Ambos militaron en un movimiento Nacional Socialista en ese país. Luego se les perdió el rastro.
El menor, Ricardo, es arqueólogo especialista en Medio Oriente y reside en Alemania. Consideraba que su padre merecía el castigo recibido.
Fernando Lizama Murphy
Agosto 2016.
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La delegación que arribó a Buenos Aires para la conmemoración del 25 de Mayo de 1810, no conmemoraba la independencia de Argentina, sino que en esa fecha se celebra el primer gobierno patrio (la independencia fue el 9 de Julio de 1816).
Con respecto al avión de EL AL, no creo que el Bristol Britannia utilizado, haya tenido autonomía
para volar sin escalas hasta Dakar. Creo que hizo una escala previa en Rio de Janeiro, para arribar a Tel Aviv, y no a Haifa.
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