Crónica de Fernando Lizama-Murphy
La vida de algunos personajes no comienza el día de su nacimiento, sino cuando algún suceso las saca del anonimato. Sobre todo en la América colonial, donde las mujeres no eran demasiado consideradas a la hora de reconocerles méritos. Al género femenino le costaba sobresalir en tierra de hombres bravos.
Así ocurre con Isabel Barreto. Se dice que nació en Pontevedra, España, en 1567. Otros aseguran que en Lima, por la misma fecha. Algunos sostienen que era hija o nieta del navegante portugués Francisco Barreto, otros que era hija de Nuño Rodríguez Barreto, conquistador del Perú. Se dice que su familia formó parte de la comitiva que acompañó al Marqués García Hurtado de Mendoza─ que antes fuera Gobernador de Chile─, cuando viajó desde España para asumir como Virrey del Perú. Solo datos inciertos. Pero Isabel Barreto nace para la historia en 1585, en Lima, año de su matrimonio con Álvaro de Mendaña.
Álvaro de Mendaña era un marino español que, debido a que su tío Lope García de Castro era Presidente de la Real Audiencia de Lima, pudo obtener el apoyo para explorar el Pacífico Sur. Durante su primer viaje, iniciado el 20 de Noviembre de 1567, descubrió las Islas Salomón, bautizadas así porque un sobreviviente del viaje de Magallanes/Elcano mencionó en España que durante su accidentado periplo habían encontrado la bíblica Ofir, tierra de la que provenía el oro de Salomón. El rumor se convirtió en obsesión de muchos exploradores y Mendaña, que anhelaba establecer una colonia en los sitios descubiertos y obtener los beneficios en títulos, riquezas y encomiendas que su hallazgo conllevaba, se aprovechó del rumor para atraer colonos.
Pasó veinticinco años golpeando puertas para concretar su proyecto, encontrando solo excusas y negativas. Tan larga espera lo arruinó y la tabla de salvación apareció de la mano de una muchacha de fortuna, hermosa, de influyente familia, a la que le llevaba veinticuatro años.
Diez años más le costó poder concretar su sueño.
Isabel Barreto tenía seis hermanos y la simpatía del virrey García Hurtado de Mendoza. Hay quienes aseguran que el Virrey estaba embobado por esta muchacha y que de eso se aprovechó ella para obtener el apoyo para la expedición de su marido. También se rumoreó en su época que don Álvaro de Mendaña, conocedor del interés del Virrey por su mujer, decidió embarcarla con él antes que dejarla frente a las fauces de tan insigne depredador.
Lo concreto es que el 9 de Abril de 1595 zarpa desde El Callao la expedición de cuatro naves: San Gerónimo, Santa Isabel, San Felipe y Santa Catalina, con destino a las islas Salomón para encontrar los míticos tesoros del rey hebreo.
Antes de dirigirse a su destino final, recorrieron la costa peruana para completar dotación y aprovisionamientos. Incluso se adueñaron de una nave llena de harina, de propiedad de un cura de Chaperre, prometiendo pagarla al regreso. En definitiva, salieron del litoral americano desde Paita el 16 de Junio de 1595.
Viajaban trescientas setenta y ocho personas, de las cuales doscientos ochenta eran hombres de mar y los restantes colonos, entre los que se contaban veinte mujeres, además de Isabel y una hermana, varios niños y los imprescindibles sacerdotes que llevarían paz espiritual a los nativos de esos salvajes territorios.
Cinco semanas después tocaron tierra en unas islas que no cuadraban con las coordenadas de Mendaña y donde los aborígenes hablaban una lengua distinta a aquella cuyos rudimentos él aprendiera durante su primer viaje. Dedujo que era un nuevo archipiélago y lo bautizó Marquesas de Mendoza, en honor al Virrey. Ahí se produjo un matrimonio colectivo de quince parejas de jóvenes que venían a colonizar las tierras que se descubrieran.
Después de varios días de exploración, sin encontrar las riquezas ambicionadas, continuaron viaje. Fue ahí donde el Maestre de Campo, Pedro Marino Manríquez, que se caracterizaba por su carácter hosco, mostró una faceta que desagradó a Mendaña. Sentía muy poco respeto por los aborígenes.
Durante un mes recorrieron muchas islas que se les aparecían en el horizonte, pero ninguna era la tierra prometida. El 7 de septiembre divisaron Tinakula, una isla volcánica en actividad y la Santa Isabel, al mando de Lope de Vega, se acercó a inspeccionar. Nunca más supieron de la nave ni de su tripulación. Fueron ciento ochenta, entre hombres, mujeres y niños, tragados por la mar.
El miedo y el desconcierto comenzaron a apoderarse de los navegantes. Además, en la San Gerónimo desde el zarpe reinaba el malestar. Isabel Barreto, la mujer de Mendaña, hombre de poco carácter, mandaba más que su marido. Autoritaria, pretendía imponer sus puntos de vista, chocando con las personalidades del capitán, el portugués Pedro Fernández Quiroz y la de Pedro Marino Manríquez, que no disimulaba la antipatía que sentía por la familia Barreto. Quiroz desde un comienzo se opuso a la presencia de mujeres en la expedición, pero como el afán era colonizar resultaban indispensables.
Al día siguiente a la desaparición de la Santa Isabel encontraron una bahía en una isla que Mendaña pensó que era su anhelado destino, pero nuevamente el idioma de los nativos lo hizo ver la realidad. No estaban en las Salomón.
La bautizó Santa Cruz. La habitaban aborígenes acogedores, dirigidos por el cacique Melope, que instruyó a su comunidad para que ayudaran a resolver los principales problemas de los viajeros. El adelantado decidió establecer una colonia en ese sitio y se inició la construcción de algunas viviendas de ramas que les permitieran residir, por algún tiempo, a los colonos.
En tierra supo Mendaña que había cometido un grave error que solo ahora se hacía visible. Las naves elegidas para el viaje no estaban aptas para una travesía como esta. Los carenados eran deficientes y la broma ya estaba haciendo su trabajo. Hubiese sido necesario vararlas para su reparación, pero no contaban con todos los elementos necesarios. Tampoco con tiempo, porque a los navegantes les inquietaba que los anhelados tesoros no aparecieran por parte alguna. Para complicar aún más las cosas, la tripulación comenzó a ser víctima de la malaria. El mismo Mendaña cayó enfermo.
En tierra, el maestre de campo era el oído de los inquietos y él también estaba descontento. La belleza del paisaje y la bonanza de los indios no bastaban. Muchos lo vendieron todo y cruzaron el mar por oro, que era lo único que los calmaría. Comenzó a circular una lista en la que firmaban aquellos que no querían permanecer en Santa Cruz y preferían continuar buscando la isla de Salomón.
Con el adelantado recluido en su nave por las fiebres, Marino Manríquez capitalizó el desasosiego y comenzó a arrebatarles a los aborígenes la comida por la fuerza, a maltratarlos y como el cacique Melope opuso resistencia, lo hizo asesinar. El levantamiento indígena, que era lo que buscaba el contramaestre para obligar al adelantado a abandonar la isla, no se hizo esperar. Pero Mendaña, informado de la situación y aún muy enfermo, se levantó de su lecho para imponer el orden entre sus hombres. Hizo ejecutar a algunos de ellos, decapitarlos y poner sus cabezas en lanzas para mostrarles a los indios que él estaba impartiendo justicia, pero fue demasiado tarde. Las hostilidades no cesaron.
El 18 de Octubre, luego de hacer su testamento donde delegaba en su mujer el cargo de Adelantada y Gobernadora y en Lorenzo Barreto, el hermano de ésta, el de Capitán General de la Expedición, la malaria terminó con Álvaro de Mendaña. Isabel, mostrando un cariño que antes no aparentaba, hizo guardar en bodega el cuerpo de su marido para darle sepultura en tierra de cristianos.
Pero Lorenzo apenas alcanzó a ejercer su nuevo cargo. La epidemia se lo llevó, dejando todos los cargos, de mar y de tierra, en manos de su hermana, que se convirtió en la primera y única Almirante en la historia de la armada española.
Pese a su poder, Isabel Barreto necesitaba del odiado Quiroz. Era el único marino capaz de sacarlos del embrollo en el que estaban metidos. El estado de las tres naves era lastimoso y Quiroz sugirió reparar con la partes buenas de las otras a la San Gerónimo, pero los dueños de los otros barcos se opusieron y solo se hicieron los arreglos indispensables y con los escasos materiales disponibles, para continuar hacia la Isla de San Cristóbal, que calculaban cercana. El 18 de Noviembre, justo un mes después de quedar viuda, Isabel Barreto zarpaba al mando de su flota desde Santa Cruz, dejando en la isla casi medio centenar de muertos o por la malaria, o por los aborígenes. Calcularon dos días para llegar al destino que se trazaron, pero en ese plazo no encontraron nada, por lo que la Almirante, decepcionada y deseosa de llegar pronto, ordenó poner proa a Manila.
La noche del 10 de Diciembre el mar se tragó a la San Felipe. Ante la inminencia de que a la Santa Catalina le ocurriera lo mismo, Quiroz recomendó a la Almiranta trasladar su tripulación a la capitana, pero ella se opuso, quizás pensando que no habría con qué alimentar a tanta gente. El día 19 desapareció la penúltima nave de la desastrosa misión. Isabel impuso un régimen estricto de reparto de alimentos y agua; sin embargo ella utilizaba el vital elemento para lavar sus ropas. Cuando Quiroz se enteró de esta situación, que provocaba airadas reacciones entre los tripulantes, que a duras penas lograban sobrevivir, ordenó quitarle las llaves de la bodega en que se guardaban los pocos suministros, pero ella se amparó en su cargo y en sus aliados para no hacerlo.
La situación entre la Almiranta y el Capitán era insostenible. El 3 de Enero avistan Guam, pero no pueden detenerse pues la nave capitana está sin aparejos, lo que le resta maniobrabilidad. Deciden continuar viaje. El 14 del mismo mes se les abre una bahía que creen que es Filipinas, pero no tardan en darse cuenta de su error. Isabel, fuera de sí, se abate convencida de que ha llegado su último momento. Pero Quiroz se las arregla para buscar una bahía calma y lo logra en Mindanao. Por los nativos saben que ya se encuentran en el otro extremo del archipiélago de las Filipinas, aún distantes de Cavite, el puerto filipino sede del poder español.
Al revisar la nave, el capitán sugiere abandonarla, bajar las cosas de valor que se conservan en ella y buscar otro medio de llegar a Cavite. Pero Isabel no solo rechaza la idea, sino que decide juzgar a Quiroz por motín, lo que al final, aconsejada por sus cercanos, no hace. Al parecer, el estar próxima a su destino y sentirse respaldada por las autoridades la convierte aún más en una despótica tirana que impone exigencias límites a sus hombres, como prohibirles buscar alimentos fuera de la nave, pese a las evidentes carencias. Nadie puede desembarcar. Un tripulante, que ha sido padre pocos días antes, desobedece esta orden para conseguir leche para su hijo. Isabel ordena ejecutarlo. Quiroz, en el límite de su tolerancia, se opone y toda la tripulación, incluso sus más cercanos, decide que si lleva a cabo su sentencia la abandonarán.
Al final, se repara la nave con los pocos elementos disponibles y el 29 de Enero zarpan, sin saber si la embarcación resistirá el tramo que les resta. Llegan a Cavite el 11 de Febrero de 1596. Por la falta de aparejos, Quiroz tarda tres días en poder ingresar a la bahía. La recepción en Filipinas fue apoteósica. Informados por marinos que lograron desembarcar en los botes, se conoció la procedencia de la nave y sus desventuras. Todo el mundo quería rendirle honores a la Reina de Saba, como bautizaron a Isabel, quizás con ironía.
Luego de sepultar a su marido, Isabel Barreto no tardó mucho en encontrar reemplazante y se casó con Fernando de Castro, sobrino del Gobernador de Filipinas. Los novios, en la San Gerónimo reparada, zarparon hacia Acapulco, puerto al que arribaron en Diciembre de 1597.
Luego de casada, Isabel Barreto perdió el protagonismo que alcanzara por el trágico viaje. Mientras ella se convertía en madre, Pedro Fernández de Quiroz viajó a España a reclamar los derechos para continuar las expediciones iniciadas por Mendaña, lo que le fue concedido pese a las protestas de Isabel. El marino portugués intuía la existencia de otro continente en la zona.
Se sabe que las quejas de Isabel Barreto no fueron atendidas porque Quiroz continuó con la búsqueda iniciada por Álvaro de Mendaña y porque la vida de esta mujer aventurera desaparece de la historia oficial.
Fue madre varias veces y para la historia murió tal como nació, en medio de datos imprecisos. Algunos dicen que en Lima, en 1612, otros que en Galicia, sin especificar fecha.
Fernando Lizama Murphy