AMOR A LA FUERZA

Sexto capítulo de la novela Un surco en el mar, Libro I de la serie De Campesino a Marinero. Las Aventuras de Félix Núñez, de Fernando Lizama Murphy (disponible en Amazon)

Además de acompañar al jefe a recibir y a entregar maderas cuando no había salidas, tenía que ayudar a don Luis, un maestro que manejaba la corvina, esa sierra larga con mango en los dos extremos. Cuando los troncos eran muy gruesos o había que cortarlos a lo largo, se necesitaban dos personas para manejarla, una de cada lado. El maestro marcaba con un carbón el corte y guiaba el aparato. El ayudante era como el sostén del otro extremo y se tenía que limitar a seguir el ritmo que imponía el cortador. Era un trabajo pesado y monótono.

Una tarde, al concluir la faena, don Luis me invitó a su casa.

─Es una rancha modesta, amigo, pero usted se ve un cabro decente y me gustaría presentarle a mi familia.

Le avisé a la señora Rosaura que esa noche no cenaría con ellos y le dije a Pedro de la invitación. No le gustó mucho que a él no lo considerase, pero no podía hacer nada, así que me fui caminando con mi ocasional anfitrión.

Tal como lo anunciara, su casa era modesta, cubierta con los lampazos que don Simón regalaba a sus maestros. El interior lúgubre, iluminado apenas con una fogata en la que se estaban asando unos pescados, tenía unas sillas y una mesa enclenque, también fabricadas con retazos de madera. El piso era de tierra apisonada. Parecía que, además de la pieza a la que llegamos, tenía otras dos. De una de ellas salió una mujer de edad mediana, vestida muy humildemente.

─Ella es Rosa, mi mujer ─me la presentó don Luis.

Detrás de ella salieron tres niños pequeños con los mocos colgando, descalzos y sucios.

─Y estos son mis hijos ─agregó.

Algo no me cuadraba de esta invitación. Nuestras edades no eran compatibles y me parecía que el hecho de tomar una punta de la corvina mientras él cortaba, no daba como para amistad.

Entonces apareció una niña morena, de ojos oscuros, muy hermosa, de unos catorce años, que miraba con mucha timidez, como asustada. Comparada con los niños, se veía muy limpia, bien peinada. Además, vestía ropas que, al lado de las de los demás, parecían nuevas.

─Ella es Inés. Es hija de Rosa, pero yo la quiero como si fuera hija mía. Lo invité, amigo Félix, porque quería que la conociera ─me dijo sin rodeos, mientras yo la contemplaba atónito.

─Yo me he fijado que usted es buen cabro, respetuoso y trabajador, y por favor no se vaya a enojar por lo que le voy a decirle, pero me gustaría que se juntara con la Inesita. Ella es re buena chiquilla y creemos que se merece una persona como usted.

Debo reconocer que estaba confundido. En verdad la muchachita era hermosa. Además, debajo del vestido que le cubría hasta los tobillos, ya se insinuaban las curvas, pero la situación me parecía extraña. Cuando don Luis me invitó a su casa jamás imaginé este propósito. Tampoco la señora Rosa me conocía, y menos Inés. Mientras en Vichuquén no me podía ni acercar a Teresa Cuevas porque para sus padres yo era un simple peón, aquí me ofrecían la virtud de una niña a la que, con seguridad, mantenían casi oculta para evitar que algún desalmado la fuese a violar.

─Don Luis, me confunde su proposición. Ni su señora ni su hija me conocen y yo no soy más que un campesino que se perdió de su caravana y mi anhelo es regresar a mi tierra, donde me espera mi familia. Su hija es muy linda y la verdad es que no sé qué decirle.

Al parecer, a don Luis no le gustaron mis evasivas. Creo que él esperaba un amor a primera vista, y tal vez en otras circunstancias hubiese podido ser. Ni en Valparaíso ni en Vichuquén abundaban mujeres tan bonitas como Inés, y la oferta era tentadora. Pero de ahí a decirle “oiga, me gustó su hija, me quedo con ella…”.

Conmigo muy incómodo, nos sentamos los cuatro a la mesa, Inés frente a mí. Los niños quedaron al margen. Los platos, tazas y el botellón desde el que don Luis sirvió vino, eran de greda cocida, como en mi tierra. En casa de don Simón los servicios eran de loza. 

Silenciosos, cenamos pescado con papas, mientras intercambiábamos miradas de soslayo con mi presunta “prometida”. De vez en cuando a ambos se nos escapó una sonrisa. Los padres parecían no estar en la mesa, pero de reojo veía que nos observaban.

Concluida la cena creí que tenía que decir algo, pero la mente se negaba a hilvanar una frase coherente para la ocasión.

En un momento don Luis se puso de pie, como dando por terminada la velada y me pareció que no podía seguir dilatando mi intervención.

─Don Luis, le agradezco mucho que me haya invitado a compartir esta reunión junto a su familia. Misiá Rosa, su pescado con papas estaba muy rico, lo mismo que el vino. Y debo decirles que para mí es un honor que me hayan elegido para ser el compañero de su hija. Como le conté en algún momento a don Luis, yo provengo de Vichuquén, un pueblo campesino a más de un mes de camino de aquí y mi deseo es regresar con los míos. Trabajo para reunir los pesos necesarios para el viaje. Allá no tengo compromiso con nadie más que con mi madre y mis hermanos, y si Inés y ustedes están dispuestos a aceptar que ella se vaya conmigo, para mí sería un verdadero regalo. Pero de todas maneras, creo que es necesario que nos conozcamos mejor. Si ustedes están de acuerdo y me autorizan, me gustaría poder visitarla cuando el trabajo me lo permita.

Nunca había conseguido pronunciar tantas palabras juntas. Hasta yo estaba asombrado. Creo que fueron los nervios los que hablaron por mí.

Don Luis me miró extrañado. Quizás pensó que la belleza de su hijastra me conquistaría de inmediato, no lo sé. Pero después de un silencio embarazoso, me dijo:

─La mujer tiene que seguir al hombre adonde la lleve. Si usted la acepta como su mujer y se la quiere llevar a Vichuquén, ella lo tiene que seguirlo. A nosotros lo que nos interesa es que esté bien, que la trate bien, y aquí en Valparaíso anda mucho vagabundo, gente mala, hombres de mar que llevan mucho tiempo sin mujer y no nos gustaría que le hicieran daño. Es cierto que se tienen que conocerse mejor, así que tiene la puerta abierta de nuestra modesta casa cuando lo desee.

Diciendo esto me abrazó y hasta soltó sus lagrimones. Tan fuerte que lo veía con la corvina en la mano y ahora se quebraba frente a mí.

La noche estaba cerrada cuando se ofreció para encaminarme hasta la barraca de don Simón y le acepté porque en verdad nunca había andado solo de noche por el puerto, salvo mi salida con Pedro, y por supuesto cuando vagué perdido.

Por suerte, Pedro dormía cuando llegué, porque me ahorré contarle la historia, por lo menos por esa noche. Aunque tal vez hubiese sido mejor.

Al día siguiente, al dejar la habitación y entrar en la barraca, todas las miradas se centraron en mí.  Don Luis, mirándome socarrón, les dijo, casi gritando, a los demás trabajadores:

─Él es Félix, pues, el prometido de mi hija.

Quedé perplejo. No recordaba haber dicho nada que me convirtiera en “el prometido”. Tal vez en mi largo discurso dije algo que él interpretó como un compromiso formal, pero nunca fue mi intención. Siempre acentué que nos teníamos que conocer mejor. Además, el vino que bebí no fue tanto como para olvidar las promesas.

Detrás caminaba Pedro, que no entendía nada. Me tomó del brazo y regresó conmigo al cuarto.

─¿Qué pasó anoche? ─preguntó.

Le expliqué a grandes rasgos lo ocurrido y no paraba de reír mientras avanzaba en mi relato.

─¡Te hicieron pisar el palito! Y caíste como un chorlito ─dijo, mientras se apretaba el estómago de tanto reír. Yo, contagiado, reí junto a él, pese a que no le veía ninguna gracia a lo que estaba ocurriendo. Quizás lo mío era una reacción nerviosa.

Todo terminó cuando don Simón se asomó al cuarto y preguntó:

─¿Qué pasa aquí que no están trabajando?

Durante el día me sentí incómodo. Mis compañeros hacían bromas, como abrazarse entre ellos y simulaban besarse mientras uno decía:

─Te amo, Félix.

─Y yo a ti, Inés ─respondía el otro.

Yo me reía, pero en realidad la situación me tenía turbado. Mi meta en ese momento era regresar a mi casa, en ningún momento estuvo en mis planes el formar un hogar. No sabía cómo actuar.

Esa noche cené en casa de don Simón, y quizás porque mi cara reflejaba preocupación, me vi obligado a explicar lo que ocurría. Misiá Rosaura me advirtió:

─Tenga cuidado mijo. Estas personas de repente salen con sorpresas. Seguro que usted no dijo nada que lo comprometiera, pero él lo interpretó de otra manera.

─La verdad, misiá Rosaura, es que fui sin imaginar cuál era la intención de don Luis. Ahora tengo que decir que la niña es hermosa y él está preocupado porque le pueda pasar alguna desgracia entre tanto bandido que anda por las calles.

─Le encuentro razón a Luis, pero no lo puede obligar a comprometerse con esa hija suya. Además, usted es muy joven como para enredarse con una mujer. Tiene que formarse para poder darle un buen futuro a su familia.

No le quise mencionar que en Vichuquén había dejado un amor imposible por nuestras diferencias sociales, pero ella, como si leyera mi mente, agregó:

─Usted, Félix, es distinto a los demás maestros que trabajan acá, es distinto a Luis. Tiene buena apariencia, se nota a la legua que es mejor educado, sabe leer, escribir y conoce los números, por eso lo invitamos a compartir la mesa con nosotros, y sin duda por eso lo escogió Luis. Usted bien podría ser uno de nuestros hijos, que, como sabe, están en Santiago.

─Muchas gracias por sus palabras, misiá Rosaura. Tendré en cuenta sus consejos.

─Nosotros también venimos del sur, de Concepción. Por allá tenemos bosques de donde sale parte de la madera que vendemos acá. Simón viaja una vez al año para ver cómo andan las cosas. No somos gente rica, somos gente de trabajo y no nos creemos superiores a nadie, pero hay personas que son distintas y hay que tener cuidado con quién se junta uno. Se lo digo por aprecio ─concluyó la mujer. 

Y ese cariño con los Muñoz era recíproco. Pese al poco tiempo que llevaba con ellos, de alguna forma se habían convertido en mi familia y los consejos de la señora Rosaura me hacían sentir que ellos pensaban igual. Don Simón era un buen hombre, trabajador, de esos que empiezan desde abajo, y a fuerza de empuje y privaciones se había convertido en un empresario próspero. Era, como dicen por ahí, un ejemplo a seguir.

Por Fernando Lizama Murphy

Este texto corresponde al sexto capítulo de la novela Un surco en el mar, primer volumen de la trilogía De Campesino a Marinero. Las Aventuras de Félix Núñez, ficción histórica que narra las aventuras de un campesino de Vichuquén, pequeña localidad de la zona central de Chile, que en la época inmediatamente posterior a la independencia del país se verá involucrado en diversos acontecimientos históricos a partir del segundo bloqueo de El Callao emprendido por Lord Cochrane en el marco de la Expedición Libertadora del Perú (1819) hasta mediados del siglo XIX.

La serie, si bien siguiendo el esquema de textos novelados, respeta los hechos históricos y refleja muchos aspectos de la vida cotidiana en la época en que sucedieron estos hechos.

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