DE FARRA CON PEDRO

Séptimo capítulo de la novela Un surco en el mar, Libro I de la serie De Campesino a Marinero. Las Aventuras de Félix Núñez, de Fernando Lizama Murphy (disponible en Amazon)

Con el invierno llegaron las lluvias y los temporales, la afluencia de naves disminuyó y al negocio de don Simón le bajaron las ventas. Tuvo que despedir personal, y entre ellos salieron Pedro y don Luis.

Después de mi primera visita yo había ido cuatro o cinco veces a visitar a Inés a su hogar, y la verdad era que me daba cuenta de que no teníamos nada en común. Yo tímido, ella más aún, nos sentábamos en la puerta de su casa a mirar desde lejos el mar, sin intercambiar palabras. De vez en cuando yo le hacía algún comentario como “está lindo el día” y ella se limitaba a sonreír y a encogerse de hombros. Aparte de su hermoso rostro moreno, ojos café muy bonitos, de toda su belleza, no le encontraba nada más. Casi no le conocía la voz. En el último tiempo había dejado de ir y don Luis me miraba con cara de reproche en la barraca. En cierta medida, para mí fue un alivio su despido, aunque percibiera que iban a pasar hambre. La paga no era muy buena, pero servía para llenar la olla. Ahora no tendrían ni eso. Ojalá el hombre encontrara pronto un nuevo trabajo, e Inés un pretendiente que la mereciera.

Al momento de partir, don Luis se despidió con afecto de aquellos que continuaban en el empleo y pasó de largo por mi lado. Yo le había extendido la mano y él me ignoró. Debo reconocer que inicialmente me pareció un desaire, pero pensándolo bien, fue otro alivio, porque me sentí liberado de ese compromiso forzado.

El caso de Pedro fue distinto. Para él no era tan terrible quedar sin trabajo pues tenía deseos de regresar a Santiago para ver a su madre. Había decidido que si el padrastro la continuaba golpeando, lo asesinaría.

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AMOR A LA FUERZA

Sexto capítulo de la novela Un surco en el mar, Libro I de la serie De Campesino a Marinero. Las Aventuras de Félix Núñez, de Fernando Lizama Murphy (disponible en Amazon)

Además de acompañar al jefe a recibir y a entregar maderas cuando no había salidas, tenía que ayudar a don Luis, un maestro que manejaba la corvina, esa sierra larga con mango en los dos extremos. Cuando los troncos eran muy gruesos o había que cortarlos a lo largo, se necesitaban dos personas para manejarla, una de cada lado. El maestro marcaba con un carbón el corte y guiaba el aparato. El ayudante era como el sostén del otro extremo y se tenía que limitar a seguir el ritmo que imponía el cortador. Era un trabajo pesado y monótono.

Una tarde, al concluir la faena, don Luis me invitó a su casa.

─Es una rancha modesta, amigo, pero usted se ve un cabro decente y me gustaría presentarle a mi familia.

Le avisé a la señora Rosaura que esa noche no cenaría con ellos y le dije a Pedro de la invitación. No le gustó mucho que a él no lo considerase, pero no podía hacer nada, así que me fui caminando con mi ocasional anfitrión.

Tal como lo anunciara, su casa era modesta, cubierta con los lampazos que don Simón regalaba a sus maestros. El interior lúgubre, iluminado apenas con una fogata en la que se estaban asando unos pescados, tenía unas sillas y una mesa enclenque, también fabricadas con retazos de madera. El piso era de tierra apisonada. Parecía que, además de la pieza a la que llegamos, tenía otras dos. De una de ellas salió una mujer de edad mediana, vestida muy humildemente.

─Ella es Rosa, mi mujer ─me la presentó don Luis.

Detrás de ella salieron tres niños pequeños con los mocos colgando, descalzos y sucios.

─Y estos son mis hijos ─agregó.

Algo no me cuadraba de esta invitación. Nuestras edades no eran compatibles y me parecía que el hecho de tomar una punta de la corvina mientras él cortaba, no daba como para amistad.

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INTENTO POR RECUPERAR LA ALFORJA

Quinto capítulo de la novela Un surco en el mar, Libro I de la serie De Campesino a Marinero. Las Aventuras de Félix Núñez, de Fernando Lizama Murphy (disponible en Amazon)

Al puerto arribaban naves de banderas extrañas que nunca antes vi y que al preguntar me decían que eran de Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Holanda y otras procedencias que no recuerdo, todas tierras que yo creía parte de un mundo de fantasía. Hasta cuando tenía unos diez años creía que la tierra era plana y que empezaba y terminaba alrededor de Vichuquén. El padre Nicodemo fue el que me habló del mundo redondo que existía más allá de los cerros y del mar que rodeaban mi pueblo natal. También me habló de Dios, que había creado todo lo que nuestros ojos podían ver, me conversó de su España natal, del paso por el Río de la Plata y de que el mundo estaba dividido en muchas naciones y que los países poderosos se habían adueñado de los más débiles y que éstos querían ser libres y que por eso luchaban los criollos contra los realistas.

En una de mis salidas con el patrón a entregar unas maderas, vi en la calle a la matrona que la noche de mi llegada al puerto me arrastró al interior de la cantina. Me dio vergüenza contarle a don Simón lo que me había ocurrido, pero quería recuperar mi alforja y, como ya me ubicaba bien en Valparaíso, decidí que regresaría en algún momento para reclamar lo mío. 

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TRABAJANDO PARA DON SIMÓN

Cuarto capítulo de la novela Un surco en el mar, Libro I de la serie De Campesino a Marinero. Las Aventuras de Félix Núñez, de Fernando Lizama Murphy (disponible en Amazon)

Puerto de Valparaíso, J. M. Rugendas.

Entre mis sueños me vi abrazado a la matrona que, a medida que el baile transcurría, sudaba más y más, al tiempo que se despojaba de sus prendas. Yacían en el piso varias enaguas, refajos y otras ropas femeninas que sólo había visto colgadas en los patios de las casas de mi pueblo, mientras los generosos pechos de la hembra, ahora sin más ataduras que un suelto camisón, se sacudían al ritmo de las melodías que las alegres cantoras entonaban y que la concurrencia coreaba o acompañaba con sus palmas o tamborileando en las mesas. Lo que más recuerdo son risas, muchas risas.

Pero el despertar fue muy distinto.

Me puse de pie con muchas dificultades. Mi cuerpo no respondía a las órdenes que mi cabeza, con intenso dolor, intentaba darle. En zigzag caminé hasta el comienzo del callejón donde la luz del sol otoñal me encandiló. Algo repuesto, busqué mi alforja, pero no estaba. Quise volver a la cantina, pero con las puertas cerradas y sin ningún ruido, todas las casas se veían iguales. Entonces me dije que era urgente encontrar a mis compañeros de viaje y comencé a recorrer otra vez el caserío buscando las bodegas que había visto la tarde anterior y donde, con seguridad, don Mamerto entregaría los cueros. Si no era ahí, ¿dónde? Pensaba que una caravana tan grande como la nuestra no podía pasar desapercibida, pero por todos lados se veían yuntas de bueyes arrastrando carretones con mercaderías.

Miraba con atención, más no aparecía nadie conocido, como si se los hubiese llevado el mar. En jinetes que pasaron por mi lado me pareció ver a algún integrante de nuestro grupo, pero me desilusionaba al mirarlo bien. La angustia me tenía abrumado.

El día transcurrió sin que pudiese encontrar a ningún vichuquenino. Para peor, no me quedaba ni un duro en el bolsillo ¡Si ni siquiera tenía la alforja! En un momento pasó por mi lado una carreta cargada con maderas y se detuvo algo más adelante. La conducía un hombre mayor que comenzó a descargarla con mucha dificultad. Le ofrecí ayuda y entre ambos logramos entregar los materiales que portaba.

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VALPARAÍSO

Tercer capítulo de la novela Un surco en el mar, Libro I de la serie De Campesino a Marinero. Las Aventuras de Félix Núñez, de Fernando Lizama Murphy (disponible en Amazon)

Valparaíso me decepcionó. Toda esa grandeza que describieran los que ya lo conocían me pareció exagerada. Aunque como hasta entonces nunca había salido de Vichuquén y sus alrededores, todo lo que veía, escuchaba u olía me resultaba novedoso, llamativo. La actividad portuaria, con veleros que parecían gigantes al lado de los botes de los pescadores, junto a naves de guerra erizadas de cañones, hacían que el mar pareciera otro mundo.

Pero en tierra reinaba la miseria. Sobresalían unas pocas de esas grandes casas de dos y más pisos de las que hablaban mis amigos, se veían muchas bodegas y gente de otros países conversando en idiomas que yo ni siquiera imaginaba, pero casi todo lo que se pisaba eran excrementos, suciedad, basura en la que escarbaban niños pequeños y decenas de perros. Muchas de las viviendas eran casuchas construidas a la ligera con lo que se encontraba a mano, otras de adobes, igual que las de Vichuquén, pero levantadas sin ningún cuidado, techadas con cartones u otros materiales precarios, que cobijaban a personas pobremente vestidas. Por todos lados se veían redes de pesca y ropa tendida al sol otoñal.

Intentando encontrar ese otro Valparaíso, el descrito por mis camaradas, comencé a recorrer las callejuelas de tierra que se encaraman tortuosas por cerros y quebradas. Caminé solo, porque mis compañeros de excursión, pretextando cansancio, prefirieron permanecer en el rústico albergue que mi tío consiguió para tan numerosa comitiva. Ante mis ojos no estaba el puerto del que tanto había escuchado hablar, que ya creía parte de un mito. Poco a poco me fui convenciendo que existía nada más que en la imaginación de aquellos que lo visitaron alguna vez.

Sólo en una calle pude ver comercios con telas exóticas, productos de ultramar, objetos que no me imaginaba para qué servían, alimentos nunca antes vistos por mí, mujeres voceando sus mercaderías; tropecé con carretas de bueyes, caballos percherones y mulas cargadas hasta la cima. También con algunos elegantes jinetes montando hermosos alazanes, y hasta pude ver a una dama en su coche guiado por palafreneros vestidos con vistosas libreas. Pero todo rodeado de un marco de enorme pobreza.

Estaba realmente perplejo ante a tanta diversidad social. En carretones de tracción humana, personas andrajosas ofrecían pescados, mariscos u hortalizas, niños descalzos mendigaban entre los transeúntes. Y perros, muchos perros. Yo cuidaba el hatillo donde portaba mis pertenencias y la alforja donde guardaba unas monedas, porque me habían advertido de mozalbetes que aprovechaban cualquier descuido para robar.

Buscando esa ciudad de fantasía de la que tanto me hablaron, perdí la noción del tiempo y del espacio. Sólo cuando el crepúsculo anunciaba el fin del día quise regresar a la modesta casucha de adobe en la que mis camaradas descansaban, pero no encontré el camino.

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EL «DEATH OR GLORY», LA PRIMERA NAVE CORSARIA CHILENA

Crónica de Fernando Lizama-Murphy

Corsarios chilenosEl 11 de noviembre de 1817 zarpó desde Valparaíso, con la primera patente de corso otorgada por el Gobierno de Chile y luciendo la bandera a franjas de la Patria Vieja, el Death or Glory. Con tan imponente nombre (“Muerte o Gloria”) es fácil imaginar una gran embarcación, pero sólo se trataba de un lanchón al que tres marineros, ingleses y escoceses, adaptaron una vela latina para dedicarlo al corso (elegante título otorgado al pillaje de altamar o costero, respaldado por un gobierno).

Los tres socios de esta aventura, Henry James, William Mackay y Robert Budge, se encontraban sin trabajo y gastaron sus últimos pesos en dejar la nave en medianas condiciones de zarpar. Lograron reclutar a otros veintidós marineros de distintas nacionalidades para iniciar un viaje con destino incierto. Como el nombre original les resultaba difícil de pronunciar a los de habla castellana, optaron por rebautizarlo Fortuna. Seguir leyendo «EL «DEATH OR GLORY», LA PRIMERA NAVE CORSARIA CHILENA»

FLACH, EL PRIMER SUBMARINO CHILENO

Crónica de Fernando Lizama-Murphy

Submarino FlachMuchos fueron los aspectos negativos del bombardeo a Valparaíso durante la guerra que Chile y Perú libraron contra España entre 1864 y 1866. Podemos citar, por nombrar algunos, la destrucción de las incipientes instalaciones portuarias y la incómoda sensación de inseguridad que dejó en la población. Pero también tuvo consecuencias positivas: la principal, una ola de inventos que se presentaron a la autoridad para defender al puerto de nuevos ataques.

Aparecieron ideas para construir torpedos, brulotes, bombas sumergidas y otros artilugios, pero sólo satisfizo las inquietudes de los gobernantes el submarino del ingeniero alemán avecindado en Valparaíso Karl Flach, quien ya había fabricado con éxito cañones de retrocarga muy avanzados para su época.

La idea de una embarcación submarina nace casi junto con la navegación. Pero los primeros proyectos concretos se remontan al 1600 cuando Jerónimo Ayanz y Beaumont, prolífico inventor español, construyó una campana de sumersión para ingresar en una mina inundada y diseñó un navío, que nunca se construyó, que podía navegar sumergido. En lo que respecta a artefactos sumergibles movidos por energía humana, los siglos XVIII y XIX resultaron especialmente prolíficos. Algunos relevantes fueron el Turtle, utilizado en Estados Unidos en 1776, durante la guerra de la Independencia; en Francia Robert Fulton experimentó con el Nautilus en 1800 y, en 1860, Cosme García Sáez, en España, construyó el Garcibuzo. Seguir leyendo «FLACH, EL PRIMER SUBMARINO CHILENO»

LA OBSESIÓN DE MR. SPENCER

Mr. Spencer, proveniente de Edimburgo, ancló en Valparaíso durante el verano de 1908, poco después del enésimo terremoto que asolara al puerto. Tenía veinticuatro años recién cumplidos.

La escala, destinada a analizar fenómenos sísmicos, convirtió al puerto en su residencia definitiva. Se quedó para saciar su inagotable sed por conocer todo lo descubierto o por descubrir.

Esa ansiedad lo convirtió en un solitario. Amo de su tiempo y de su vida, se desplazaba al lugar donde el instinto le advirtiera sobre la posibilidad de algún suceso notable. Todas las investigaciones de Mr. Spencer surgían “desde las tripas”, como llamaba él a ese espíritu observador en su castellano engominado.

Su admiración incondicional por Darwin fue decayendo cada vez que releía El Origen de las Especies, pues crecían las dudas respecto a, según él, la pata coja de la teoría de la evolución. Spencer sostenía que su compatriota no había considerado el problema espiritual. Sus propios estudios lo habían llevado a concluir que en el universo existía un número determinado e inamovible de almas, que estimó en diez mil ochocientos veinticuatro millones setecientos cincuenta y seis mil ciento catorce. Esto significaba que se requería que alguna forma de vida desapareciese para que otra surgiera. La cifra incluía a todas las especies vivientes, incluso los microorganismos conocidos hasta entonces. Según Mr. Spencer afirmaba, todos tenían alma. Seguir leyendo «LA OBSESIÓN DE MR. SPENCER»

SOPITA DE POLLO

Valparaíso ascensor Artillería─Con estos gringos nunca se sabe. Podría ser el papá, el abuelo o hasta el marido ─piensa Donato apoyado contra el rincón del ascensor Artillería, mientras desciende hacia el Plan de Valparaíso.

Frente a la ventana que mira al puerto se apiñan los turistas, que en sus cámaras eternizan mar, barcos, remolcadores y el dique flotante.

La muchacha rubia, delgaducha, casi albina, mantiene la mirada en Donato y en su musculatura de gimnasio, al mismo tiempo que lucha por desprenderse del gringo viejo que insiste en que observe el paisaje. Seguir leyendo «SOPITA DE POLLO»