Por Fernando Lizama Murphy
La santa ley de Jesucristo gobierna nuestra civilización; pero no la penetra todavía. Se dice que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea, y es un error. Existe todavía; sólo que no pesa ya sino sobre la mujer, y se llama prostitución.
Víctor Hugo
A Argentina, entre 1860 y 1940, arribaron más de seis y medio millones de migrantes europeos. Provenían de Italia, España, Francia y muchos de otros países del oeste de Europa, con una corriente importante que viajaba desde Polonia, la mayoría de los cuales eran judíos que escapaban de los pogromos creados en Rusia y posteriormente perseguidos por los nazis. En casi todos los casos los empujaba la pobreza.
Una vez en Argentina y como era natural que ocurriera, las diversas colonias se reunieron entre compatriotas lo que permitió que nacieran organizaciones cuyo objetivo era, inicialmente, el ayudarse entre ellos. Por eso casi todas tomaron el nombre genérico de sociedades de socorros mutuos, y dentro de estos socorros, además de ayuda para la educación de los hijos, la salud, ayudas mortuorias, actividades sociales y otros, estaba el apoyo para que iniciaran negocios que les permitieran vivir como lo soñaran al momento de abordar las naves que los trasladarían a su nueva patria.
Muchos de los migrantes prosperaron y se convirtieron en distinguidos miembros de la comunidad. Lo que no todo el mundo sabía (o si lo sabían, simulaban ignorarlo) era que, paralelamente a sus negocios oficiales, algunos migrantes desarrollaban una actividad muy lucrativa, ilícita y socialmente repudiable: la trata de blancas.
El velo sobre este entramado ilegal comenzó a quedar al descubierto el 31 de diciembre de 1929, cuando el comisario de la policía de Buenos Aires Julio Alsogaray, recibió en su oficina la visita de una mujer. Al conversar con ella supo que se trataba de una prostituta de la organización Zwi Migdal, una entidad administrada por judíos polacos que se dedicaba a ese siniestro negocio.
A diferencia de muchos de sus colegas, Alsogaray era un policía amante de su profesión, a la que respetaba de sobremanera. Se trataba de un funcionario incorruptible que escuchó atentamente a la nerviosa mujer que le relató los pormenores de su vida como esclava sexual.
Cuando terminó de escucharla, nos imaginamos que le dijo:
─Señora, conozco la historia y a la organización que menciona, pero posee muy buenos vínculos en todas las esferas políticas, policiales y judiciales. Varias de sus colegas han venido a conversar conmigo para quejarse del trato que reciben, pero nada he podido hacer porque muy pronto desisten de sus propósitos y me dejan a la deriva con el caso.
─Las amedrentan y ellas retiran las acusaciones por temor ─suponemos que respondió la mujer, en un castellano marcado por un acento extranjero─. Mi caso no será ese. Estoy dispuesta a seguir hasta las últimas consecuencias. Mi deseo es liberarme de esta maldición y regresar a Polonia, de donde nunca debí salir.
Sobre esta historia se ha escrito mucho en Argentina, incluso inspiró una teleserie, y las fuentes de las que provienen las informaciones son diversas y contradictorias. La prensa amarilla de la época, por supuesto, destacó los aspectos más escabrosos y mientras mayor resonancia tuviese lo que se publicaba, mejor. Con el tiempo algunos periodistas e investigadores contemporáneos han intentado depurar la verdad dejando a la vista un escándalo quizás no tan llamativo como al comienzo, aunque igualmente repudiable.
En esta crónica intentamos acercarnos a la verdad.
Ruchla Laja Liberman nació el 1° de julio de 1900, en la ciudad de Berdichev, cerca de Kiev, actual Ucrania, cuando esos territorios formaban parte del Imperio Ruso. Siendo ella pequeña sus padres se trasladaron a Varsovia en busca de un destino mejor, o tal vez empujados por los pogromos, esas pavorosas persecuciones que los rusos ejercían contra las minorías étnicas, especialmente contra los judíos. Las carencias eran la maldición que cargaban todos los pueblos que dependían de la corona zarista, y así, mientras algunos buscaban salir de esa condición confabulando contra la autoridad, otros lo hacían mirando hacia ese mundo que se expandía a través de los océanos pero que, paradojalmente, al mismo tiempo se encogía porque casi todo podía ser conocido a través de libros o viajeros que saltaban esas fronteras que por siglos los mantuvieron atados al terruño natal.
Y muchos soñaban con el otro lado del Atlántico donde, les habían dicho, un mundo nuevo y lleno de oportunidades les abría las puertas.
Ruchla se casó en 1919 con Yaakob Felder, sastre, y muy pronto estaba embarazada de su primer hijo. Pero la joven pareja pasaba privaciones pues en Polonia, si no tenías clientes entre los nobles, la confección de ropa no daba para vivir. Mientras se debatían en la miseria, tuvieron noticias de Helke Felder, la hermana de Yaakob que había emigrado a Argentina y donde, aseguraba, le estaba yendo muy bien. Helke invitaba al joven matrimonio para que se reuniesen con ella. No lo dudaron mucho y en 1921, cuando su esposa esperaba el segundo hijo, el sastre se embarcó hacia esa puerta que los sacaría de la pobreza.
Se estableció en Tapalqué para ejercer su oficio y al parecer no le fue mal porque a los pocos meses pudo enviar a su mujer el dinero para los pasajes al que sería el nuevo hogar de la familia. El 30 de septiembre de 1922 el barco que la trasladaba junto a sus hijos arribó a Buenos Aires.
A la carta que recibió junto al dinero para los pasajes, ella le respondió:
“Mi querido y fiel Yaacob:
Recibí ayer tu carta del 16 de marzo. La felicidad es enorme porque la correspondencia se terminará pronto y nos veremos cara a cara. Nuestros dos hermosos y adorados hijitos y yo estamos impacientes, porque sabemos que un espléndido futuro nos espera llenándonos los ojos de luz. Veo cómo se acerca nuestra salvación”.
Al atracar el barco, el primer cambio evidente que tuvo la migrante fue su identidad. Con solo poner un pie en tierra y según la ordenanza vigente en el país, su nombre de castellanizó y comenzó a llamarse Raquel Liberman.
Pocos meses duró la felicidad del reencuentro pues la tuberculosis puso fin a la vida de Yaakob, dejando a su mujer y a sus hijos a la deriva en un país extraño del que desconocían todo, partiendo por el idioma.
Se podría pensar que la tabla de salvación estaba en Helke, la cuñada, pero fue un salvavidas de plomo. No sabemos si Raquel lo sabía, pero Helke era socia de Zwi Migdal y, como tal, administraba un burdel en su ciudad de residencia.
Sabemos que Raquel se vio obligada, presuntamente por su cuñada, a dejar a sus hijos al cuidado de unos vecinos y ambas viajaron a Buenos Aires donde la viuda intentó ganarse la vida como costurera. Pero los ingresos eran insuficientes y Helke la empujó a la prostitución. En 1924 se registró en el Libro Municipal de Prostitutas, requisito fundamental para ejercer y comenzó este nuevo oficio en el barrio Balvanera, en la calle Valentín Gómez y su cafiche fue Jaime Cissinger. Quizás por influencia de Helke consiguió un contrato que podríamos llamar más ventajoso, porque su participación en el tráfico de su propio cuerpo fue mejor que el de muchas de sus colegas. Esto le permitió ahorrar y comprar, luego de tres años, su libertad.
La aspiración de Raquel era trabajar en un negocio “honesto” y educar a sus hijos aunque su mayor anhelo era regresar a Polonia junto a los suyos. Para eso se estableció con una tienda de antigüedades en la calle Callao, a la que llegó como cliente José Salomón Korn, que comenzó a cortejarla. La mujer seguramente sentía el embate de la soledad y pronto cayó en sus brazos, sin imaginar que todo era una farsa montada por Zwi Migdal para castigar su osadía de alejarse de la organización. Su nuevo marido era socio de la perversa máquina traga mujeres.
Otras informaciones aseguran que Raquel no se dedicó a las antigüedades sino que se convirtió en propietaria y regenta de su propio burdel, competencia que no habría gustado a sus antiguos dueños y por eso la indujeron a casarse con Korn.
Sea como fuere, amparado en la sociedad machista de la época, el hombre no tardó en adueñarse de todo lo conseguido por su “esposa”, que se vio obligada a regresar a la vida de la que tanto le costó salir.
Pero no estaba dispuesta a darse por vencida tan fácilmente y cuando tuvo la oportunidad, se acercó al comisario Alsogaray que desde hacía un tiempo andaba tras ésta y otras organizaciones dedicadas a la trata de blancas. Algunas investigaciones aseguran que, además de su espíritu policiaco, al prefecto lo motivaba un marcado antisemitismo. Como dijimos al comienzo, esta historia tiene muchos matices y diversas versiones, a veces contradictorias.
El comisario tomó contacto con Manuel Rodríguez Ocampo, un juez incorruptible y juntos comenzaron un proceso que terminó con 108 miembros de la organización detenidos y más de trescientos prófugos. Si bien es cierto los tribunales consideraron insuficiente el testimonio de una sola víctima y liberaron a la mayoría de los inculpados, la denuncia significó el ocaso de la organización, que terminó por desaparecer en 1938, aunque algunos investigadores del tema aseguran que, bajo otro nombre, siguió funcionando en Rosario hasta varios años después.
Raquel no pudo disfrutar su victoria ni pudo concretar su sueño de regresar a Polonia. Murió de cáncer a la garganta en abril de 1935.
Zwi Migdal es como la punta del iceberg del negocio de la trata de blancas en la Argentina de los años finales del siglo XIX y las primeras cuatro décadas del siglo XX. La migración hacia Buenos Aires y desde ahí a todo el país, tuvo un crecimiento explosivo a raíz de políticas de estado que la fomentaban, pero gran parte de esos migrantes eran hombres, lo que provocó una enorme carencia de mujeres. La consecuencia fue un acelerado crecimiento de la prostitución.
Esta fue la coyuntura que permitió el nacimiento y la proliferación de las organizaciones para la trata de blancas. Prácticamente cada colonia residente tuvo una y en la mayoría de los casos los socios disfrutaban de una situación de bienestar y de buena acogida dentro de sus comunidades. La prostitución estaba permitida y reglamentada en la Argentina y, al parecer, las personas no involucradas en el negocio lo aceptaban como una actividad lícita, sin imaginar el trasfondo que subyacía en el sistema.
La colonia que más combatió la existencia de este entramado fue la judía y a la larga, los públicos cuestionamientos que hicieron, les significaron una publicidad tal vez no deseada y pasaron a ser considerados como los principales gestores de este tipo de tráfico.
Zwi Migdal tiene su antecedente más remoto hacia 1890 en el “Club de los 40” que reunía a maleantes donde compartían estrategias para burlar a la autoridad, informarse sobre aquellos funcionarios corruptibles y sobre todo eso que les permitiese delinquir sin ser molestados.
Pero los judíos, especialmente los de origen polaco, descubrieron que si creaban una pantalla legal les resultaría más fácil conseguir sus propósitos y organizaron, en el barrio de Avellaneda, único que los acogió porque su alcalde era dueño de varios burdeles, la “Sociedad Israelita de Socorros Mutuos, Varsovia”.
La trata de blancas vía engaños o simplemente importando prostitutas que ya ejercían su oficio en sus respectivos países, había comenzado antes. Para eso viajaban emisarios desde Argentina a Europa y a los padres de las niñas de pueblos, la mayoría campesinos atados a la tierra, les ofrecían para sus hijas un futuro esplendoroso, ya casándose con un soltero de buena situación, ya trabajando de sirvientas en casa de una familia acomodada. Para los aldeanos cualquier destino podía ser mejor que el que tendrían en su tierra. Algunos investigadores han conseguido averiguar que muchos padres sabían que lo que les esperaba a sus hijas al otro lado del Atlántico era la prostitución y aun así lo aceptaban porque incluso eso representaba un futuro mejor para las niñas. Pero no eran las únicas. Muchas prostitutas que trabajaban por miserables pagos en sus países, engancharon frente a la promesa de mejores expectativas en el nuevo continente.
Se dice que el maltrato comenzaba ya en la nave que las trasladaba como una forma de “ablandarlas” para conseguir su sumisión. Evitaban, eso sí, violar a las vírgenes porque por ese atributo obtenían un mejor precio.
Mediante este mecanismo, todas las mujeres, muchas de ellas jovencitas de trece años, ya sabían el triste destino que les esperaba al desembarcar.
Al parecer, Varsovia respondía bien a los servicios que prestaba a los socios, no solo en lo que respecta a la trata de blancas y a la prostitución. Para eso contaban con una gran sede de dos pisos ubicada en la calle Córdoba, la que disponía de amplios salones, incluso un salón velatorio, en el que, por supuesto, no se velaban los restos de las prostitutas muertas en los más de dos mil burdeles controlados por la organización.
Los cálculos en cuanto a la cantidad de mujeres “importadas” a la Argentina varían entre las mil y las tres mil. No existe un dato preciso.
La colonia judeo-polaca que no quería ser involucrada en el negocio, comenzó a cuestionar que el nombre de su principal ciudad fuese el utilizado por la organización, por lo que debieron cambiar de nombre. Ahí desaparece la Sociedad de Socorros Mutuos Varsovia y nace Zwi Migdal, cuyo significado no queda muy claro.
Llegó a tanto el repudio de los judíos contra sus compatriotas participantes en el turbio negocio, que incluso prohibieron que sus integrantes fuesen sepultados en el cementerio israelita y se vieron obligados a crear su propio camposanto, donde reposan restos de rufianes, prostitutas y de algunos connotados miembros de la organización.
Como dijimos antes, las cifras relativas a las actividades de Zwi Migdal varían dependiendo de los informantes y de la época. Cuando se destapó el escándalo en Buenos Aires, algunos periodistas exageraron las cifras quizás con el ánimo de sensibilizar más a la población. Por eso en alguna fuente se dijo que las mujeres atendían hasta setenta clientes al día, cifra que, a ojos vista, resulta imposible de alcanzar, aunque sin lugar a dudas las mujeres eran sobre explotadas, en jornadas de doce horas, mal alimentadas y permanentemente atemorizadas con amenazas de represalias contra su familia.
Fue este temor el que llevó a Raquel Liberman a presentarse ante Julio Alsogaray desconociendo la existencia de su primer matrimonio y de sus hijos. En su declaración mintió, lo que no fue óbice para ser escuchada y su testimonio usado para terminar con la organización.
Después de la caída de Zwi Migdal la vida continuó en Argentina, la prostitución fue proscrita en 1936 lo que no significó su desaparición “oficial”. Salvo la colonia judía, las demás hicieron “vista gorda” con respecto a los integrantes de sus propias organizaciones delictuales y sus miembros continuaron disfrutando su prosperidad.
Se sabe que muchos de los socios de Zwi Migdal que huyeron de la razzia a otros países o que fueron acusados y posteriormente liberados, cambiaron de identidad y regresaron a la Argentina a disfrutar de los beneficios obtenidos en la explotación de las mujeres importadas para satisfacer, muchas de ellas en contra de su voluntad, los apetitos sexuales de una sociedad machista en la que eran vistas como un objeto.
Julio Alsogaray publicó un libro, que fue éxito de ventas, en el que relató su experiencia.
Pero como suele ocurrir, el caso fue quedando en el olvido hasta el último tiempo en el que una verdadera fiebre por rescatar a estas mujeres que fueron víctimas de una sociedad injusta con ellas, ha cobrado vigencia.
Incluso en Buenos Aires existirá una estación del metro que llevará el nombre de Raquel Liberman y en el barrio Balvanera no hace mucho pusieron una baldosa que la recuerda.
Fernando Lizama Murphy
Marzo 2022
Gracias Fernando Siempre es interesante leer tus crónicas Un abrazo grande Pocho
Enviado desde mi iPhone
Me gustaMe gusta
Existira en Buenos Aires una estación del metro que llevará el nombre de Raquel Liberman y en el barrio Balvanera, no hace mucho, pusieron una baldosa que la recuerda. Lastima que no hay parecida recuerda en Israel, que tenia confrentarse la prostitutcion local y ademas importada.
Pity that so little is done worldwide to eliminate povrety derived prostitution. All we need to prevent it, is «simply» enforce decent economy rules, already in use in Europe at the north, down to New-Zeeland in the south. – Avoiding prostitution needs budgets, but its incidental costs, in related crime and rehabilitation are much higher.
Should we try hard to solve the social problem right now, or just leave it for mañana?
Me gustaMe gusta