EL ÚLTIMO EMPERADOR INCA DEL COLLASUYU

La historia de Paullu Inga, príncipe inca, señor de Cuzco, hermano de Manco Cápac, uno de los señores de Vilcabamba. Paullu fue un gran estadista, militar y político, hoy desacreditado por la historia oficial por su supuesta alianza con los españoles en la Conquista del Perú.

Don Cristóbal Paullu Inca.
Don Cristóbal Paullu Inca.

La historia recuerda, casi sin excepción, a Paullu Topa Yupanqui Inga como un traidor, un colaborador de los españoles que invadieron el Imperio Inca. ¿Qué pudo hacer este hombre, ligado directamente a la nobleza imperial para merecer este calificativo? ¿Fueron sus acciones tan deleznables como para ser juzgado así? ¿O pagó tributo a convertirse en el envés de la moneda con la que su país intentó rechazar al enemigo?

Paullu Inga, o Paulo Inca, nombre simplificado con el que mejor se recuerda a este personaje, considerado por muchos como el último emperador Inca, era uno de los quinientos hijos que, se calcula, tuvo Huayna Capac. Por lo tanto, era hermano o medio hermano de Atahualpa, de Huáscar y de Manco Inca. Su madre fue Añas Colque esposa secundaria de Huayna Capac y se estima que nació hacia 1519.

Durante la guerra civil entre sus hermanos mayores, lo mantuvieron oculto junto a otros nobles en la isla del Sol, en medio del lago Titicaca, en el Collasuyu, el extremo sur del imperio incaico.

Cuando Francisco Pizarro nombra Inca y aliado a Manco, Paullu acude al Cuzco para rendir honores a su hermano y es ahí cuando toma contacto por primera vez con los españoles. En esa época ya estaba casado con su hermana, según la usanza de la nobleza de su país, a la que deja en Copacabana, en la ribera del lago junto al que creció, en compañía de los hijos que habría tenido con ella. En el Cuzco toma por esposa a Tocto Sisa, enlace del que nacieron dos hijos, Carlos y Felipe. Además, se sabe que, conforme a las costumbres locales y dado su linaje, tuvo muchas concubinas que, al igual que a su padre, le engendraron una innumerable descendencia de la que no quedaron noticias.

Cuando tenía diecinueve años, y por instrucciones de su hermano Manco Inga, debe integrarse a la expedición de Diego de Almagro, que parte a la conquista de Chile. Junto a él viaja el sumo sacerdote o Vilac Umu. La misión conquistadora está integrada por quinientos españoles, un centenar de esclavos negros y entre quince mil y sesenta mil indios, según distintas versiones. Lo concreto es que eligen dirigirse al sur por la cordillera, soportando fríos extremos y a tribus aguerridas empeñadas en expulsar al extranjero. La presencia de Paullu es lo que impide que esos nativos, vasallos del imperio incaico, ataquen a los barbudos invasores y a sus siniestras cabalgaduras.

Pero pese al trato benigno que reciben los españoles de parte de los indios, a su servilismo, de igual forma los someten a trabajos forzados y a situaciones extremas que van cobrando centenares de vidas. La ruta queda sembrada de cadáveres. Esta situación molesta tanto al sumo sacerdote que decide abandonar la expedición a escondidas para regresar al Cuzco y colaborar con Manco Inca que pretende llevar a cabo una formidable insurrección.

Porque mientras esto ocurre en Chile, la capital del imperio se encuentra sitiada por Manco y doscientos mil guerreros que pretenden expulsar a los españoles. A ellos se une el sumo sacerdote, dejando solo a Paullu con las tropas a merced de un indignado Almagro, que junto a sus hombres se extreman en el maltrato, al punto que en Copiapó más de ocho mil indios desertan, escabulléndose en el desierto.

Existe la fundada creencia de que la delegación imperial que acompañaba a los españoles en su plan de conquista tenía instrucciones del Inca de eliminarlos cuando estuviesen lo suficientemente alejados como para encontrar una justificación atribuible a la naturaleza para la masacre, pero al parecer Paullu, encariñado con los invasores y sus costumbres y permeado por los sermones de los religiosos que formaban parte de la comitiva, se negó a llevar a cabo la matanza. Después se justificaría argumentando que, con la fuga de Copiapó, no le quedaron suficientes hombres como para concretar la orden. Esta vacilación de su jefe justificaría la desobediencia del sumo sacerdote, que, so pena de muerte, le debía ciega obediencia a quien era la máxima autoridad en la delegación.

Almagro en el Cusco.
Almagro en el Cuzco.

Cuando Almagro y sus hombres, derrotados por la naturaleza y la falta de expectativas ―pues no encuentran las riquezas que buscaban― deciden regresar, Paullu, que pudo escapar junto a los desertores, vuelve al Cuzco, donde ya se ha disipado el peligro de la invasión Inca. Los fracasados exploradores regresan a la ciudad imperial como un regimiento de zarrapastrosos. Pese al fracaso, en la expedición sólo se lamentó la muerte de cuatro españoles. En cambio, perdieron la vida miles de indios.

En ausencia de Almagro, la ciudad estaba siendo gobernada por Hernando y Gonzalo Pizarro, en circunstancias de que, en el reparto, le correspondía el mando al primero, quien hizo apresar a los usurpadores. Francisco Pizarro, sin saber lo que ocurría en Cuzco, envió un ejército para apoyar a sus hermanos, suponiendo que aún se encontraban sitiados, pero Almagro creyó que las tropas venían a liberar a los cautivos y a restituirlos en el poder que le habían quitado, por lo que les hizo frente en la batalla del Puente Abancay, derrotándolos con la ayuda de diez mil indios dirigidos por Paullu Inga. Esta batalla representa el comienzo de la guerra civil entre Almagro y los Pizarro por el poder del virreinato.

Después de este episodio, un Almagro agradecido decidió coronar a Paullu como Inca, autoridad que éste recibió con reservas porque aún vivía su hermano Manco, reconocido como tal por la mayoría de sus súbditos. No obstante, para la población del Collasuyu, el recién nombrado emperador se convertía en la máxima autoridad, porque además, conociendo su origen noble, nadie dudaba de sus derechos a ejercer el poder.

Aquí es donde jugaría un importante rol la influencia que Paullu lograba ejercer sobre Almagro. Convencido de que el triunfo de éste sobre Pizarro representaría un mejor futuro para su pueblo, le promete que si triunfa en la guerra civil, intercederá ante su hermano Manco para que deponga las armas.

Pero la historia no le dio el favor al inca que vio cómo su protector era derrotado.

Los Pizarro se quedaron con el dominio absoluto de la situación, excepto en la selva, territorio en el que Manco Inca y sus descendientes continuaron luchando hasta cuarenta años después, y en una parte del Collasuyu, donde algunas tribus se resistían a aceptar el sometimiento.

En esta lucha fue decisiva la participación de Paullu, ayudando a los españoles y dirigiendo a indios leales a él en contra de sus propios hermanos de raza.

Buscando una justificación a esta actitud, los historiadores piensan que la cantidad de vidas de autóctonos perdidas en las diversas batallas y expediciones, frente a las escasas muertes entre los invasores, crearon en Paullu una especie de fatalismo y una resignación para aceptar que el destino de su pueblo estaba bajo el yugo español. Él, por su acercamiento a Almagro, conocía el poder de fuego de los españoles y la importancia que la artillería y el caballo tenían en las batallas.

Concluida la campaña del Collasuyu, Gonzalo Pizarro decidió iniciar la persecución de Manco Inca y exigió el apoyo de Paullu que, por primera vez, se vio forzado a combatir contra su hermano. Se enfrentan españoles, apoyados por las tropas de Paullu, contra Manco, y éste es derrotado, aunque no capturado. Sí caen en poder del enemigo su coya (mujer) principal y varios de sus generales. Todos son cruelmente ajusticiados.

Manco, con las huestes sobrevivientes, se refugia en la selva, mientras Paullu regresa al Cuzco, luego de convencer a una parte importante del contingente de su hermano para que lo abandone y se someta al invasor.

Quienes defienden el accionar de Paullu suponen que él, siguiendo el mismo criterio que los incas esperaban de los pueblos derrotados, con una lógica ancestral, aceptó el sometimiento como algo natural. Otros dicen que nunca perdió contacto con su hermano Manco y que actuaba como doble agente, aunque los testimonios de la historia, casi todos provenientes de cronistas españoles, hablan de una incondicional alianza y apoyo a las huestes extranjeras.

Lo concreto es que, luego de su regreso al Cuzco continuó en él la transformación que lo llevó al cristianismo, hasta ser bautizado con el nombre de Cristóbal. Junto a Paullu recibieron los sagrados óleos su mujer, su madre y muchos otros familiares. Su padrino fue Garcilaso de la Vega, el padre del cronista.

Un año después del bautizo de su hermano, Manco Inca muere en Vilcabamba, traicionado por unos desertores españoles a los que había acogido. Le sucede su hijo Sayri Tupac. Pedro La Gasca, llamado El Pacificador, que fuera enviado desde España para someter a Gonzalo Pizarro, que intentaba independizarse de la corona, le solicita a Paullu que interceda ante Sayri Tupac para poner fin a la lucha.

Paullu sale del Cuzco en 1549 rumbo a Vilcabamba, pero en el camino enferma de gravedad. Regresa a la ciudad, donde muere a los pocos días.

Recibe los homenajes póstumos de sus compatriotas, aunque de acuerdo a sus nuevas creencias, elije ser sepultado en una modesta cripta en la iglesia de San Cristóbal, que él mismo hiciera construir en la ciudad donde ejerció como emperador.

En el recuerdo de los peruanos es un traidor a su pueblo, a su raza, a su estirpe. Algunos especialistas han intentado buscarle un sentido más noble a la actuación de este hombre. Aseguran que, sin su participación y su afán de buscar la armonía entre invasores e invadidos, el costo en vidas hubiese sido mucho mayor para los incas.

Aunque a la luz de lo ocurrido, del expolio, de la aculturización y de las matanzas, nos resulte difícil encontrar una pérdida mayor que la que tuvieron.

Fernando Lizama Murphy

Septiembre 2015

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