LA GUERRA Y LOS NIÑOS EN AMÉRICA LATINA

Por Fernando Lizama-Murphy

Por estos días los niños matan marcianos, soldados enemigos, bestias salvajes y todo lo que la fantasía que los creadores de juegos electrónicos les pone a su alcance. Sin lugar a dudas que es muy violento, pero no es real, aunque los muchachitos lo sientan así.

Niños paraguayos en la Guerra contra la Triple Alianza
Niños combatientes del Paraguay durante la guerra contra la Triple Alianza.

En muchas partes del mundo los niños aún participan en guerras verdaderas, con muertos, heridos y mutilados de verdad, pese a que la Convención Sobre los Derechos del Niño de la UNICEF establece en su Artículo 1° que se entiende por niño todo ser humano menor de 18 años de edad, salvo que haya alcanzado antes la mayoría de edad.

Algo ambiguo, ¿no?

Pero en la práctica muchos pequeños se convierten en adultos, forzados por determinadas circunstancias, a una edad menor. En términos más o menos generales, en la mayoría de los países son los dieciséis años el tope para considerar a un individuo como “niño”, sujeto de múltiples derechos y pocos deberes.

Tomando esa edad como referencia, podemos asegurar que muchos chiquillos ya son padres, trabajan, mendigan y una gran cantidad participa como combatientes en diversas guerras que se están desarrollando en el planeta. Muchos matan y mueren en estos combates, que no son de juegos electrónicos.

La infancia, concebida como una etapa diferente del desarrollo del ser humano, es un concepto que en el continente americano empieza a aparecer en Estados Unidos después de la revolución (1775-76), pero su extensión al resto del continente debe esperar hasta los albores del S.XX. (Jaramillo, en Historia de la Infancia en América Latina).

De hecho, hasta hoy tenemos ejemplos en nuestro continente de niños participando en guerras. Las FARC colombianas reclutan a pequeños combatientes (aunque ellos aseguran que sólo les dan protección a aquellos que quedan huérfanos por las acciones punitivas del Estado colombiano). También se sabe que en México los cárteles los utilizan como mensajeros, burreros o espías.

Niña guerrillera (FARC)

Los niños no siempre sienten miedo y los desafíos, muchas veces voluntariamente aceptados, los llevan a cometer actos arriesgados que van mucho más allá de lo prudente.

En fin, lo que ocurre hoy no es más que la prolongación de una tenebrosa cadena que se inicia desde los orígenes de la humanidad.

Sabemos que los españoles, durante la colonización de América, reclutaban niños  como grumetes y que muchos otros pequeños viajaban como pajes de los señores. Y no solo huérfanos conformaban las tripulaciones. Familias de alcurnia consideraban un honor que sus hijos fuesen aceptados a muy corta edad, como navegantes. Todos, sin excepción, debían tomar las armas si eran atacados por piratas o naves enemigas. En la defensa de las ciudades, las mujeres y los niños eran la obligada retaguardia cuando las tropas resultaban sobrepasadas.

Durante las guerras por la independencia de los países americanos, los niños fueron utilizados en labores de espionaje, escuchando conversaciones del enemigo, también como mensajeros, además de combatientes. Fueron niños los que formaban las bandas de guerra de los distintos ejércitos y casi siempre eran muchachitos los encargados de tocar el clarín. Los juegos infantiles en los colegios se transformaban en prácticas bélicas, donde instructores les enseñaban, con armas ficticias, cómo se utilizaban en la guerra real. O sea, sin reconocerlo, se los preparaba para la lucha armada.

Después de la independencia, los países sudamericanos se enfrentaron en varias guerras, la mayoría para definir fronteras. Y en todas hay constancia de la participación de menores.

En la Guerra del Pacífico, donde Chile enfrentó a Perú y Bolivia, hay muchos casos de niños héroes. En el Combate Naval de Iquique, a bordo de la Esmeralda se encontraban numerosos grumetes, algunos de los cuales apenas superaban los diez años, que fueron trasbordados a esa nave cuando el grueso de la flota se dirigió hacia el norte para atacar puertos peruanos. Irónicamente, el trasbordo se concretó en beneficio de su seguridad. Muchos niños murieron a bordo de esa nave.

En la tripulación de la Covadonga también encontramos pequeños. Uno de ellos, Arturo Olid, recordó posteriormente en sus memorias:

“Confieso con humildad muy comprensible que yo estaba sobrecogido y anonadado en la cubierta de la ‘Covadonga’”.

Grumete Bravo.
Grumete Bravo.

Carlos Condell, el capitán de esta nave, dejó constancia que otro niño, Juan Bravo, fue el que evitó, con sus certeros disparos, que la Independencia los hundiera, provocando indirectamente que una derrota casi segura se transformara en victoria.

Recordemos el caso del chileno Luis Cruz Martínez, inmolado a los dieciséis años en la Batalla de La Concepción, en la Sierra peruana.

Por el lado peruano, también fueron muchos los niños que entregaron su vida en la defensa de su patria. De partida, Enrique y Augusto Bolognesi, hijos del héroe de Arica. En la defensa de Lima participaron los alumnos de dos colegios, el Colegio Guadalupe y la Escuela de Cabitos. Muchos de estos niños cayeron en las batallas de Chorrillos y Miraflores.

En todas la guerras han quedado niños, algunos combatientes, otros inocentes espectadores, con sus vidas truncadas o con lesiones que los han incapacitado de por vida. Eso sin considerar las secuelas sicológicas, que en esa época poco o nada importaban.

Pero en este lado del mundo, el mayor ejemplo de tragedia humana que involucra a niños se encuentra en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), donde Argentina, Brasil, y Uruguay, enfrentaron a Paraguay.

Ya en el ocaso del conflicto, a mediados del año 1869, el ejército paraguayo estaba derrotado, Asunción en manos de los enemigos, pero el presidente del país, Francisco Solano López, negándose a la rendición, dio orden de luchar “hasta el último hombre”. Quizás previendo lo que se venía y frente a las tremendas pérdidas de vidas sufridas durante los años de lucha, primero cerró las escuelas para que maestros y alumnos mayores pudiesen tomar las armas y en mayo de 1867 disminuyó la edad del reclutamiento a los doce años.

Solano López, con el pretexto de reorganizar sus fuerzas, que a esas alturas no eran más que un pelotón de sobrevivientes, huyó hacia Caraguatay, dejando un débil bloque defensivo para que cubriera su fuga, atrincherado entre los arroyos Yukiry y Piribebuy. Hoy en ese sector está la localidad de Eusebio Ayala. Se trataba de una zona boscosa que les daba ciertas ventajas estratégicas a los defensores.

El hecho se recuerda con diversos nombres: para el mundo, es la Batalla de Campo Grande (no confundir con Cerco de Campo Grande, acaecido durante la Guerra del Chaco). Para los paraguayos, es la Batalla de los Niños o Batalla de Acosta Ñu.

El drama residió en que la defensa estaba conformada por 500 soldados veteranos y 3.500 niños de entre nueve y quince años (otros historiadores afirman que los niños menores tenían hasta seis años). O sea, 4.000 “combatientes” mal armados, que debían enfrentar a un ejército de 20.000 hombres, constituido en su mayoría por soldados brasileños.

Para darle mayor realismo a la tragedia, a los muchachitos se los vistió con uniformes de soldados muertos, enormes para su tamaño y se les dibujaron bigotes para que el enemigo no rehuyera el combate. En los bosques cercanos, las madres se ocultaban para intentar socorrer a sus criaturas.

Durante ocho horas este ejército improvisado, que como apoyo de artillería sólo disponía de ocho cañones, logró frenar el avance de los enemigos.

No fue esta la primera vez que el ejército invasor debió luchar contra niños guaraníes; ya lo había hecho en otras batallas sin mostrar ninguna piedad hacia los pequeños, por eso estos menores combatieron con tanta vehemencia. La derrota significaba la muerte.

Para graficar la tragedia, nada mejor que dejar hablar a Julio José Chiavenatto, un historiador brasileño:

Los niños de seis a ocho años, en el fragor de la batalla, despavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasileños, llorando para que no los matasen. Y eran degollados en el acto.

Escondidas en la selva próxima, las madres observaban el desarrollo de la lucha. Muchas tomaron lanzas y llegaron a comandar grupos de niños. Finalmente, después de un día de resistencia, los paraguayos fueron derrotados. El conde D’Eu, el comandante del ejército vencedor, cuando ya estaba concluida  la insólita batalla de Acosta Ñu y las madres de los niños paraguayos salían de la selva para rescatar los cadáveres de sus hijos y socorrer a los pocos sobrevivientes, mandó incendiar la maleza, muriendo quemados niños y madres.

No contento con esta masacre, mandó cercar el hospital de Piribebuy, con sus enfermos en el interior ―en su mayoría jóvenes y niños― y lo incendió. El hospital en llamas fue cercado por las tropas brasileñas que, cumpliendo las órdenes del conde, devolvían a punta de bayoneta hacia las llamas a los enfermos que intentaban escapar de la hoguera.

En la historia de América del Sur, no se conoce ningún crimen de guerra más horrendo que este”.

Algunas fuentes cifran en 3.500 los muertos. Otros hablan de 2.000 muertos y 1.200 prisioneros, cuyo destino se desconoce. En todo caso, se trata de una tragedia humanitaria sin parangón en América Latina. El 98% de los hombres paraguayos, incluidos niños y ancianos, murió en esta guerra despiadada. Por parte de los atacantes, las bajas no alcanzaron al centenar, lo que demuestra la disparidad de las fuerzas combatientes.

Como un homenaje a estos muchachitos que dieron la vida por su país, el 16 de Agosto es el día del niño en Paraguay.

“Cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar la guerra. Para convertir en humo y polvo toda la población paraguaya, para matar hasta el feto en el vientre de la madre”. (Luís Alves de Lima e Silva, Duque de Caxias, Comandante en Jefe del Ejército de Brasil, en informe a Pedro II, Emperador del país).

LA GUERRA EN CIFRAS PARA PARAGUAY

Población del Paraguay al comenzar la guerra: 800.000 habitantes.

Población muerta durante la guerra: 606.000
Población del Paraguay después de la guerra: 194.000
Hombres Sobrevivientes: 14.000
Mujeres sobrevivientes: 180.000
Hombres sobrevivientes menores de 10 años: 9.800
Hombres sobrevivientes entre 10 y 20 años: 2.100
Hombres sobrevivientes mayores de 20 años: 2.100

(Fuente: Genocidio Americano, A guerra do Paraguai, p.150- Julio José Chiavenatto. Sao Paulo)

Fernando Lizama Murphy

Abril 2016.

2 comentarios en “LA GUERRA Y LOS NIÑOS EN AMÉRICA LATINA

  1. Ronel

    Esta guerra de la Triple Alianza, tal como se describe aquì de por si deberia ameritar en nombre de la humanidad que todas las ventajas que lograron los aliados les sean restituidos al Paraguay. No se puede aceptar que por el solo hecho de ser un brutal vencedor se consumen las injusticias.

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  2. Pingback: JUAN BRAVO, EL NIÑO HÉROE DE LA GUERRA DEL PACÍFICO – Fernando Lizama-Murphy

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