Por Fernando Lizama-Murphy
No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde la de los subalternos.
Adolf Eichmann, durante su defensa
La Segunda Guerra Mundial no concluyó con la rendición de Alemania ni con las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Hubo muchos coletazos posteriores, entre ellos el Juicio de Núremberg, en el que algunos jerarcas nazis fueron condenados a diversas penas. Pero en ese tribunal no estuvieron presentes en el banquillo de los acusados todos los que debieron estar. Muchos, aprovechando la confusión reinante, huyeron hacia distintas partes del mundo. Si hasta existen quienes aseguran que Hitler huyó de Alemania y que su suicidio en el búnker no fue sino un montaje para cubrir la fuga.
Lo concreto es que una parte importante de los jerarcas del Tercer Reich buscaron refugio en Sudamérica, especialmente en Argentina.
Uno de ellos fue Adolf Eichmann. Seguir leyendo «EL SECUESTRO DE ADOLF EICHMANN»
La Inquisición es una de las organizaciones más perversas que ha creado el hombre. A su amparo se torturó, asesinó, quemó, expolió y se cometieron todos los abusos más brutales que el ser humano pueda imaginar. Inicialmente sus blancos fueron judíos y musulmanes, pero no tardó en hacer extensiva su persecución a todo aquello que a la Iglesia Católica le parecía herejía. En España representó un freno severo para el progreso científico y el bienestar económico, pese al torrente de caudales que recibían desde América.
En 1962 el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, visitó Brasil y solicitó ver jugar a Pelé. Lo invitaron para que asistiera al siguiente partido que debía disputar el astro en el estadio Pacaembú, en Sao Paulo. Tanto en el Ministerio de Relaciones Exteriores como las autoridades de la Federación Brasilera de Fútbol se preguntaban qué indicaba el protocolo para estos casos. Si el noble debía bajar a la cancha para saludar al futbolista o si éste debía subir a la tribuna oficial. El dilema lo dirimió el propio príncipe, que en cuanto llegó al estadio bajó al césped para estrechar la mano del deportista.