Crónica de Fernando Lizama-Murphy
Illariy, una muchachita quechua de catorce años, nunca imaginó que la atronadora y prolongada erupción del volcán Sabancayo, ocurrida en 1450, le costaría la vida y en cierta forma, le daría eternidad.
Durante más de seis meses el macizo andino, cercano a Arequipa, estuvo escupiendo lava, humo y cenizas sobre los poblados vecinos. Los cultivos se dañaban, los guanacos, las llamas y las vicuñas, estaban inquietas. Nadie se sentía a salvo.
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