(CUENTO) Por Fernando Lizama-Murphy
Nacimos el mismo día desde el mismo vientre. A mí los vientos de Playa Ancha me arrastraron al mar; él prefirió la relativa quietud de una oficina bancaria. Yo opté por los amores fugaces, de esos cuyas huellas se borran como pisadas en la arena; él armó una hermosa familia con su mujer y sus tres hijos.
Él descansa en el féretro en medio de la iglesia; yo, que pasaba por aquí, como dicen las visitas inesperadas, contemplo su cuerpo en eterno reposo. Es tanto nuestro parecido que creo estar viéndome a mí en ese macabro sitio. Como si el vidrio que lo separa fuese un espejo. Y preferiría que así hubiese sido, ser yo el que ocupara ese lugar. Para mí las responsabilidades terminan en cuanto el barco atraca, pero él aún no concluía su tarea.
Veo el rostro de mi madre fijo en un horizonte remoto, como esperando a un Moisés que con su báculo milagroso le abra el camino para seguir a su hijo. Mi cuñada, envejecida repentinamente, muestra sin vergüenza sus ojos hinchados. Mis sobrinos conversan con unos amigos afuera de la iglesia, mientras ríen y fuman. Olvidan que ese vicio arrastró a mi hermano a la tumba y también olvidan el juramento a su madre, del que fui testigo la noche anterior.
Muchos de los que llegan no sabían que él tuviese un hermano gemelo y no disimulan su asombro cuando ven al muerto parado en el atrio. Prefiero presentarme: Soy Valentín, hermano de Agustín, les digo para sacarlos de su perplejidad. Otros, a los que no veía hace mucho tiempo, me saludan algo confundidos, como si recién recordaran mi existencia. No los culpo, para ellos soy un fantasma. Fueron tantos años separados por las olas, interrumpidos con algunas visitas efímeras como para que mis más cercanos supieran que aún continuaba vivo, que no puedo reprocharle nada a nadie. Al contrario, son ellos los que debieran cobrarme la cuenta por el abandono, por ese tiempo que dejaba pasar lejos de ellos y que intentaba recuperar con regalos novedosos que, en cada regreso, les traía desde países remotos.
Ahora estoy un poco confundido. En un par de días debería volver a embarcarme para regresar quizás cuándo. ¿Para el funeral de mi madre? O tal vez ya no regresaré y el mar se encargará de llevarme al reencuentro con mi otra mitad, la que duerme eternamente en ese ataúd frente al altar.
Es extraño tener un gemelo. Cuando eres pequeño todos te miran como si fueses un pájaro raro, una curiosidad de la naturaleza. Otros sonríen con simpatía y felicitan a la madre. Muchos hacen comentarios silenciosos que imaginas cuando, de soslayo, los ves murmurar. Al principio te acoquinas, sientes que efectivamente eres un pájaro raro, pero a medida que creces, vas asumiendo tu condición.
Con mi hermano siempre nos llevamos bien. Fuimos muy amigos, además de ligados por el enorme parecido. Nos suplantamos, nos prestamos para bromas en el liceo y hasta compartimos alguna novia que, confundida al no saber con cuál de los dos mantenía el romance, nos abandonó.
Después la vida nos mostró a cada uno un camino, y debo reconocer que muchas veces, en medio de la cotidianeidad, me olvidaba de él. Me olvidaba que allá en Valparaíso tenía un doble. Solamente en esas tardes de nostalgia, cuando a bordo de la nave no tienes mucho que hacer y debes rellenar el tiempo con algo más que libros, películas o partidas de pool, repasaba el álbum fotográfico y me veía al lado de la otra gota de agua. Ahí, junto a nuestra madre, tan temprano viuda, estábamos impresos con esa sonrisa forzada de los protagonistas de fotografías familiares.
En este momento no sé si me embarcaré pasado mañana. No sé si volveré a subir a una nave para recorrer puertos, países y amores fugaces. No sé si podré dejar a mi madre sola en estas dolorosas circunstancias. Siento que el mar me llama, como las sirenas a Ulises, pero a veces conviene tener los pies bien puestos en la tierra.
Esta tarde cargaré el cajón portando a quien me acompañó desde el vientre para dejarlo en el cementerio de Playa Ancha, mirando hacia ese mar que ha sido mi camino. Hoy una mitad de mí quedará sepultada para siempre y estaré a la deriva, sin saber qué camino tomará la otra mitad.
Creo que mañana lo decidiré.
Fernando Lizama Murphy
Diciembre 2015